¡Qué fácil es perder la perspectiva y llegar a tener un mayor concepto de nosotros mismos!
Es el orgullo del hombre, que no ha reconocido que tiene su aliento en su nariz. Con un límite de vida marcado, llega a creer que una posición de gobierno, una cuenta bancaria, las muchas posesiones materiales, el prestigio familiar o la fama, lo hace superior a los demás.
El abuso, el desprecio, el rechazo, la intolerancia, el maltrato, la violencia, provienen de un corazón que se ha enorgullecido y se cree merecedor de las mejores dádivas y de las más grandes pleitesías.
Sin embargo, El más grande, el Rey sobre todo rey y Señor sobre todo señor, Jesucristo, nos dejó el claro ejemplo de que mayor es el que sirve y no el que es servido.
Dios mismo abatirá el orgullo del hombre. El autor de la vida echará abajo el árbol elevado y secará al árbol verde, porque delante de la destrucción va el orgullo y delante de la caída, la altivez de espíritu.
La soberbia del hombre lo abate; pero riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Dios.
Seamos como Jesús, mansos y humildes de corazón y encontraremos descanso para nuestra alma.
“Aunque pongas tu nido tan alto como el del águila, desde allí te haré caer, afirma el Señor”.