El coronel Caamaño y el teniente Alejandro Alberto Deñó Suero (Chibú) reaccionaron con asombro al ver al general Miguel Félix Rodríguez Reyes la madrugada del 28 de diciembre de 1962 en el hotel Maguana de San Juan de la Maguana. La oficialidad que viajó a Palma Sola ese nefasto día estaba integrada por ellos, “el coronel Despradel Brache, el capitán Duvergé, el capitán Ovalle y el mayor Guzmán Acosta”. Parece que nadie les informó que este iría, ni siquiera el alto militar cuando ellos se le acercaron anunciándoles su destino.
“Francis y yo nos sorprendimos de encontrar allí al general Rodríguez Reyes, quien estaba acompañado de dos oficiales americanos vestidos de verde olivo. Entonces Francis me dijo: “Viejo, en qué andará el general Rodríguez Reyes con esos oficiales americanos”.
Dice que fueron a saludarlo y este preguntó a Caamaño:
“¡Hijo mío! ¿En qué andan ustedes por aquí?” y el coronel respondió que iban “con el fin de desalojar a la gente de Palma Sola, debido a que en Las Matas y San Juan existía un temor muy grande por lo que estaba pasando en ese lugar”.
Agrega que Caamaño hizo referencia a Rodríguez Reyes de los cánticos en los que se mencionaba que se incendiaría a los dos municipios.
“¡Cuídense!, que son unos fanáticos, ya he oído hablar de eso bastante”, les advirtió sin comunicarles el rumbo que llevaba. Cuando Deñó y Caamaño terminaron el café lo buscaron pero un camarero les comunicó que Rodríguez “acababa de salir para Palma Sola”.
“¡Hacia Palma Sola!”, exclamó Francis. “Cuál no sería nuestra sorpresa al escuchar la respuesta… Inmediatamente salimos del hotel, se mandó a la tropa subirse a sus vehículos y partimos a toda marcha, a la orden del coronel Caamaño de “¡Síganme!”.
“Cuando llegamos a Las Matas de Farfán preguntamos en el cuartel de la Policía si ya había pasado el general Rodríguez Reyes, y se nos contestó afirmativamente, entregándonos de inmediato una relación escrita relativa al grupo que acompañaba al general y que estaba integrada por el procurador general de la República, Antonio García Vásquez; el procurador de la Corte de Apelación de San Juan de la Maguana, Tomás Suzaña; el comandante del Departamento de la Policía de San Juan, coronel Álvarez Guzmán; el coronel Ejército Nacional Joaquín Abraham Méndez Lara y un civil, exsargento de la Fuerza Aérea, compadre del general Rodríguez Reyes, de apellido Herasme”.
Estos datos están contenidos en las memorias sobre sus experiencias en Palma Sola que dejó inéditas Deñó Suero, hermano de Eneroliza (Nonín) Deñó de Caamaño, madre del Coronel de Abril y, en consecuencia, primo del autor. Fueron rescatadas por Juan Bautista Castillo Pujols (Tita), que tomó el dictado al militar constitucionalista cuando ambos residían en España.
Aparte de estos recuentos, Chibú, también apodado “Viejo”, dictó una extensa carta para el periodista e investigador histórico Juan Manuel García aclarándole afirmaciones en torno a su persona que el comunicador hace en su libro sobre la masacre en la que fue asesinado Rodríguez Reyes y resultaron heridos Caamaño, Guzmán Acosta y decenas de seguidores de Olivorio Mateo y de los mellizos Plinio y León Romilio Ventura. Muchos creyentes fueron muertos.
Caamaño y Deñó Suero ya habían visitado el lugar haciéndose pasar por médicos, cumpliendo instrucciones de Belisario Peguero Guerrero, jefe de la policía. Esta del 28 era la tercera vez que Chibú acudía al lugar, pues fue discretamente solo, una segunda, por mandato del presidente Rafael F. Bonnelly, de gran protagonismo en estas páginas
El trabajo es fascinante pese a la tragedia que relata el teniente. Las memorias están muy bien escritas. Después que Castillo las escribió a máquina, fueron revisadas y corregidas.
“A toda velocidad”. Chibú apunta que desde que recibieron el reporte en Las Matas de Farfán, continuaron hacia hacia Palma Sola tratando de sumarse al general Rodríguez Reyes y a sus acompañantes. “No se nos pasaba por la mente la idea de que yendo ellos en un jeep, y nosotros en las celulares a toda velocidad, no pudiéramos darle alcance. Cuando llegamos al lugar donde había que seguir a pie, tampoco vimos el jeep del general”.
“A marcha forzada continuamos por el camino que conduce a Palma Sola, a donde llegamos alrededor de las 9:30 de la mañana”.
No ofrece muchos detalles de la muerte de Rodríguez Reyes aunque en la misiva a García hace deducciones sobre la procedencia del primer disparo. La cita cuando Caamaño, herido, advierte que el quepis del militar voló. Chibú fue hacia el lugar desde donde salió pero encontró muerto al general mientras un lugareño bailaba alrededor del cadáver y él lo apresó.
“Entonces, anota, pregunto a los del grupo por las armas del general –su pistola había desaparecido, la canana estaba desgarrada y la ametralladora no estaba-pero nadie me dio una respuesta positiva”.
Añade que “cuando la tropa se enteró de la muerte del general Rodríguez Reyes y de que estaban heridos el coronel Caamaño y el mayor Guzmán Acosta, no hubo manera de contenerla, y en la represión subsiguiente emplearon a fondo las armas de fuego contra los creyentes, causando gran cantidad de muertos y heridos, produciéndose así la Masacre de Palma Sola”.
Expresa que “en medio de esta vorágine: el ruido de los disparos, el humo de las bombas lacrimógenas y de los ranchos (se les estaba pegando fuego para obligar a salir a los que estaban dentro) y de los gritos de los heridos, en medio de la locura desatada, vimos una zanja y hacia allí condujimos a los que íbamos deteniendo, obligándolos a colocarse boca abajo y con las manos en las espaldas”.
Controlaron la situación apresando, además, a los que no pudieron huir hacia las montañas “y habían sobrevivido al infierno. El coronel Caamaño, el mayor Guzmán Acosta, el compadre del general de apellido Herasme y el cuerpo del general Rodríguez Reyes fueron sacados del lugar”.
Retiraron a los capturados en la zanja, uno por uno, “amarrándoles las manos con sogas o con sus propias correas”.
“Tiempo más tarde llegó la guarnición militar de Pedro Santana, quedando la zona bajo su control, mientras nosotros salíamos hacia San Juan, dejando a nuestras espaldas un panorama desolador. En el camino de regreso oíamos disparos, ya sabíamos que con ellos se estaba agrandando la magnitud de la masacre”.
El teniente consigna que durante los sucesos no vieron a ninguno de los acompañantes del general, “con excepción de Herasme, su compadre, que había recibido una puñalada en el vientre. Al resto no se le vio el pelo por ninguna parte. Al menos yo no los vi. ¿Qué había sido de ellos? ¿Por qué dejaron solo al general? Estas y otras interrogantes nos machacaban el cerebro en el camino de regreso”.