Por: Luis Decamps Blanco
La progresía dominicana, a pesar de sus nobles ideales y de su compromiso con la justicia social, enfrenta una crisis de relevancia y eficacia en la política nacional. Una crítica constructiva es esencial para cualquier movimiento que aspire a la transformación social. En esa perspectiva se inscribe este escueto análisis de sugerencia a esa progresía y su imperante necesidad de una profunda transformación de sus autoridades y bosquejos operativos, así como para llamar su atención sobre el impacto contraproducente que tiene su esquema de «honestismo» y su «política» para las redes sociales.
Una de las críticas más relevantes que enfrenta la progresía dominicana es su tendencia a hacer «política para redes sociales». Este enfoque superficial se caracteriza por una excesiva dependencia de las redes sociales para difundir mensajes a menudo vacíos de contenido sustancial. Sería una ingenuidad y quizás hasta una torpeza elemental desconocer que las redes sociales son herramientas poderosas para la comunicación y movilización, pero se debe entender que no pueden ser el único vehículo para la acción política.
Plataformas como Instagram, X (antiguo Twitter) y TikTok tienden a privilegiar lo visual y lo inmediato, lo que lleva a los políticos progresistas a enfocarse más en la apariencia que en el contenido. Esto puede resultar en campañas que parecen más un concurso de popularidad que una lucha por el cambio estructural. La política solo para redes sociales es un síntoma de la falta de profundidad en el discurso progresista que necesita, mucho más que sus opositores de la acera contraria, ir más allá de los hashtags y las publicaciones virales para abordar los problemas complejos que enfrenta la sociedad dominicana.
Por otro lado, la progresía local sufre de una lacerante enfermedad: El «honestismo», entendido como una adhesión rígida y casi dogmática a la pureza ideológica y moral, donde se tiende a insinuar que «los buenos» comulgan con sus ideas y «los malos» las combaten… una suerte de maniqueísmo burdo. Esta postura, aunque bien intencionada, a menudo impide la construcción de alianzas necesarias y la toma de decisiones pragmáticas esenciales en la política real: la búsqueda de una perfección moral y ética puede llevar a una inacción paralizante y a una imposibilidad de materializar el discurso, mientras el electorado espera soluciones concretas, inmediatas y «tangibles» a sus problemas diarios.
La política «real» requiere de compromisos y negociación. En lugar de aferrarse a una pureza ideológica que aísla a los progresistas de posibles aliados, es vital adoptar un enfoque más flexible y pragmático. Esto no significa renunciar a los principios fundamentales, sino encontrar puntos de coincidencia y formas de avanzar hacia los objetivos a través de coaliciones y compromisos tácticos.
Otro factor para meditar es el impacto -o falta de él- que generan los líderes o dirigentes de alto nivel con respecto a la población, sus ideas y sus deseos. La superación de la crisis actual de la progresía dominicana impone una reflexión sobre el liderazgo tradicional, ya que los líderes actuales parecen desconectados de las realidades y necesidades de la población. En muchos casos, estos líderes provienen de élites urbanas, sociales y académicas que no necesariamente representan al «ciudadano común», elemento de identidad crucial para el fortalecimiento de cualquier movimiento progresista exitoso.
Para ser verdaderamente representativos y efectivos, los líderes progresistas deben ser capaces de empatizar con las luchas cotidianas de la gente común. Esto requiere no solo un cambio en las caras visibles del movimiento, sino también en su enfoque y metodología. Es esencial que los líderes progresistas salgan de sus burbujas y se involucren directamente con las comunidades a las que pretenden servir.
Un síntoma de problemas más profundos -el fracaso del abordaje progresista a la política local- se hace evidente al considerar su más reciente desempeño electoral. Esto se hace notorio ante el hecho concreto de que dos propuestas electorales insólitas, patéticas e hilarantes obtuvieron más votos que el partido que actualmente «representa» el progresismo dominicano: por un lado, un candidato con una figura cantinflesca, respaldado por un partido liderado por un ciudadano cuya única «condición» para aspirar es ser descendiente de un ajusticiado dictador y que hace alardes de llevar la efigie de ese sátrapa; y por el otro lado, un burlesco «cabecilla» religioso que, discurso decimonónico en mano, instrumentalizó el nombre y la obra de Dios como estrategia de campaña.
Ese resultado debe ser una llamada de atención para los progresistas, evitando caer en el error de atribuirle su derrota a la manipulación electoral o a la falta de recursos. Esa debacle es un reflejo de una desconexión profunda entre la progresía y el electorado, y un certero indicador de que los mensajes y estrategias actuales no están resonando con los votantes. Esto se hace evidente no solo por su incapacidad de atraer al votante más moderado, sino en su imposibilidad de estimular al resto de la progresía del país, que no está dispuesta a apoyar caricaturas, excentricidades ni extremos.
Otra de las debilidades más notables de la progresía dominicana es la falta de una narrativa clara y coherente que pueda tener resonancias positivas en el electorado. Mientras que los partidos tradicionales tienen mensajes bien definidos y fáciles de entender, los progresistas tienden a dispersarse en una variedad de temas y causas sin una dirección unificada y unificadora. Para superar esta fragmentación, es crucial que la progresía desarrolle una narrativa clara y coherente que articule sus valores y objetivos de manera simple y poderosa. Esta narrativa debe ser inclusiva y capaz de unificar a diversos grupos bajo una visión común de justicia social y progreso.
La progresía dominicana también enfrenta una situación dual con la oportunidad de crecer y fortalecerse debilitando a sus opuestos: Los desafíos incluyen la desconfianza del electorado, la fragmentación interna y la competencia con partidos tradicionales bien establecidos. Sin embargo, las oportunidades son igualmente cruciales, en especial en un contexto donde muchos ciudadanos están descontentos con el statu quo y, aunque a veces ni siquiera lo dicen, en el fondo buscan alternativas más a tono con sus inquietudes, preocupaciones e intereses.
Pero no todo está perdido para los progresistas dominicanos: aún tienen la oportunidad de aprovechar la situación de evidente desidia de casi la mitad del electorado frente a las opciones tradicionales. Para ello, por supuesto, deben hacer nuevas propuestas estratégicas y estar dispuestos a innovar. Por ejemplo, formar alianzas basadas en objetivos comunes y entendimientos claro de cómo cada parte puede contribuir al éxito del movimiento, es crucial para lograr avances significativos.
La renovación de la progresía dominicana es una necesidad no solo para ella misma sino para todo el sistema político dominicano y su partidocracia, pues enriquece y equilibra a estos últimos desde el punto de vista de las apuestas por el porvenir del país. A través de un liderazgo más conectado y empático, una narrativa clara y de mayor amplitud de miras, y una estrategia flexible y pragmática, la progresía puede revitalizarse y convertirse en una fuerza significativa para el cambio en la República Dominicana.
Finalmente, ojalá y los líderes progresistas actuales entiendan que la incorporación activa de los jóvenes y la construcción de alianzas estratégicas serán elementos claves para el éxito de su renovación y relanzamiento, y que deben aspirar a ser más representativos y amplios en su lucha por la justicia social y el progreso colectivo.