Cuando decida convertirme en militante político será después de haberle orado a Dios y recibir de Él un Sí tan fuerte que otros también lo escuchen y vengan donde mí a confirmármelo sin demagogia ni complacencias religiosas.
Confirmado mi llamado a estas tierras movedizas, iré y me inscribiré en uno de nuestros partidos, en cualquiera, todos son malos, y desde allí iniciaré mis acciones en esta convulsa y arriesgada carrera. Me propondré accionar desde mi espacio sin esgrimir la manida excusas de que la iglesia está bajo la amenaza de un inminente peligro y yo soy el escogido divino que ocuparé la posición clave para salvarla. A nadie le diré tampoco que se trata de un “sacrificio”.
No usaré el púlpito de las iglesias para proclamaciones ni para hacer proselitismo. No haré reuniones de oración ni cultos para buscar votos para mi candidatura. No me entusiasman mucho las oraciones clientelistas ni los cultos que tienen como propósito promover otra cosa que no sea a Dios. Si el Señor me llama a la política, mis hermanos elevarán oraciones sinceras y desinteresadas, sin que necesariamente yo me entere, y el Señor las oirá.
Desde el partido donde haré militancia en gracia de Dios haré el mayor esfuerzo para dar buen testimonio. Creo que la política, como todos los espacios de la vida, es un campo de acción misionera donde el señorío de Cristo debe ser manifestado. Debemos redimir la política desde los partidos que son para estos fines el instrumento de participación más influyente y efectivo. Con nuestro testimonio podemos llevar el Evangelio del Reino a la política. Lo que sucede es que ahora lo estamos haciendo al inverso, estamos intentado redimir la Iglesia desde la política.
Dije que cuando decida meterme a la política me iba a inscribir en un partido de esos malos que tiene el sistema, porque iría a ellos a influir desde mis convicciones cristianas. No creo en partidos confesionales ni tampoco en movimientos religiosos para hacer política. Hasta ahora todos han sido un fracaso.
Ya sé que hay algunos hermanos orando por mí para que me lance, pero no. Soy de los que cree que desde el espacio que Dios concede, uno puede desarrollar un liderazgo responsable y efectivo, para bien de la iglesia y del país, sin necesariamente tener uno que hacerse militante político. Creo que desde el púlpito (redes sociales, medios de comunicación, vida comunitaria) también se promuevan cambios.
Para quienes les atrae el término “Poder”, es bueno recordar que la Iglesia tiene una doble dimensión. Uno, la Iglesia tiene, por el peso de los valores que vive y promueve, un notable poder social, una inmensa capacidad de influencia y de cambio. Y dos, tiene el siempre e imprescindible poder del Espíritu Santo que se encarga de remover y darle vida a las grandes verdades que han marcado el legado divino que está depositado en las Escrituras.
Cuando decida meterme a político le haré saber a mis hermanos que mi promoción a una posición de poder en las estructuras políticas, es simplemente parte de ese gran espectro estratégico que tiene el Señor para que su Iglesia avance en todos los campos de la vida. Cuando decida meterme a la política, seguro que voy alborotar un poco a mi partido, pero nunca afectaré el impulso misionero de mi iglesia. Simplemente estaré ahí haciendo en mi iglesia lo de siempre.