HARTFORD, CT.- Un niño deseaba una mascota. Para complacerlo, su madre lo llevó a un centro especializado en cuidado de gatos.
El pequeño vio a muchos felinos de diferentes formas jugando entre sí.
Pero debía escoger entre todos.
Entonces se fijó en uno color marrón. El gato le respondió como si hiciera tiempo que se conocieran.
Se le acostó en las piernas y se mostró manso. El niño miró a la madre y le dijo que ese era.
Ella se dirigió a la encargada con la decisión tomada.
Al niño lo sentaron ante el escritorio y le leyeron una lista de indicaciones y responsabilidades que debía cumplir para tener el gato.
Debía alimentarlo dos veces al día, llevarlo cada cierto tiempo al veterinario, asearlo, jugar con él y, sobre todo, darle mucho cariño.
Después de indicar que había entendido todo, le hicieron levantar la mano derecha y jurar que así lo haría.
Luego los evaluadores se reunieron para determinar lo que harían.
Mientras tanto, y sentado en una sala, el niño esperaba impaciente.
Finalmente una de las empleadas llegó junto a la jefa con el gato dentro de una jaula.
“Felicidades”, le dijeron.
“Es todo tuyo”.
Con alegría el niño miró a la madre y, luego, tomó su jaula lleno de alegría.
En esta vida, nuestra relación con cada cosa de este mundo debería estar regida siempre por los grandes valores.
Cuantos padres hay padres a quienes Dios les entrega un hijo pero que, luego, dejan a su propia suerte.
En el trabajo, en la calle, en las instituciones y dondequiera que exista la interacción, nunca debe faltar el uso del amor, el respeto, la atención, el cuidado y la buena convivencia en general.
Hay que velar siempre por la dignidad humana.