A medida que fueron consolidando su éxito, las tres instituciones más vivas –Iglesia, monasterio y universidad- que emergieron de la Edad Media europea, no solo se convirtieron en comunidades de buscadores, sino en objetivos para los cristianos que buscaban cierto control sobre sus vidas y pensamientos. La Iglesia (…) se convirtió en un antagonista del poder mundano y se orientó a la acaparación de feligreses. Los monasterios (…) prosperaron, encumbrándose con el desdoro de la opulencia, y vulneraron sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Y las universidades, que seguían la senda del debate, alimentaron una arrogancia pedantesca que ensombrecía los mensajes sencillos de la fe y las Escrituras.
No resulta sorprendente que las pasiones de los buscadores cristianos no pudieran quedar confinadas en estas instituciones, que ya no les servían de cauce. Su ardor se manifestaría por innumerables vías dispares. [1]
El punto de partida y llegada de Boorstin en los pensadores es que la humanidad ha vivido en una permanente búsqueda de respuestas a las preguntas existenciales. Cada llegada no era, es, mejor dicho, un punto de partida. Después que el cristianismo alcanzó su punto más alto, comenzó la decadencia con los horrores que se vivieron en la Edad Media, expresado de manera dramática en la Inquisición y sus horrendos crímenes por alegato de brujería a todos aquellos que no creían en esas verdades.
El surgimiento de una nueva propuesta de interpretación del mundo no fue casual. Nació el movimiento protestante, que por casualidad este año se conmemoran los 500 años de la Reforma Protestante. Así nacieron los nuevos líderes de la propuesta los nuevos pensadores. “Desiderio Erasmo (c.1466-1536), el apóstol holandés de la moderación, el adalid del humanismo cristiano; Martín Lutero (1483-1546), el defensor alemán de la justificación por la sola fe, fundador de la Reforma protestante, y Juan Calvino (1509-1564), el creador francés de una iglesia reformada. Siguieron sendas divergentes en los estudios clásicos, en la exégesis bíblica, la teología dogmática y el celo reformador, que les condujeron a opiniones contrapuestas sobre verdades muy elevadas y sobre su modo de enseñarlas”. [2]
Como puede verse, aunque al movimiento se le llamó La Reforma Protestante, no hubo una sola, sino varias. Aunque nacidas bajo la inconformidad acerca del camino que había tomado la Iglesia católica, cada uno tenía percepciones y propuestas distintas. Por ejemplo, decía Boorstin, Erasmo de Rotterdam. Planteaba que era necesario corregir los evangelios y por esta razón era acusado de recurrir a la herejía, al suprimir el dogma de la trinidad. Ante la acusación, Erasmo replicaba: “Mi Nuevo Testamento lleva tres años en la calle. ¿Dónde están las herejías, los cismas, las tormentas, los tumultos, altercados, todos los males imaginables?”. [3]
Afirma Boorstin que Martín Lutero si bien estudió a Erasmo de Rotterdam, tenía ideas muy distintas. Mientras el primero planteaba y defendía la inteligencia y el estudio, el segundo era el defensor de la fe simple.
Lutero era además crítico con tema del arrepentimiento que no debía ser potestad de la Iglesia, sino que requería una transformación interior del propio creyente. No podía comprarse. Con esta posición, afirma Boorstin, estaba desafiando el poder de la Iglesia, el clero y los sacramentos. “Sus tesis combativas, difundidas por el nuevo arte de la imprenta, contra los abusos de las indulgencias, han sido las que más han llamado la atención de los historiadores, que han pasado por alto sus afirmaciones de mayor calado sobre la fe religiosa, la autonomía y el sacerdocio de todos los creyentes”. [4] Un elemento interesante es que Boorstin afirma en su obra que la denuncia de Lutero se hubiese quedado en la pequeña localidad de Wittenberg, si no hubiese existido la imprenta, que le permitió difundir sus ideas y crear un escándalo mayúsculo. Boorstin finaliza su reflexión diciendo que Lutero rescataba el acervo de la fe cristiana, dándole una nueva forma que se expresaba en la Biblia de la Reforma.
De inmediato continúa con Calvino. Así como Lutero hizo una nueva interpretación de la Biblia, este pensador dedicó su vida a la exposición y el desarrollo de la práctica de la Reforma Protestante. Afirma el autor de Los pensadores, que pocas personas han demostrado tanto talento para combinar teoría y práctica al momento de crear instituciones. Calvino defendía una Iglesia más dogmática que sus antecesores; pero a su vez era el más local y a su vez, el más universal. Defendía con ardor la participación activa de todos los feligreses, lo cual permitiría una forma de organización descentralizada. El calvinismo, estaba basado en la necesidad de la representación y no en la autoridad. Esta idea caló en la Nueva Inglaterra, en el Nuevo Mundo, y sobre todo alentó los principios que rigieron la nueva sociedad en América del Norte, de lo que hoy es Estados Unidos.
La búsqueda, como es la guía de este erudito libro, es el motivo de que los seres humanos cuestionen su herencia, para proponer nuevos caminos. Los líderes de la llamada Reforma Protestante estaban inconformes con el derrotero que había tomado la Iglesia Católica de la Edad Media, y como pólvora comenzaron a cuestionar y proponer.
Algo que me llamó la atención es que Boorstin en sus análisis no hace referencia a la coyuntura económica y a la evolución de la sociedad. Por ejemplo, históricamente se ha asociado la Reforma Protestante al desarrollo de la burguesía, que necesitaba una ruptura con las tradiciones católicas que no permitía a la nueva clase social emergente la libertad necesaria. Muchos de los historiadores consideran al movimiento religioso un empuje a la verdadera revolución del pensamiento político que inspiró enormemente a las revoluciones burguesas que se iniciaron en Inglaterra en el siglo XVII y culminaron en Francia en el siglo XVIII. ¿Será una falla de Boorstin, o acaso es una visión determinista de algunos historiadores, yo entre ellos?
En la próxima entrega seguiremos con este tema.
[1]Daniel Boorstin, Los pensadores, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, p. 115. [2] Ibidem.
[3] Ibidem, p.119.
[4] Ibidem, p.121.