Parece que nadie osó susurrarle al presidente Danilo Medina que el poder, como la vida, es temporal y breve.
Estructurado anímicamente con el cosmos que domina la psiquis del hombre del Sur profundo, agreste, reservado y complicado, idéntico a su conformación edáfica y climática, Danilo Medina desnudó al final de sus aciagos dos períodos gubernativos, el cuestionable caudal de sus resentimientos, origen signado por estrecheces económicas, delineando la dimensión no pequeña de sus amarguras, conformando la imposible evolución hacia estratos que referencian civilización, nobleza, humildad, y culto a instituciones medulares que signan al Estado dominicano, desbordándola todas.
Ese amasijo de arcilla modeló al impredecible Danilo Medina, distante y distinto, inalcanzable para sus paisanos como para los periodistas, idéntico a los mandarines de la Ciudad Prohibida, realizando sus famosas Visitas Sorpresa con resultados de troqueladas notas palaciegas.
Configuró un grupo económico integrado por el sanedrín del Comité Político del PLD logrando competir con el CONEP, además de impulsar un nepotismo, agigantó la nómina publica con fines clientelares, gestando generadoras Punta Catalina con presupuesto original de US$l,400 millones a US$2,400 millones.
Cuando Dorian Gray solicitó al pintor Basil Hallaward un fresco con su efigie, conforme relata Oscar Wilde en su famosa novela, donde desnuda hipocresías y vanidades de la Era Victoriana, nunca presintió que el canvas incluía vanidad, arrogancia, pecados y perversidades suyas, no solo el imposible devaneo de conservar indefinidamente sus intactos rasgos faciales, referencia mayúscula de vanidad y falso sentido identitario.
Los rasgos faciales de Doran Gray, el poder y la vida, son efímeros. Solo los ejemplos son eternos. Habrá tiempo sosegado en identificar al Danilo Medina como Dorian Gray, o al Danilo Medina ejemplar.