No es por amor al arte. El activismo hay que pagarlo
La inestabilidad de dirigencias medias y de base de los partidos, dispuestas cambiar de chaqueta en un dos por tres, contrasta con la permanencia a toda costa que persiguen sus grandes líderes
Cambiar de filiación en el espectro partidario ha sido moneda de curso legal que ningún normativa ni reparo moral ha impedido hasta ahora en República Dominicana, huida execrada mayormente y con alarma por quienes ven surgir huecos en sus militancias y camarillas.
A ellos se suman, desde luego, con su pertinente reprobación, los devotos de la ética que invariablemente tildan a los tránsfugas de oportunistas y mezquinos.
Y mientras hijos e hijastros, atraídos por «premiaciones», se han dejado apartar de las paternidades políticas que les tenían cobijados, partidos mayoritarios han vivido crisis y perdido aprobación del electorado porque las altas dirigencias tienden a aferrarse a sus posiciones o aspiraciones de permanecer en los protagonismos.
No migran comúnmente como muchos de sus seguidores ni ponen atención a la realidad de que el amorío con los pueblos tiene sus caducidades y que el reencuentro con ellos, aún siendo posible, no suele ocurrir inmediatamente después de quemarse ante sus ojos.
El Partido Reformista Social Cristiano, que ha sido nidal de impenitentes viajeros hacia distintas direcciones de las conveniencias individuales, se ha estado deshaciendo en unas mismas manos sucesoras de su fundador como organización de masas que estuvieron atraídas por el conservadurismo de la post guerra civil, las cajas navideñas y los numerosos apartamentos a plazos que cualquiera podía dejar de pagar sin sufrir consecuencias.
En el estilo del proverbial y consumado intelectual y político llegado de Navarrete a la capital, era común hallar por doquier en las provincias a los «ayudantes civiles de la Presidencia», unos cargos de poca significación remunerativa pero que fomentaban adhesiones incondicionales y asignaban cuotas de poder regionales para diversas causas particulares.
CLUB PARA PEQUEÑOS
Años antes de que el reformismo sin Balaguer quedara subrayado nuevamente como de mucho menor tamaño en las elecciones generales del año pasado, conquistando pocas senadurías y diputaciones gracias a unos habituales pactos de alianza, el entonces legislador de esa vertiente política Víctor Ito Bisonó, que se esforzaba por tomar las riendas coloradas, dijo ver a su partido «camino a la extinción».
La organización acababa de obtener el 4.59% de los votos en los comicios del año 2016, lo que el hoy ministro de Industria, Comercio y Mipymes y ya compromisario de otra hueste, consideró «un fracaso» de la organización de la que se apartaba, atribuyéndolo a que su dirigencia solo estaba interesada en su bienestar. «Un partido repleto de dirigentes (firmes e indoblegables en su permanencia) y cada vez menos votantes y jóvenes que se sumen», agregó.
Contra la oposición interna, de la que formaba parte Bisonó, y que pretendía desalojar a la facción dominante encabezada por el ingeniero Federico Antún Batlle, funcionó un tribunal disciplinario descrito en los círculos que lo combatían como integrado por gente «de su entera confianza».
Los rebelados nada pudieron contra el Quique del balaguerismo histórico, veterano de batallas partidarias y sustentador de fórmulas que han dado resultado, pero solo para que el PRSC juegue siempre a asociarse como minoría a los grandes para mantenerse a flote.
En esos momentos, el único representante del Gallo Colorado en el Senado, José Hazim Frappier, planteó la necesidad de generar cambios internos y automáticamente fue objeto de una amonestación que funcionó como cremallera que lo silenció para el porvenir inmediato.
Desglosadas como boletas con el emblema gallístico de una conjunción con la «Fuerza del Pueblo», el caudal del partido colorado en el 2020 quedó en 73,913 votos, nada que ver con el arrastre que se le suponía a su fundador y líder que, con sus juegos pesados de caudillo, varias veces triunfó dudosamente, incluyendo la ocasión en 1994 en la que tuvo que aceptar, por indicios de fraude, un recorte del período a dos años.
VACIARON AL PRD
La técnica de «yo el supremo» para permanecer a lo alto del Partido Revolucionario Dominicano sin dar oportunidades a competidores, puesta en práctica por el ingeniero Miguel Vargas Maldonado, resultó un pecado capital en términos políticos al generar un desprendimiento que fue a parar con dimensión de multitudes que antes eran blancas a otra «marca registrada», de antiguo denominada Alianza Social Dominicana.
Un transfuguismo, si así se le quiere ver, pero con oleadas de votantes que siempre le habían asegurado una categoría de mayoritario al entonces partido señero cuyo emblema consiste en un «jacho» o tea incendiaria.
Este sello, nacido en su lejana fundación en el exilio y en el tiempo, fue lo único que dejaron atrás los que multitudinariamente pasaron a denominarse Partido Revolucionario Moderno.
Rebautizado como tal pudo abofetear en las urnas al padre del que devenía, un PRD quedado atrás que recibió 301 millones de pesos como aporte extraordinario procedente de los ingresos nacionales en año de elecciones.
