“Cuando contraje Covid-19, presentí lo peor”

“Cuando contraje Covid-19, presentí lo peor”

GISSEL TAVERAS
giss el.taveras@gmail.com

Despiertas en una cama de hospital, con dolor en todo el cuerpo, dificultad para respirar, nauseas, mareos, al borde de la muerte, sin olfato, ni gusto, tienes la mente en blanco, y lo peor… estas lejos de tu familia”. Parece una pesadilla, pero no. Esta es parte de la dura realidad que vivió el dominicano Ariel Sánchez en los Estados Unidos cuando se contagió de COVID-19.
Ariel, de 51 años, es uno de los sobrevivientes de este letal virus que ha cobrado la vida de millones de personas alrededor del mundo, emigró en el año 2005 a Nueva York, Estados Unidos, tras la que era su esposa en ese entonces y sus hijos. Proveniente de una familia cristiana y muy unida, tuvo una infancia normal: jugaba, asistía a la escuela, montaba bicicleta como cualquier niño…, recuerda orgulloso que tuvo una adolescencia única, rodeada de hermanos y hermanas… “Tengo una familia bonita y llena de valores”.
Por eso, su contacto con ellos siempre ha sido muy cercano, pese a la distancia y a los años que lleva residiendo en Nueva York, una de la metrópolis más cosmopolita de Occidente, y donde, como a tantos emigrantes, le costó mucho esfuerzo abrirse camino.
“Todos los inicios son difíciles. Al principio trabajé en un negocio de comida gourmet y buscando mejores oportunidades, me moví al negocio de muebles”, comenta Ariel.
Dice que fueron tiempos de mucho aprendizaje, durante los cuales tuvo el apoyo de su familia. Y un día, muchos años despues, por mendación, consiguió entrar a trabajar al Bank of America, donde ya tiene varios años.
A la par que su vida laboral mejoraba, Ariel -ya separado de su primera esposa- decidió rehacer su vida sentimental casándose nuevamente en la República Dominicana, con Julissa Taveras, que aún se encuentra en RD.
Contagiado de COVID 19
Cuando el virus llegó a los Estados Unidos, Ariel estaba laborando, varios empleados habían sido despachados por estar contagiados con el coronavirus; muchos de los clientes también asistían contagiados, y a pesar de las precauciones y la distancia social, tuvieron que cerrar la sucursal. Ariel se quedó en casa, en cuarentena, como todos los demás, hasta que unos diez días después, empezó a sentir fuertes dolores en su cuerpo, algo no usual, sumado a la pérdida de apetito y constantes idas al baño. Debía ir al hospital cuanto antes.
“Lo más extraño es que no me dio fiebre ni tos en un ningún momento, pero los exámenes arrojaron que estaba positivo al coronavirus, y me dejaron interno en el hospital Saint Clare para observación y posterior tratamiento”.
Dice que cuando le dieron el diagnóstico de COVID 19, fue un momento de mucha tensión para él y que en su interior presentía lo peor.
Ventilador artificial
El primer día de internamiento no hubo eventualidad; sin embargo, el segundo día le administraron medicamentos para infección de las vías respiratorias y los doctores se acercaron a él para mostrarle, y explicarle, los resultados de las radiografías. “La infección no estaba cediendo; al contrario, seguía en aumento, lo que provocó que empezara a respirar con mucha dificultad”.
Temiendo un potencial paro respiratorio, los doctores le informaron que lo mejor sería conectarlo a un ventilador. ¿Pero qué significaba esto? Esto conllevaría inducirle un coma y el trabajo de sus pulmones lo haría una máquina para evitar una falla que pudiera provocarle la muerte.
“Me sentí aterrado, tanto así, que les pregunté cuándo me harían ese procedimiento. Me respondieron: “ahora mismo”, luego me dieron un formulario para que pusiera algunos contactos de emergencia, pero pedí que, por favor, me dejaran hacer una llamada”, expresa conmovido Ariel.
“Sientes tanto miedo que quieres comunicarle inmediatamente a tus familiares lo que está pasando. Decidí llamar a mi madre para que lo escuchara de mí, porque el proceso conllevaba inducirme a un coma y conectarme al ventilador. Ya no iba a tener comunicación con mi familia hasta que no rebasara la afección. ¿Y si no despertaba? Fue un momento de mucha angustia y temor”, confesó.
Su madre estaba conmocionada. Toda la familia lo estaba: sus hermanos maternos, madre e hijos, estaban en EE.UU pero las visitas no estaban permitidas. No podían hacer otra cosa que no fuera orar por su salud.
Ariel estaba consciente de lo que le iban a realizar, en cuanto empezaron a administrarle los sedantes, perdió el conocimiento..
Su hermano Edward, también residente en Los Estados Unidos era el encargado de llamar al hospital para que le informaran sobre la salud de Ariel y tenía la responsabilidad de autorizar cualquier procedimiento y medicamento que le aplicaran.
Edward rememora uno de los momentos más duros que sufrió en este proceso: “Recuerdo que ese sábado por la mañana, uno de los médicos me llamó y me dijo que necesitaba mi autorización para un procedimiento muy delicado que había que hacerle a Ariel en el cuello para suministrarle por ahí medicamentos y demás. En ese momento le pedí incluir a una de nuestras hermanas en la llamada. Cuando hago la conferencia y él explica nuevamente a mi hermana de que se trataba el procedimiento, ella le pregunta si esa era la única opción, a lo cual el doctor respondió: ´las opciones son hacer el procedimiento o dejarlo morir en paz´, yo, de inmediato reaccioné diciéndole: ‘usted tiene mi autorización para hacer lo que sea necesario para salvarle la vida».

