La República Dominicana es actualmente el país de la región latinoamericana que goza de mayor estabilidad política, social y económica. La generalidad de nuestros vecinos padece algún tipo de inestabilidad.
Las últimas víctimas del populismo fueron Chile y Colombia; Panamá enfrenta estallidos sociales, mientras que Nicaragua continua con la monarquía de los Ortega; Brasil se encamina al proceso electoral más polarizado de los últimos 20 años de su historia, con un rumbo indefinido, amenazas de desconocimiento de la voluntad popular, y las Fuerzas Armadas advirtiendo movimientos en caso de una crisis post electoral. Y así pudiéramos analizar otros casos, como Perú, Argentina, Haití, etc.
¿Cuál ha sido el éxito de nuestro país? Aún en nuestra democracia imperfecta, con retos pendientes desde el ajusticiamiento de Trujillo, hemos logrado combinar, al día de hoy, tres factores fundamentales: un sistema de partidos sólido, un sector privado fuerte, y una ciudadanía con mayor conciencia de sus derechos y deberes. Si uno de estos pilares pierde el control, entonces surge la inestabilidad.
Con esa estructura como base de nuestras reglas de convivencia, el presidente Abinader ha podido navegar las diferentes crisis a las que le ha tocado enfrentarse en estos dos años. El Gobernador del Banco Central informó esta semana que las políticas económicas del Gobierno han disminuido la inflación interanual de mayo y junio, en comparación de la registrada en abril, y se espera que este comportamiento continúe lo que resta del año. Por eso hemos visto productos básicos, como el pollo y el aceite, disminuir sus precios en las últimas semanas.
De acuerdo al FMI, la República Dominicana se convertiría en la séptima economía más grande de América Latina para el año 2024. De igual forma, tanto el FMI como el Banco Mundial proyectan que la economía dominicana crecería un 5.0%, una tasa de expansión cercana al potencial, tanto en 2022 como en 2023.
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Todas estas cifras y logros fueran imposibles sin nuestras reglas de convivencia. En el año 2014, Brasil, una de las economías más grandes del mundo, perdió los tres pilares que sostienen cualquier sociedad estable. Un deseo legítimo de justicia se convirtió en el destructor de un sistema de partidos y de una gran parte del empresariado. Ocho años después, la sociedad brasileña añora la estabilidad, pero no sabe donde encontrarla. Las heridas de las divisiones, fruto del populismo y una polarización sin precedentes, no encuentran sanación. Eventualmente se cerrará un ciclo, y Brasil gozará de estabilidad. Pero mientras tanto, han perdido casi una década.
Cuidemos nuestra estabilidad. Es lo más preciado que podemos tener.