Formaba parte de la alianza oficialista perdedora, encabezada por el Partido de la Liberación Dominicana, PLD. En esa canasta puso sus huevos junto a otras minorías de escasos aportes tras estar unos buenos años en las mieles del poder obteniendo un poco más del 5% de los votos válidos.
El aferrado ocupante de la presidencia del PRD, Vargas Maldonado, causó el cisma de su propia desgracia después que para los comicios del 2012 desconoció el veredicto de las elecciones primarias que convirtieron claramente en el candidato de la organización al ingeniero Hipólito Mejía y a él en perdedor.
Lo vio como favorecido por votantes peledeístas que, alegó, acudieron a urnas abiertas para favorecer a quien en el 2004 salió del poder con la cerviz doblada tras pretender reelegirse.
Sin el concurso de una buena parte de los votantes del perredeísmo que en esa etapa de su historia hacían causa común con el aspirante vencido, se hacía difícil que Mejía superara al candidato Danilo Medina que resultó ganador.
Más adelante Vargas pasó a identificarse con entrega total a la dirigencia peledeísta que, según él, había mandado antes a sufragar en las votaciones internas de los perredeístas para que fuera vencido.
CHOQUE POR SUPREMACÍA
Detrás de la inviabilidad política a que fueron a parar, aspirando, cada uno por su lado a resultar el que seguiría en control del Partido de la Liberación Dominicana y el Estado o volvería a serlo, estuvo, y permanece todavía, una rivalidad que se ahondaba con los años entre los líderes y fervorosos del poder, Leonel Fernández y Danilo Medina.
Aunque el surgimiento del partido Fuerza del Pueblo con el que Fernández hizo tienda aparte llevándose a un sector de los seguidores y simpatizantes del PLD no pudo haber sido la única causa de la derrota del candidato danilista Gonzalo Castillo, los dos polos opuestos que han reivindicado al boschismo, cosecharon de su tenaz rivalidad una considerable merma de popularidad.
Cierto es que la más grave pérdida de aceptación pública de Medina y y sus principales adherentes procede de la impresionante serie de expedientes por alegada corrupción que pican cerca del expresidente, en lo que ha sido interpretado como confirmación de percepciones anteriores a las elecciones de que el peculado había crecido significativamente en el país en los últimos años.
Aun cuando el histórico inicio de encausamientos persecutores de gruesos enriquecimientos ilícitos desde el poder aparezca desligado de las gestiones administrativas de Leonel, el resultado de las pasadas elecciones nacionales en las que la Fuerza del Pueblo y sus intrascendentes aliados solo obtuvieron un 8% de los sufragios, indica que los daños electorales de su encendida disputa estuvieron repartidos.
Que el empeño de ser de ellos, y solo de ellos, los liderazgos en pie y sin relevos, les pasó factura y ambos tendrían ahora la ardua tarea de poner al día las estructuras que les garantizarían la vigencia de la que se han negado a prescindir.
Ostensiblemente, el doctor Fernández pretende agregar un cuarto período a su carrera presidencial y beneficiarse del revés electoral de la organización que dejó atrás, manteniendo bien abiertas las puertas de su recién nacida casa política para todo el que quiera renegar, como él, de la apabullada línea peledeísta.
Para el expresidente Medina, convertirse en personaje político de bajo perfil, al margen de los escenarios y de prominencia partidaria, lo haría vulnerable a iniciativas de un Ministerio Público lanzado a buscar relación entre antiguos funcionarios de todos los niveles y hechos punibles. Su aura de ex-gobernante situado en la cúspide de su malherido sector partidario, lo hace más difícil de tocar.
PREGUNTA DEL SIGLO
En el 2019, el politólogo y connotado observador del panorama dominicano, Vladimir Rozón García, se preguntaba si el sistema de partidos de República Dominicana habría de entrar en colapso. Opinó que la comunidad de organizaciones desfallecía «ante la fragmentación y las constantes divisiones en las tres principales organizaciones políticas».
Calificaba de devastadora la escisión del PRSC en el año 2006 cuando fue absorbido por el PLD lanzado a comprar voluntades y a reducir a su mínima expresión al partido legado por el doctor Joaquín Balaguer, el que también se valía de artimañas para tener a otros políticos a su favor.
En el planteamiento de su interrogante hizo mención de otras pugnas internas esbozadas en este Tema de Hoy, que causaron dispersión entre peledeístas y perredeístas con secuelas de ingobernabilidad y posposición de reformas que la República esperaba.
En resumen, Rozón García sostuvo entonces que mientras los partidos mayoritarios, incluyendo al PRM, fueran víctimas de luchas internas y enfrentamientos por las candidaturas presidenciales, la democracia estaría amenazada y para esa fecha destacó como signos precursores de riesgos para la institucionalidad el que se pretendiera politizar la justicia y se amenazara con una reforma constitucional para validar lo que sería el continuismo de los danilistas, lo que incluyó la militarización del Congreso.