Cultivar el pensamiento crítico es más necesario que nunca

Cultivar el pensamiento crítico es más necesario que nunca

Aristóteles

Por Borja Santos

Comportarse de manera virtuosa o cuidar de las verdaderas amistades requiere tiempo y atención, y requiere asumir responsabilidades: pocas veces aprender a pensar fue tan necesario como ahora.

«Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo», decía el filósofo español Ortega y Gasset. Después de muchas semanas confinados en nuestros hogares, la filosofía detrás de estas palabras se torna fundamental. No tanto por el sentido estricto de sobrevivir a la pandemia, sino también por el efecto de este nuevo contexto que nos condiciona, que impacta a nuestra salud mental, a nuestros comportamientos y, a fin de cuentas, a nuestra felicidad.

Para Ortega, el grado en que un acontecimiento nos afecta está condicionado no tanto por lo que sucede, sino por la manera en la que interpretamos este acontecimiento. Para lograr una interpretación virtuosa del contexto actual, es fundamental el pensamiento crítico. La universidad, además de ser un espacio de transmisión de conocimiento, debe ser un espacio de transformación para los jóvenes. Un entorno donde continúen aprendiendo a pensar, a atreverse a usar su propia razón (sapere aude), a comprender y controlar sus emociones, a interpretar mejor su contexto y actuar en él de manera ejemplar.

Puede leer: Nietzsche: el último hombre y el superhombre

En este camino y lucha contra la COVID-19, su pensamiento crítico se enfrentará a muchos retos y obstáculos. Me gustaría resaltar cuatro:

1. La lucha contra el hiperconsumo experiencial y la drogodependencia emocional. Según el filósofo José Carlos Ruiz, asociamos la felicidad al consumo emocional y no a la razón. Dado que el consumo material ha sido moralmente bastante criticado, la actual tendencia de la sociedad nos ha desplazado a un constante consumo experiencial, donde buscamos sensaciones que nos perturben, que nos exciten, y que sean capaces de alterar nuestro estado de ánimo (siempre asociado a emociones positivas).

Nos hemos convertido en drogodependientes emocionales. Ante esa inmersión en la hiperactividad, no es extraño que el primer fin de semana del confinamiento los grupos de whatsapp se llenaran de decenas de recursos para mantener nuestra diaria dosis de consumo experiencial (obras de teatro online, conciertos en directo en Instagram, videollamadas, libros y películas gratuitos, etc…). No es extraño que para gran parte de la sociedad el confinamiento haya generado emociones de insatisfacción, de angustia y, en muchas ocasiones, de ansiedad o tristeza, mezclada con un aburrimiento que para algunos resulta insoportable.

En 2014, un estudio publicado en la revista Science liderado por Timothy Wilson reunió a distintos grupos de personas para que estuvieran solos en un espacio cerrado y sin objetos.

Para sobrevivir a esta drogodependencia emocional es necesario educar personas virtuosas, como definiría Aristóteles

Al experimento le añadió la posibilidad de que los participantes pudieran aplicarse descargas eléctricas suaves, algo que aparentemente nadie buscaría hacerse a sí mismo. Un gran porcentaje de personas, al no soportar su aburrimiento y adicción a la hiperactividad, se aplicó las descargas a partir del sexto minuto. El estudio sugirió como conclusiones que a casi nadie le gustaba pensar en soledad, que nos cuesta mantener la mente en calma y que la gente necesita un sentido o propósito ante esas situaciones.

La felicidad actual parece estar estructurada en una especie de to-do list (practicar el último deporte de moda, usar la última red social de actualidad, comer en el nuevo restaurante, visitar el país o la ciudad en boga…). Para sobrevivir a esta drogodependencia emocional es necesario educar personas equilibradas (virtuosas, como definiría Aristóteles), que sean capaces de comprender y controlar sus emociones y puedan usar el parapeto del tiempo y la distancia. Esto permitirá apreciar las cosas buenas que tiene el disponer de más tiempo con nosotros mismos y disfrutar de las diferentes actividades que nos permite el actual contexto.

No es tarea fácil ya que, como explicaría Gilles Lipovetsky, nuestra felicidad es paradójica. Ahora podemos tener tiempo para leer aquellos libros pendientes, para centrarnos más en los estudios, para llamar más a menudo a la familia, pero a la vez nos angustia no poder viajar, no salir a los restaurantes, no consumir aquellas ansiadas experiencias. Contradicciones que también tenemos que aprender a vivir como algo interno y común a nosotros mismos.

