Arribé a Juárez, tras 16 años de ausencia -no por tierra sino por aire- desde la ciudad de México, invitado por Rosario Sanmiguel -antigua condiscípula de New Mexico-, al VIII Encuentro de Escritores en el Bravo, que tuvo como invitados a Colombia, Zacatecas y Ojinaga. Por Juárez siempre sentía que llevaba una nostalgia que solo se curaba con una re-visitación.
Ciudad desértica, ciudad fronteriza, con una frontera de cristal -como la definió Carlos Fuentes. Ciudad maquila, pues no sería lo que es sin la presencia de las industrias maquiladoras, esas empresas importadoras de materiales sin pago de aranceles, que hoy sirve de refugio a las mujeres que son víctimas del crimen, que avergüenza al mundo, y que ha parido libros de reportajes tan elocuentes, como Huesos en el desierto, o la célebre novela de Roberto Bolaño, 2666.
En ciudades limítrofes con Estados Unidos -como Tijuana o Juárez-, el desierto ha dibujado su paisaje con el sol incandescente, el viento endemoniado y el frío sorprendente. Por ser ciudad fronteriza, es escenario de violencia y teatro de inmigrantes, que se lanzan al azar para cruzar la frontera, donde pueden morir de sed o hambre, asesinados o mordidos por una serpiente.
Por todas estas razones, Juárez es una ciudad famosa y desdichada, temida y seductora. Para los norteamericanos, el sur no es Estados Unidos y para los mexicanos, el norte no es México. Esta ciudad lleva su nombre por Benito Juárez, el autor de la frase El respeto al derecho ajeno es la paz, y cuya realidad de proximidad con el imperio del norte parió la célebre frase del dictador Porfirio Díaz: Pobre de México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios.
En realidad, la cercanía con sus vecinos, que usurpó sus tierras, es una historia, pero la realidad infernal en que el narco y la violencia han encerrado esta región de México, es digna de afirmar que está muy lejos de Dios.
Esta violencia es invisible para el turista, pero vive al acecho, a pesar de que algunos amigos me contaron que hace un año hay una calma, después de años de tempestades violentas. Pero, como siempre sucede, nunca nadie dice nada o admite la verdad de la inseguridad ciudadana de su comunidad, aunque la viva en su piel o la tenga en sus narices.
Sin embargo, desde el mundo exterior, y desde el resto del mundo, de Juárez nos llegan noticias de horror que nos llenan de espanto y apenan. Pero esta realidad social es contrastada con la normalidad de la vida cotidiana de sus habitantes, que desarrollan su existencia, desafiando el peligro.
Pocos se imaginan que allí se hacen eventos culturales tan hermosos, donde se congregan personas amantes de las letras y la poesía a oír leer a poetas, narradores, dramaturgos y ensayistas.
Porque, contrario a otros festivales -donde solo se lee poesía-, en este encuentro, se leen poemas, cuentos, capítulos de novelas, actos de obras teatrales, y aun ensayos, sin que los espectadores lancen un grito al cielo o bostecen de hastío, lo que lo hace más interesante y peculiar. Las mesas de lectura son un espacio de libertad y diálogo entre los autores y el público.
La narradora, fundadora de la revista Puente Libre y editora de la revista Levrel, Rosario Sanmiguel, es la artífice y el alma de este mágico encuentro, en medio de una realidad hostil, y frente a una propaganda desalentadora.
En este 8vo Encuentro, al escritor colombiano William Ospina se le entregó la medalla al mérito literario, donde ponderaron la obra y la trayectoria del homenajeado, los escritores mexicanos José María Espinasa y la colombiana Pilar Quintana. Además, se le hizo un cálido homenaje al recién fallecido novelista mexicano Daniel Sada, en una mesa en la que expuso el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael.
Todos elogiaron la calidad y la perfección de la obra novelística de Sada, el cual dejó un conjunto de novelas, traducidas a varios idiomas, que hoy gozan de una sorprendente fama póstuma, como la novela Porque tarde o temprano, las mentiras se convierten en verdad Autor de culto en México y no poca parte de América Latina y España, Sada es un novelista que escribió en una prosa medida, con una rara perfección técnica y formal.
Al encuentro, que congregó escritores de República Dominicana -representada por quien escribe esta reseña-, Colombia, Chile, Argentina, Estados Unidos, España y México, estuvieron figuras de la dimensión de David Toscana, William Ospina, Christopher Domínguez Michael, José María Espinasa, Héctor Hernández Montecinos, Carmen Berenguer, Ana Merino, Mercedes Roffe, Jorge Fernández Granados, Claudia Posadas, entre otros.
Este evento sirvió para que los poetas que le escriben a ciudad Juárez leyeran sus textos en una mesa, integrada por algunos de los que organizaron el 2do Encuentro de Escritores x ciudad Juárez, quienes hicieron un recital simultáneo en 131 ciudades y en 25 países, y donde la República Dominicana fue mencionada como parte de este circuito de países que se solidarizaron con esta ciudad abatida por la violencia.
Particular interés concitó la mesa de lectura con poetas de literatura indígena de Chihuahua, de la tribu tarahumara, quienes leyeron en lengua tarahumar. Habitantes de la comunidad tarahumara de Ipo, en el ejido de Basiware, municipio de Guachochi, como la de Martin Makawi, poeta y cantor, quien vino acompañado de un gurú de 82 años, el cual conoció a Antonin Artaud, cuando este poeta francés anduvo por tierras tarahumaras, a mediados de los treinta.
Este gurú me contó que tenía 8 años, y que él y su padre, a lomo de caballo, lo condujeron en sus investigaciones antropológicas por las montañas de Guachochi. Me tomé fotos con él y parte de su tribu, y solícito, a veces sonreía sin causa, y en otras ocasiones, hacía un silencio de extrañeza.
Con su vestimenta tradicional blanca y roja, turbantes y sandalias, Makawi me regaló su libro, y le pedí me lo dedicase, a lo que, gentil y complaciente, con una leve sonrisa, escribió: Para mi hermano Basilio con el cariño de Makawi. Pedí que me lo escribiera en su idioma, y así lo hizo.
Con esta grata experiencia de mis días juarenses, en medio del calor y la lluvia, juré volver a Juárez, ciudad de la que guardo recuerdos, que desperezan mi alma, y que me permitió reconciliarme con mi memoria.
A pesar de que aun autores mexicanos de la capital teman visitarla, esta ciudad tiene su magia, sus mitos y su fragancia. No sé por qué, pero a Juárez la llevo colgada de mi dolor.
Uno siempre vuelve donde fue feliz o donde vivió efímeramente. Este encuentro constituyó para mí una lección moral y un desafío a las noticias que invaden las páginas periodísticas, pero que me permitió cambiar la mirada de espanto por otra de comprensión, fruto de la percepción real de una región del mundo, donde también se respira aire de libertad, cultura, poesía, libros y amistad.
Este evento siembra palabras en el paisaje, y a la vez permite el intercambio de experiencias y palabras. Eso se llama resistencia a la violencia y un mensaje de futuro a los enemigos de la paz y del orden.