En mi pueblo, la calle 24 de Septiembre era célebre por la belleza de sus quinceañeras. Nunca supimos que el Estado había establecido fecha y calle como reverencia y memoria de la aparición de la Virgen de las Mercedes, en la batalla entre españoles y nativos, en el Santo Cerro, La Vega.
La veracidad de esa aparición no siempre ha sido admitida; tampoco es tema de discusión o curiosidad entre los que toman este día como simple asueto, descanso o diversión. Igual sucede con otras fechas y celebraciones.
Cualquier estudioso de lo humano preguntaría si dicha aparición es un hecho cierto, cuáles razones y motivos hay para creerlo o no creerlo. De ser verificables, sin duda, tendrían importantes consecuencias para nuestras vidas. Y para toda la humanidad.
Junto a este tema, hay miles de años de tradiciones, debates y creencias en la cristiandad. Los que se agrupan bajo una misma devoción o denominación no siempre están acordes con lo que allí ocurrió, (visión o imaginación), y menos aún respecto a sus significados e implicaciones.
Lo común ha sido aceptar, rechazar, celebrar, no celebrar; respetar estas creencias o burlarse de estas. Muchos prefieran ignorar, evadir el tema.
Concomitantemente, a 2,024 años del nacimiento de “uno” a quien media humanidad reconoce como el enviado de Dios, Su Hijo, mensajero y profeta; la otra mitad de humanos lo toman como farsa, producto de la ignorancia, la falta de raciocinio y objetividad de los creyentes.
Desde el punto de vista filosófico y espiritual, lo verdaderamente impresionante es sentir y saber, individual y personalmente, que somos parte de un proyecto en el cual, cada quien tiene la capacidad de negar o afirmar, dudar o creer lo que la mayoría de nosotros mismos cree con absoluta seguridad y convicción de lo que cree o niega.
¿Qué clase de seres o criaturas somos quienes podemos ver el fervor, la pasión, el sufrimiento y la desgracia de nuestros semejantes como si fuesen una ficción cinematográfica, o un mero producto de la imaginación propia o colectiva?
Somos capaces de trivializar aun lo más trágico, las mayores desgracias ajenas y compartidas. Lo que nos hace a los humanos una especie extremadamente peligrosa, siendo capaces de apostar por la nada, por la vaciedad y el ocaso.
Ese rasgo de nuestra especie es responsable de tantas conductas carentes de sentido: el gregarismo vacío, sin meta ni propósito: El consumismo, la masificación.
Conductas que se revuelcan en su propia ignorancia y despropósito, que parecieran conducirnos irremediablemente a “la singularidad”: nuestro vacío existencial y espiritual llevándonos hacia el sometimiento a la inteligencia artificial (AI). La consumación del fracaso de nuestra inteligencia racional y espiritual; canjeando nuestras verdades, nuestros proyectos de vida personalizada y responsable, como quien dice: “por par de cervezas frías”, una renuncia total y definitiva a pensar, a amar, a ser humanos responsables; abandonando la dicha suprema de creer y saber que somos parte de “Realidad Verdadera”, absolutamente esplendorosa y esplendida. ¡Ser o no ser… esa es la cuestión! (Shakespeare).