2. Discernir las amistades fuertes y verdaderas

Un estudio liderado por Robert Waldinger en la universidad de Harvard trató de contestar a la pregunta ¿Qué nos hace envejecer con salud y felicidad? El estudio comenzó en 1938 y examinó la vida de más de 1,300 personas durante 80 años, analizando los factores que hacían que algunas personas envejecieran felices y con salud y otras terminaran con debilitamiento mental e infelices.

Los resultaron mostraron que no era el dinero, la reputación o la fama, sino la fortaleza de las relaciones con los amigos, la familia, la comunidad y la pareja lo que les hacía tener una vida más feliz y saludable. En los días más complicados del confinamiento, esas relaciones nos ayudan más que nunca.

El pensamiento crítico es lo que nos permite distinguir las buenas amistades y las relaciones inteligentes de las que no implican afectos verdaderos. Aristóteles diferenciaba tres tipos de amistad: una primera utilitaria, donde los amigos tienen una utilidad común y la amistad termina cuando esa utilidad desaparece; una segunda sobre la diversión, basada en el entretenimiento común hasta que este existe; y una última sobre la excelencia, una amistad virtuosa que requiere una atención mutua y que busca la virtud, el éxito y la felicidad del otro. Para Aristóteles, aprender a distinguir estas amistades era fundamental.

3. Distinguir nuestra circunstancia real de la virtual

Para José Carlos Ruiz, las redes sociales nos permiten desarrollar nuestro avatar y una nueva circunstancia virtual. En el mundo real, nosotros y nuestras circunstancias están predefinidas, mientras que en el mundo virtual elegimos nosotros quién queremos ser, mostramos lo que queremos enseñar. Nos encontramos con una circunstancia virtual donde muchas personas aparentan felicidad, sonríen, salen perfectas en los selfies y se mantienen ocupadas en actividades de manera constante.

Dado que el tiempo empleado en Internet crece exponencialmente, y más en cuarentena, esto puede rodearnos de pensamientos dañinos y de ideas insustanciales. El mayor problema es que no sepamos definir el yo real (circunstancia real) con el yo virtual (circunstancia virtual). Cuando el yo real se contempla desde las circunstancias virtuales o viceversa, es decir, cuando comparamos la fortaleza de nuestras amistades con el número de likes que tenemos o cuando no sabemos valorar nuestras propias realidades, ya que nos comparamos con las circunstancias virtuales que creemos ver en los avatares virtuales de otras personas, estamos distorsionando la perspectiva y falsificando las circunstancias. Si no queremos acabar con cuerpos esculturales pero medicados para luchar contra una sensación de vacío que nos atemoriza, debemos protegernos con el pensamiento crítico.

4. Regar la felicidad del árbol ante la felicidad del césped

Cuando queremos que una planta dé sus mejores frutos, debemos cuidarla diariamente, cultivarla poco a poco para que ofrezca esos frutos. Lo mismo sucede con la felicidad y el aprender a pensar. José Carlos Ruiz lo distingue entre la felicidad del césped y la felicidad del árbol.

El césped crece rápido y es, estéticamente, muy bonito y cómodo. Nos proporciona una recompensa inmediata, ideal en la sociedad del instante y de la búsqueda de resultados rápidos, de la «turbotemporalidad». Sin embargo, el césped se muere pronto y se arranca fácilmente. El árbol necesita que una semilla plantada tenga tiempo para germinar, necesita de cuidados, de riego y de bastante inversión al comienzo, sin que se reciba ningún resultado temprano. Sin embargo, con el tiempo, las raíces crecen y buscan su propio alimento, el árbol crece y resiste los cambios meteorológicos, e incluso da sombra y refugio a quien lo necesita.

Aprender a pensar, el desarrollo del pensamiento crítico, los comportamientos virtuosos o el cuidado de las verdaderas amistades requiere tiempo, atención y cuidado. Requiere asumir responsabilidades. La felicidad del árbol nos permitirá salir adelante de esta pandemia con mayor resiliencia. Pocas veces aprender a pensar fue tan importante para nuestra felicidad como lo es en estos tiempos.

Borja Santos Porras, director ejecutivo – IE School of Global and Public Affairs, IE University. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
(FUENTE: Revista digital ETHIC)