Al borde de la muerte
Tras 22 días luego de la intubación, llegó un momento crítico para su salud. Estaba al borde de la muerte. Sus pulmones no erespondian a los tratamientos y se estaban afectando otros órganos, como sus riñones, por lo que de seguir así se hacía necesario dializarlo.
Familiares y amigos de aquí y de allá realizaron una cadena de oración por la recuperación de Ariel y, de pronto, Dios escuchó las súplicas. Ariel empezó a reaccionar positivamente al tratamiento.
Aun conectado al ventilador, comenzó a abrir los ojos poco a poco, con lo que sus familiares definen como una “recuperación milagrosa”. Pero cuando Ariel despierta, nota que había perdido la voz, el gusto y el olfato. Mediante susurros trataba de comunicarse con los médicos, pero era en vano. Miraba al techo de la habitación y no recordaba dónde estaba ni qué estaba pasando. Había despertado con la mente totalmente en blanco. Gracias a Dios, días después empezó a recuperar la memoria.
“Solo recordaba que tenía pesadillas como de ciencia ficción y cuando se te va pasando el efecto de los medicamentos, despiertas momentáneamente, pero aun sigues desconcertado”. Recuerda con tristeza ese momento.
Los doctores autorizaron entonces removerle los tubos, y pasarlo a otra habitación para recibir diversas terapias, pues al durar tanto tiempo acostado, sus piernas entumecidas debían ejercitarse.

Una buena noticia
Luego de estar en aislamiento, Ariel empezó un proceso de rehabilitación para tratar de retomar la normalidad, sin visitas, pero con muchos deseos de vivir y recuperarse.
“A través de videollamadas pude comunicarme con mi familia para darles la gran noticia, ¡estaba libre de COVID-19!”. Estaba lleno de alegría, pero también de nostalgia por su familia, aunque consciente de que aún no podía regresar a casa, porque debía durar un mes en terapias y realizarles pruebas del COVID para confirmar que no se trataba de un falso negativo.
“La prevención es la mejor medicina. Los dominicanos no somos dados a seguir órdenes, no nos gusta cumplir con nada. La COVID-19 es algo real y traumático. A muchos les ha dado muy ligero, pero a mí esto me afectó con más severidad y las secuelas aún quedan. ¿Qué tal si esto vino para quedarse o puede repetir? No hay que confiar, porque esto es terrible, no importa qué tan saludable seas”, dice en forma categórica.
Al día de hoy, hace justamente tres días y después de tres meses entre la enfermedad y recuperación; Ariel ha podido abrazar a los suyos que viven en EE UU. Aunque todavía hay mucha incertidumbre, sus deseos de seguir adelante son más fuertes.

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