Por Gastón Osvaldo Alvear Gómez y Camilo J. Filártiga Callizo
La dramaturga alemana Theresia Walser publicó su obra «Soy como ustedes, me encantan las manzanas» en la que retrata la vida pública y privada de tres primeras damas, incluyendo a Imelda Marcos, esposa del dictador filipino Ferdinand Marcos, quien gobernó entre 1965 y 1986.
La obra explora la percepción que estas mujeres tenían de sí mismas y la desconexión con la realidad de sus respectivos países, encapsulada en la anécdota famosa de los 3,000 pares de zapatos de Marcos mientras Filipinas cruzaba una crisis económica. Este tema de desconexión y distorsión de la realidad no es exclusivo de épocas pasadas o figuras exóticas; es una constante en la política contemporánea, especialmente en nuestra región.
Una pregunta habitual en las entrevistas a políticos, ya sean candidatos o autoridades electas, es sobre el costo de vida de los ciudadanos. Las respuestas a menudo revelan una notable desconexión con la realidad de gran parte de la población. Este fenómeno se conoce como «sentido de la realidad,» que se refiere a la capacidad de una persona para percibir y comprender objetivamente el mundo que la rodea, basándose en hechos concretos en lugar de percepciones distorsionadas por prejuicios, ideologías o deseos personales.
Ligado a esta falta de sentido de realidad, se encuentra otro concepto: la «obstinación doctrinaria.» Este término se refiere a la inflexibilidad ideológica y emocional de ciertos políticos, quienes defienden una determinada doctrina o ideología incluso cuando existen evidencias claras que sugieren lo contrario. Esta obstinación impide la búsqueda de soluciones pragmáticas y la cooperación con otros actores políticos, afectando la efectividad y credibilidad de la clase política.
La ausencia de sentido de realidad y la obstinación doctrinaria se manifiestan especialmente durante épocas electorales. Es común ver a políticos ofreciendo soluciones simplistas a problemas complejos, sin considerar las implicaciones prácticas o los recursos necesarios. También se observa una desconexión con las preocupaciones diarias de los ciudadanos, priorizando disputas partidistas o la imagen pública sobre la resolución de los verdaderos desafíos que enfrenta la sociedad.
En América Latina, hemos sido testigos de ejemplos claros de esta desconexión. Durante la pandemia del COVID-19, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se refirió a la enfermedad como una «gripecita» en medio de una crisis sanitaria global. En Chile, durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera en 2019, el Subsecretario de Redes Asistenciales del Ministerio de Salud, Luis Castillo, afirmó en un programa radial que las personas iban a los consultorios médicos a «hacer vida social.» Ese mismo año, el Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, al celebrar una variación de 0.0 en el Índice de Precios del Consumidor, invitó a los «románticos a regalar flores» ya que su precio había descendido un 3,7%. Estas declaraciones, aunque anecdóticas, reflejan una falta de conexión con la realidad que resulta preocupante.
Sin embargo, es en Venezuela donde la desconexión entre la narrativa oficial y la realidad cotidiana se hace más evidente. El régimen de Nicolás Maduro ha construido narrativas para intentar justificar los estragos que su gobierno ha causado en el país, negando lo que es evidente para cualquier observador imparcial: que Venezuela se encuentra bajo un régimen autoritario que oprime las libertades fundamentales de su pueblo. De cara a las elecciones presidenciales de 2024, la comunidad internacional cuestionó seriamente la percepción que tiene Maduro y sus adherentes sobre la situación del país y los resultados electorales frente a la realidad vivida por los venezolanos.
Para abordar estos problemas, los propios políticos y partidos pueden tomar medidas concretas. En primer lugar, es crucial fomentar el diálogo y el debate constructivo, reconociendo que la ideología puede ser la base de las propuestas políticas, pero entendiendo que el adversario puede tener visiones válidas y diferentes. La colaboración y la cooperación son fundamentales para negociar y llegar a acuerdos que realmente mejoren la vida de las personas.
En segundo lugar, es necesario invertir en proyectos de desarrollo político, pensamiento crítico y análisis de datos para comprender mejor los problemas complejos. Esto permitiría a los políticos diseñar políticas más efectivas y alineadas con la realidad. Finalmente, se debe promover una cultura del aprendizaje, donde se reconozca que los políticos pueden cometer errores y aprendan de ellos para adaptarse a nuevos contextos. Este enfoque no solo mejorará la calidad de las decisiones políticas, sino que también aumentará la confianza pública en las instituciones democráticas.
En conclusión, la falta de sentido de realidad y la obstinación doctrinaria no solo afectan a los políticos, sino también a la sociedad en general y, en última instancia, a la calidad de la democracia. Esta reflexión busca destacar la importancia de estar conscientes de nuestra realidad y la de quienes nos rodean, entendiendo que la política es un trabajo conjunto y que la democracia, como ideal, no debe ser abandonada.
Lo que ocurre en Venezuela debe servir de lección para nuestros países, sobre la manera en que vemos y hacemos política. Mientras más nos alejemos de la realidad y nos cerremos en nuestras propias ideologías, mayor será la desconfianza hacia la política y la desafección con la democracia.
Gastón Osvaldo Alvear Gómez tiene una maestría de investigación en Política Comparada FLACSO Ecuador. Politólogo Universidad Diego Portales. Docente Universidad Mayor y Universidad Alberto Hurtado
Camilo J. Filártiga Callizo es máster en Estudios Políticos Aplicados. FIIAPP España. Abogado. Universidad Católica de Asunción.