No hay modo de cuantificar el dinero electrocutado en el deficitario y complejo sector energético, maraña de entidades ineptas, de intereses ocultos, que con interminables apagones dejan a oscuras al país, como a las cuentas sin fondo del gasto irracional en un servicio costoso y de pésima calidad que en cada factura nos da un corrientazo.
Difícil calcularlo si a los subsidios a la ineficiencia y a la corrupción se suman los gastos en el hogar, el comercio y la industria con la autogeneración de energía. Un monto astronómico si se agrega el nefasto impacto de la polución ambiental en la salud, los efectos sociales y económicos, el lastre de la inseguridad ciudadana con la nociva mixtura de oscuridad y delincuencia.
Repercusiones sin fin con dramas infinitos de consecuencias fatales: niños carbonizados, viviendas incendiadas, mujeres y hombres electrocutados, intoxicados con plomo, miles expuestos al monóxido de carbono y otros tóxicos con las plantas eléctricas de emergencia y baterías de inversores.
Daños que también toman alturas con las emisiones de dióxido de carbono, en un país cuya condición insular lo coloca entre las ocho naciones más vulnerables con el cambio climático que propicia ese gas de efecto invernadero.
Secuelas de una crisis estructural que se encadenan y trastornan la vida dominicana, desde los inconvenientes cotidianos “por la falta de la luz que también se lleva el agua”, deteriora alimentos y electrodomésticos. Apagones que inclusive se reflejan en la higiene personal al imponer a muchos “el baño con laticas”, y que obligan a almacenar agua atrayendo mosquitos sin poder alejarlos con un abanico.
Con sus ruidos y emisiones de gases, partículas y otros tóxicos, los generadores de energía alternativa crecieron en forma exponencial con el descalabro del sector, en el que cada paso hacia una “solución” lo lanzaba a nuevos escollos, dando traspiés en sucesivas crisis de amplitud mayor:
Privatización, contratos que elevan el costo de generación, venta de las empresas distribuidoras para volver a comprarlas y sumergirse otra vez en el caos. Y que opta ahora por plantas de carbón cuando la tendencia mundial es desechar esa fuente contaminante.
Más de cuarenta años. “He oído hablar de apagones desde que tengo uso de razón. Era un niño, de noche había que ir tras la lámpara o las velas, y mire hoy, apagones, apagones”.
Willis creció, crecieron sus hijos y la oscuridad no se disipa. Entre promesas de solución de un servicio intermitente, eternamente crítico, vio transcurrir más de cuatro décadas sin que en su barrio ni en el país pusieran fin a las tétricas noches en tinieblas que incitan la delincuencia.
De los incesantes apagones alimentó a su familia, de ellos sigue viviendo. Le dieron un oficio como reparador de baterías, y años después otro medio de vida fabricando inversores.
De ellos aún obtiene el pan, esta vez menos contaminado que cuando el plomo corrió por su sangre y la de sus dos hijos mayores que con él trabajaban en el taller que tenía en el patio de su casa en Cristo Rey. Tras abandonar los estudios de Medicina, se dedicó a ese oficio, conoce los secretos de la compra y venta de baterías, exportación, falsificación y otras formas ilícitas, pero ninguno tan contaminado y contaminante como el negocio conformado en torno a la electricidad. Pues si a él le dio los pesos de la sobrevivencia, a otros suple millones.
Paridor de negocios. Cual telaraña, como esos cables enmarañados que forman jeroglíficos en los postes eléctricos, la generación de electricidad se trocó en negocio millonario, del que con los apagones surgen nuevas empresas y oficios altamente contaminantes, como el de Willis.
A los beneficiarios públicos se suman los del sector privado, desde que la falta de visión estratégica en el plan de expansión condujera a la compra y venta de energía, surgieran los generadores privados y los contratos leoninos, el endeudamiento y “apagones financieros” que incrementaron los negocios de energía alterna:
Comercialización y reparación de plantas, fabricación y venta de inversores, expendio, recarga y exportación de baterías, velas, lámparas, linternas y keroseno.
Negocios para la autogeneración, que se expanden a la par con el déficit eléctrico que en subsidios engulle el dinero de los contribuyentes, alrededor de RD$400,000 millones en los últimos quince años, reproduciendo siempre las mismas deficiencias.
Efectos un sector en tinieblas, no solo por los apagones. Sigue en brumas por falta de transparencia, los intereses económicos de los que se “enganchan” para ganar millones con la venta de electricidad a sobreprecio y los beneficiados con combustibles subsidiados, amén de sueldos exorbitantes y excesivo personal en la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE).
Asimismo, los que se “pegan” a las redes para evadir el pago del servicio, ricos y pobres, en un robo persistente que junto a pérdidas técnicas agigantan el déficit financiero, presionando al fisco, con un indetenible endeudamiento traducido en subsidios y nuevos impuestos
Más de cuatro decenios de apagones elevan los costos de producción, asfixian pequeñas y medianas empresas, lesionan la economía doméstica, empresarial y estatal, un freno para el desarrollo, la productividad y competitividad.
Una crisis que trastorna el funcionamiento y las finanzas de centros de salud y docentes. La suspensión de clases, la irrupción de un apagón en una cirugía y aplazamiento de otras son algunas de las graves consecuencias. Pero, ¡caramba! irrumpiendo también en la alegría, comenta Willis, como un apagón en una boda, de cualquier fiesta.
Alta dependencia. La sanidad ambiental seguirá afectada mientras persista la alta dependencia de combustibles fósiles, hasta lograr la diversificación de la matriz con energías limpias, impulsando el desarrollo de fuentes más eficientes y el uso racional de la electricidad.
Los daños proseguirán mientras perduren las deficiencias en distribución y transmisión, la baja cobranza, el robo de energía y fallas técnicas por las que se pierden 1,280.5 gigavatios- hora de la electricidad producida, un 31% frente al 17% en América Latina.
De ese modo no se mitigará la contaminación surgida de incompetencias que impiden cubrir la demanda, dejando ociosa parte de la capacidad instalada, pues obtener más energía de las generadoras privadas elevaría los costos de producción con sobreprecio de un 30%.
Así, no cesarán los apagones y la consecuente polución proseguirá en expansión afectando la salud, el ambiente.