Por el ascenso social de una clase media apresurada en extenderse hacia la movilidad propia y por la insuficiencia de los transportes públicos se aleja cotidianamente la posibilidad de imprimir orden a la circulación de los vehículos para una tercera parte de la crecida población dominicana que reside en el Gran Santo Domingo; súper activa mercadológicamente; con emprendimientos por doquier y un sector informal que rompe reglas cuando muchos de sus integrantes se trasladan de un lado a otro con vuelcos de estorbos hacia espacios públicos que hacen a la ciudad más inhóspita y de menor convivencia.
Puede leer: Ambiguo accionar desde el Estado que favorece al PRM
Esta mega urbe es acorralada cada día por congestiones en sus rutas y aunque el Gobierno se acoge a la línea maestra de invertir en trenes, amigables al ambiente y al orden urbano, esta opción es superada velozmente en su capacidad instalada. La virtual demanda de la masa peatonal sin autos es de más y más vagones y otros medios colectivos; el tamaño promedio de las unidades de la OMSA se duplicó pero su penetración a las periferias es de cortos horizontes y menos aún hacia las ciudades satélites, como San Cristóbal, de las que diariamente llega a la Capital más de un millón de viajeros transitorios. La presión por andar montado se explica por aspiraciones al confort; pero también por la desesperación de llegar cómodo y a tiempo a todo sitio. Por su desbordado crecimiento sin planificación, la ciudad más antigua de América demanda medidas heroicas para la funcionalidad de sus habitantes.