LEÓN DAVID
¿Por qué tanta gente vive obsesionada con la perfección? ¿Procede acaso sufrir para hacer bien las cosas? ¿Por qué la fruición que siempre procura la creatividad ha de verse comprometida con el mito de lo perfecto?
Pues la perfección de ello no cabe la menor duda- es, dicho en romance castellano mondo y lirondo, un cuento barato Nunca será perfecto el hombre; nada de lo que éste haga alcanzará la perfección. Andar afanosamente a la husma de parejo espejismo es enrumbar por una calle ciega. Y las calles ciegas, al final, nos enfrontan sin falta contra un muro.
Antaño caí yo también en la trampa de las cosas perfectas. Y, como era de esperarse, el resultado fue escasa satisfacción, ramalazos de angustia y, al cabo y a la postre, el sabor amargo de la desesperanza acompañándome como mi propia sombra
Mas un día comprendí que esta civilización, gloria de Occidente, hábil como ninguna en lo que toca a su capacidad para perpetuarse modificando lo accesorio con el fin de conservar lo esencial, exalta las virtudes de la perfección para que contra ella nos destrocemos la cabeza por modo tal que no nos queden ni tiempo ni ánimo para emplearnos a sustituirla por otra mejor. He aquí la función ideológica del mito cuando su fabulación se nos impone en tanto que sostén del statu quo; que el mandato inconsciente y compulsivo de que todo lo que emprendamos debe ser perfecto es, en el fondo, una orden paralizadora.
Cuando me avengo a llevar a cabo una tarea de manera perfecta, le estoy haciendo el juego, sin que ni remotamente caiga en la cuenta, a una sociedad que si por algo se distingue es, entre otras felonías, por desgastar nuestras fuerzas físicas, morales, imaginativas e intelectuales, en pro de metas utópicas, irrealizables, con el perverso fin de plasmar ella en nosotros y a través de nosotros sus propios deleznables objetivos.
Quien anhela ser perfecto, pretende lo imposible. Lo cual, en el mejor de los casos, será fuente de incomodidad. Tal situación, de prolongarse y si insisto en ser perfecto eso va a suceder-, degenerará al extremo de que la incomodidad abrirá la puerta a la rabia, la rabia al desengaño, el desengaño a la impotencia y la impotencia a la parálisis. Seres paralíticos, inermes muñecos que las circunstancias, al modo del titiritero a sus marionetas, mueven es no hay margen para la controversia- el ideal de individuo que re quiere y engendra, con el propósito de dar continuidad sin tropiezos a la forma de vida por la que nos hemos encauzado, la normativa estructura de valores que encadena nuestro espíritu y ahoga nuestra libertad, estructura siniestra de la que hemos sido, cada uno a nuestro modo por acción o defecto, atónitos progenitores.
El que a sí mismo se impone el deber de ser perfecto, vivirá permanentemente en el temor de equivocarse. Crear será entonces motivo constante de pánico. El miedo le inmovilizará La perfección es una celda cuyos barrotes construimos, cuyo portón cerramos con cerrojo y de la que nos constituimos en nuestro propio carcelero. El ansia de perfección es un subproducto de la competencia y de la rivalidad que ésta genera. El temor a la censura hace que nos esforcemos por no mostrar ningún flanco al descubierto. El infantil sentimiento que induce a la búsqueda de la perfección es provocar admiración y envidia en lugar de reproches y burlas. El desasosiego ante la opinión ajena alimenta la necesidad de perfección. El perfeccionista es un ser patológico que derrocha neciamente su energía en cada trabajo que emprende en vez de sentir placer y entusiasmo con lo que hace. La faena de crear, por simple que sea, se transforma para él en ardua brega con la que sólo cosecha cansancio y decepción. Su destino es bien triste, muy semejante al de la ardilla que da vueltas y más vueltas en la jaula sin poder escapar ni avanzar un miserable paso.
Por lo que a mí respecta, desde que olí la trampa me alejé a toda velocidad de tan peligroso paraje. Ya no intento alcanzar la perfección. Y nunca he sido tan feliz como a partir de ese instante. No hay cosa más apetecible y relajante que aceptar ser imperfecto. Yo, lo confesaré sin ambages, lo soy, y disfruto plenamente de mis imperfecciones pues son ellas las que me permiten depurarme, elevarme, cambiar. La naturaleza humana es imperfecta por la elemental razón de que toda criatura humana es inconclusa No haber asimilado pareja verdad es desconocer nuestra realidad esencial y profunda. Soy imperfecto, somos imperfectos, lo seremos siempre. Pero lo que interesa no es la imperfección sino cómo la asumo; y la puedo asumir a la manera de desgarradura lacerante o en tanto que don maravilloso. El don de la imperfección.