Hace 11 días acompañé a una persona al Instituto Dermatológico Dominicano y Cirugía de Piel “Dr. Huberto Bogaert Díaz” y nos llevamos tremenda sorpresa.
Próximo a las 12:00 p.m., entramos al consultorio 3 del primer nivel, y como era de esperarse, confiábamos nos asistirían a la altura de las calificadas referencias que distingue al Instituto, pero no fue así.
Literalmente no nos habíamos sentado bien en las sillas y ya habíamos recibido dos boches que desconocían la diplomacia. Sin embargo, el temor ante las sospechas de un posible vitíligo y una mañana laboral perdida exigían finalizar una consulta que apenas iniciaba.
Inmediatamente la profesional de la medicina empezó a realizarle preguntas de rutina al paciente creó una tensión innecesaria: primero se molesta al intuir que por lógica básica el paciente no debió asistir previamente a otro especialista que terminó refiriéndolo a ella, y luego lo arremata con un nuevo boche cuando éste le pregunta sobre las consecuencias de no aplicarse el medicamento indicado (Cromus 0.1% – Ungüento Tópico) con la precisión requerida. Su “tacto” no le permitió imaginar que el paciente, en su derecho, necesitaba respuestas sobre un tema que desconocía.
Nos retiramos del consultorio decepcionados, pero no sin antes decirle: “Doctora, gracias por su alto nivel de educación”. La cosa no terminó allí, pasamos por dos departamentos, incluyendo el de archivo, investigando el nombre de la doctora ya que en su receta solo rezaba el apellido Almánzar. Ambos departamentos cuestionaron nuestra solicitud y al escuchar la palabra “queja” se negaron a ofrecernos dicha información, pero continuamos investigando, y finalmente, omitiendo la palabra mágica, la administración del Instituto nos ofreció su nombre.
Procedimos a depositar una queja en el buzón del Instituto pensando en otras personas, porque ningún paciente desesperado, depresivo ante un padecimiento, que se haya trasladado desde el interior del país o que haya tenido que pedir dinero prestado para mantenerse en salud, merece ser atendido de ese modo.
Doctora Luz Almánzar, la persona que acompañé y que recibió sus atenciones en “Dermatología” afortunadamente tiene la posibilidad de tomar decisiones sanitarias, y dada la “mala experiencia” ha decido en lo adelante atenderse de modo privado, pero, permítame preguntarle algo: ¿Cómo cree usted que nos sentiríamos teniendo que volver por obligación a una consulta suya? Si ese fuese el caso, nos tocaría “masticar y tragar”, ya que ni el mejor de los tratos, en lo adelante, generaría la confianza que se supone debe existir entre un médico y paciente que posiblemente tendrían que verse las caras más de dos veces. Dra. Luz Almánzar, no ponemos en telón de juicio sus conocimientos profesionales, pero recuerde Usted que los doctores son pequeños dioses terrenales a los que les confiamos lo más importante que tenemos: nuestra vida, nuestra salud, por lo que los galenos deberían combinar en todo momento sus conocimientos con vocación de servicio.
Doctora Luz Almánzar, con todo el respeto que amerita su distinguido oficio y su ardua preparación, permita que una profesional del periodismo que recién inicia carrera le aconseje algo: ¡POR FAVOR! piense que es injusto que, al salir de su consultorio, el paciente tenga que asumir una carga adicional: la de la enfermedad que lo afecta más la de un trato inadecuado.
Doctora Luz Almánzar, prefiero creer que el lunes que nos asistió no fue su mejor día, porque le confieso que no he dejado de preguntarme, aterrada ¿Cuántos doctores llenan de oscuridad los hospitales de una tierra en la que los jodidos no tienen derecho pleno a recibir asistencia médica con dignidad?