Daniel Boorstin La ciencia pública del siglo XVII

Daniel Boorstin La ciencia pública del siglo XVII

Daniel J. Boorstin, historiador estadounidense, ya profetizaba al respecto de lo que hoy llamamos la polis paralela. No creía en el “displacivefallacy”, que una tecnología desplazaba a otra. Siempre que pudo Boorstin utilizó a la televisión, por ejemplo, como medio para promover la lectura, elogiaba que el texto pudiese existir en plataformas tecnológicas, creía en que la “República de la Tecnología” rompería las barreras de la injusticia. Pero al pasar de los años el autor comienza a entender que no todo marchaba bien. Con respecto a la “República de la Tecnología” advierte sobre el “new convergence” (la homogenización de la experiencia), y el “new obsolescence”, (el que lo bueno solo se equipara con lo nuevo).MorelaScull.-[1]
Como puede verse en ese fragmento de un interesantísimo artículo de Morela Scull, todavía hoy, décadas después de su muerte, el pensamiento de Daniel Boorstin sigue influyendo como un referente obligado. Y es que en verdad este hombre no solo era erudito, sino también crítico de su tiempo.
Hoy vamos a trabajar con un artículo que salió publicado en la Revista de Educación en Ciencias de la Ingeniería, Nº 78, que publica la Universidad Metropolitana de México- UAM-Iztapalapa. El artículo en cuestión se titula “La ciencia pública del siglo XVII”, en el cual Boorstin presenta los grandes debates científicos de esa época, y las luchas y celos entre algunos intelectuales. Quise trabajar con ese artículo porque el siglo XVII es muy poco conocido en nuestro país. Pocos investigadores dominicanos se han dedicado a este período, quien escribe incluida. Es un artículo corto, intenso, denso y ameno, que evidencia un conocimiento impresionante de este hombre callado que amaba escribir.
Iniciaba con una lapidaria frase de Descartes: “Es más probable que las verdades sean descubiertas por un hombre que por una nación”. Luego continuaba con su exposición, afirmando que la generación de investigadores del siglo XVI, como Galileo y Vesalio, necesitaba foros científicos en los cuales hubiese podido discutir las verdades científicas. Entonces, en esa época, decía Boorstin, “los límites entre ciencia y tecnología estaban más difuminados que hoy día, así como la diferencia entre un profesional y un aficionado. De este nuevo método de intercambio de información surgió un nuevo y más amplio concepto de ciencia: la ciencia actual”[2]
La posibilidad de que hubiese un diálogo de saberes se inició con el Cardenal Richelieu, en 1635, propició la formación de un grupo de literatos de la Academia Francesa. Decía Henrique Louis Habert de Montmor que las academias debían propiciar el intercambio de conocimientos entre los científicos de diversas áreas. Por esta razón creó la Academia Montmor en 1657.
Uno de los científicos pioneros del diálogo de saberes fue Oldenburg, nacido en Bremen, hijo de un profesor de medicina y filosofía. Estudió latín, griego y hebreo y era un profundo teólogo. Durante mucho tiempo fue profesor de algunos jóvenes nobles de Inglaterra, Francia y Suiza.
Boorstin sigue explicando que en el siglo XVII hubo una proliferación de sociedades científicas que buscaban crear el diálogo entre los investigadores. Una de las más importantes fue la creación de la Royal Society en Inglaterra. Cuenta el autor del artículo que Oldenburg, que había sido enviado a Inglaterra para negociar que Bremen continuara con el comercio a pesar de las guerras anglo-holandesas. En esa visita pudo asistir a una actividad de la Royal Society y quedó deslumbrado: “He comenzado a entrar en contacto con algunos hombres que aplican su mente a los estudios más sólidos y a quienes desagrada la teología escolástica y la filosofía nominalista. Son seguidores de la naturaleza y de la verdad y, lo que es más, creen que el mundo no es tan viejo, ni nuestra época tan débil como para que no sea posible producir algo memorable”.[3]
La presencia de Oldenburg en los lares científicos fue grande, según afirma Boorstin en su artículo. Fue un asiduo visitante de la Academia Montmor, donde las conversaciones trataban sobre todo lo existente bajo el sol: “Cada uno de los miembros de la compañía está obligado a tratar un tema, ya sea físico, médico o mecánico. Entre otros temas hay algunos magníficos notables, como el origen de la variedad de opiniones populares, la explicación de las ideas de Descartes, la insuficiencia del movimiento y la forma de explicar los fenómenos naturales”.[4]
Narra Boorstin, que Oldenburg en su periplo por diferentes organizaciones científicas pudo constatar que las comunidades de científicos eran diferentes. En Inglaterra primaba la comprobación, en Francia el discurso. Como decía el propio observador participante, algo que no estoy de acuerdo, que según un proverbio italiano “Las palabras son femeninas y los hechos masculinos”. Volvió a Inglaterra pues le gustaba más esa comunidad científica que era “más masculina”.
La vuelta a Inglaterra de Oldenburg coincidió con el ascenso al trono de Carlos II; la reinstauración de orden y sobre todo de la monarquía. El nuevo rey apoyó la investigación científica, patrocinando a un grupo de científicos.
El artículo sigue relatando algunas experiencias creativas de las llamadas ciencias duras. Finaliza con los aportes de Newton, quien jugó un papel fundamental en la Royal Society. Por ejemplo en 1686 envió a la entidad el libro I de “Principia”, que por sus planteamientos tuvo una larga disputa con Robert Hooke. Tan fuertes fueron las diferencias que Newton tomó el libro y eliminó toda referencia que tuviera que ver con Hooke. Parece ser que Newton no toleraba a los que pudieran ser superiores a él, o por lo menos osaran cuestionar algunas de sus ideas. Por ejemplo, en su calidad de director, impidió la publicación del trabajo científico de toda la vida de John Famstedd, astrónomo real.
Señala el autor los aportes de Leibniz, uno de los científicos y filósofos más profundos de su época. Su relación con la Royal Society fue duradera y fructífera. Aunque su sapiencia no pudo con Newton, quien lo acusó sin piedad, a través del Comité de Científicos. Decía que Leibniz había reformulado su método. Al respecto, Boorstin señala: “Ahora sabemos, cosa que no se supo en la época, que fue el propio Newton el autor del “imparcial” informe del comité, que fue quien hizo el resumen y el comentario anónimo del informe, incluido las reimpresiones posteriores. Fue, además, el autor de cientos de documentos que desenmascaraban a Leibniz… Murió en 1716 antes de que la rabia de Newton se hubiera agotado, pero ganó la batalla póstuma. El mundo matemático adoptó los símbolos de Leibniz…”[5]

Como puede verse, el diálogo entre los científicos no ha sido nunca transparente, diáfano y de buena fe. La envidia y los celos, las terribles condiciones humanas, se han hecho presentes. Y en vez de colaborar, se buscaba aplastar al adversario, como lo hizo Newton, quien abusó del poder que tenía en la famosa Royal Society. Nos vemos en la próxima.

[1]Morela Scull.-Mirada al mundo | Daniel J. Boorstin, la advertencia ignorada y Donald Trump
Posted By Pluma on 5 Julio, 2016, http://uma.edu.ve/periodio/2016/07/05/daniel-j-boorstin-la-advertencia-ignorada-donald-trump/[2] Daniel Boorstin, “La ciencia pública del siglo XVII, en Revista de Educación e Ingeniería, 3ª época, No, 78, octubre-diciembre 2010, UAM-Iztapalapa, p. 12. [3] Ibidem, p. 13. [4] Ibidem. [5] Ibidem, p. 26

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