Si el pasado ha sido un obstáculo y un lastre, conocerlo es el método más seguro y eficaz de emanciparse. Lord Acton[1]
En el pasado –la principal fuente universal de experiencia-, los buscadores esperaban encontrar pistas sobre el sentido y el fin de la existencia. [2]
La palabra historia, que en griego es “historie”, significa indagación. En un primer momento, afirma Boorstin, el término denotaba la investigación de todo lo que pertenecía al mundo físico. A partir de ahí, el autor, haciendo gala de sus conocimientos, explica cómo la historia es hija del pensamiento griego, iniciándose con Hecateo y terminando con Heródoto. Los pensadores griegos se cuestionaban si los mitos lo explicaban todo. Se dieron cuenta que no. Así pues, se abrían nuevas aventuras para la búsqueda de nuevas explicaciones del ser humano y su devenir. “Cuando los jonios volvieron el objeto de sus miradas hacia el hombre en sí, lo primero que hicieron fue dirigirse hacia el pasado, preguntándose si sus mitos constituían una explicación satisfactoria”.[3]
La historia, desde sus inicios, es sinónimo de algo interminable, inacabable, pues la recolección de hechos pasados era, es y seguirá siendo, un trabajo ilimitado. “El pasado dejaría de ser una brillante panoplia de versos familiares para convertirse en el oscuro continente de la memoria”.[4]
Existe el consenso de parte de todos los historiadores que Heródoto es el primer historiador, el padre del concepto que todavía hoy defendemos de la historia. Afirma Boorstin que cuando este padre de la historia utiliza la palabra investigación, anuncia, sin duda alguna, cambios en la conciencia humana, pues “el historiador abre la puerta de entrada al infinito pasado, a una nueva eternidad”.[5]
Quien bautizó a Heródoto como el padre de la historia fue Cicerón, porque le reconocía, y se le reconoce todavía, su gran erudición. Afirma Boorstin que Heródoto nos enseñó a hacernos preguntas y a buscar las respuestas. “La historia, la lengua de la indagación, optaría por la prosa. Y la historia de Heródoto es la primera obra maestra de la prosa griega. La historia, una nueva rama de la literatura (…) llevó a la prosa griega a nuevas cumbres”. [6]
Boorstin critica a los historiadores que definen a Heródoto como un historiador “científico”, o el padre de la “historia científica”, alegando que en ese momento la historia formaba parte de la literatura. Esta afirmación no le quitaba su valor pero sobre todo sus grandes aportes. El gran historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, dice el autor, le daba tanta importancia a su labor como historiador y como literato.
El sucesor de Heródoto fue sin dudas Tucídides, quien a diferencia de su antecesor que no abandonó totalmente la visión heroica, intentó rescatar la historia política, y por esta razón se le considera como el padre de la ciencia política. Fue un verdadero estudioso del poder. “Para él, el presente era un espejo del pasado y el futuro en los ámbitos de la política y los asuntos relacionados con la soberanía. Su preocupación por el significado de los hechos se impone a su manera de verlos”.[7] Sin embargo, era cuidadoso en extremo al conseguir los datos de sus investigaciones; y calibraba la veracidad de los informes mediante las pruebas más severas y minuciosas que podían existir en su tiempo. Los historiadores de la política que le sucedieron, incluso varios siglos después, encontraron en Tucídides una fuente de inspiración, como lo reconocía el propio Thomas Hobbes.
De Tucídides pasamos a Virgilio, de Grecia a Italia, continúa nuestro viaje por la historia, por el pensamiento y sus laberintos. Uno de los grandes poetas de la antigüedad. A través de sus versos narra y describe los trágicos sucesos que “fueron el precio del destino romano, como el sacrificio personal”[8]. La épica nacional de Virgilio adoptaba la forma de mito y profecía. Su incidencia fue tan grande, que en la Edad Media se rescataba y apreciaba el encanto mítico de Virgilio:
Hacia acá vuelve ahora entrambos ojos
Mira este pueblo; mira a tus romanos.
César aquí, y la descendencia toda de Julo,
Que ha de venir bajo la gran bóveda
Del cielo. Este es el varón, esto es,
Que fue tantas veces prometido:
Augusto César, de divino origen.
Restaurá de nuevo los siglos de oro sobre el Lacio,
Por los campos de donde atrás Saturno reinará (Eneida)
De Virgilio nos lleva Boorstin a Tomás Moro, el creador del libro “Utopía”, o la sociedad ideal. Esta obra, que todavía se conoce, difunde y discute, fue impresa en 1516. La palabra utopía, dice Boorstin, fue inventada por Moro para poder crear su fantasía política, que a través del tiempo se ha convertido en un modelo de referencia a través del tiempo.
Siguió en su ensayo para descubrir y describir la búsqueda y llegó hasta el inglés Francis Bacon, el llamado padre del empirismo filosófico y científico. La aparición de este pensador que nació en 1561, supuso una transformación acerca de la percepción de la filosofía. A diferente de los otros filósofos Bacon, venía del mundo de los negocios y la política. Por esta razón proponía que era necesario someter sus ideas a la prueba de fuego del juicio público. Quizás por esta posición novedosa, se le considera como el verdadero pionero del método científico moderno.
Finaliza esta cuarta parte que llamó como “Sendas del descubrimiento en busca de experiencia” con René Descartes (1596-1650). Su obra cumbre fue sin duda “Discurso del Método”, que hizo de él “el primer filósofo moderno y uno de los primeros científicos modernos”[9]. Buscaba proponer un método de guiar correctamente la razón y buscar de la verdad en las ciencias. “La importancia que atribuye al método es harto elocuente, pues revela que su interés está más en el proceso que en producto de la búsqueda. El hecho de que las reglas de su método (…) nos parezca hoy tan obvias no es sino una confirmación de hasta qué punto su búsqueda centrada en sí mismo ha llegado a dominar la conciencia moderna.”[10]
Así pues, en ese proceso permanente e interminable de búsqueda, de caminar incesantemente para encontrar la respuesta imposible, pues de encontrarla terminaría el camino. Hasta la próxima.
[1] Citado por Daniel Boorstin, Los pensadores, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, p. 128.
[2] Ibidem, p. 132.
[3] Ibidem, p. 137.
[4] Ibidem, p. 138.
[5] Ibidem, p.139.
[6] Ibidem, p. 139.
[7] Ibidem, p. 145.
[8] Ibidem, p.152.
[9] Ibidem, p.169.
[10] Ibidem.