El incidente que se hizo viral en las redes sociales en el que aparece David Ortiz asumiendo la defensa de la señora Ángela García, ante otra persona que se molestó con su baile inesperado en la cabina de un avión que se retrasó en su despegue, habría tenido poca trascendencia si no tuviera entre sus protagonistas dos personajes públicos como los antes nombrados. Sin embargo, más allá de la nombradía de estos dos actores, muy especialmente la que corre junto a David Ortiz, hay señales reveladoras que dan pie para analizar este, como quiera que se quiera ver, desafortunado momento.
El video es una estampa típica dominicana en la que se deja ver esa espontaneidad, no siempre bien entendida, que tenemos los dominicanos de expresarnos, lo que creo es un valor que debemos saber administrar como parte de nuestra identidad. Se trata de una predisposición cultural, racial, étnica, no sé, que nosotros llevamos dentro y que nos hace tan especiales. Y tan especiales, que con frecuencia desconocemos lo que impone el sentido común y rayamos en lo inoportuno e imprudente.
Aunque el momento de espera se reporta como agotador y tedioso, esta dama no tomó en cuenta el derecho que tenían los otros pasajeros, los cuales pasaban por la misma situación, pero respetaban la tranquilidad y el espacio de los demás, para poner de manifiesto una vez más que muchos dominicanos no hemos aprendido a demarcar la línea que separa la desfachatez y el ridículo de la prudencia y el respeto, valores que no siempre logran inhibirnos de ciertas conductas que ante las normas prevalecientes, con frecuencia violentamos de manera tan sorprendente como inexplicable.
El gesto de David, aunque bien intencionado pudo resultar ambiguo y hasta puede interpretarse como inapropiado. En el fondo no fue lo más sabio, pues esta señora que ostenta cierta titularidad de nobleza que la comprometen con poses de mayor formalidad y recato, no debió asumir el derecho de divertir y entretener a los demás pasajeros que iban en el avión sencillamente porque a ella se le antojó sobresalir.
Sobre este incidente podemos tener diversas lecturas y llegar a variadas conclusiones, pero el punto neurálgico del mismo es la forma como lo abordó David. No se trata de un simple puritanismo ruidoso y presumido, creo que estamos hablando de la crisis de liderazgo y el surgimiento de nuevos modelos que puedan servir de inspiración para la desorientada juventud dominicana.
Tal como me señalara mi amigo José Roberto Reyes, “Cuando vemos estos récords y distinciones muy merecidas ganadas a puro talento, esfuerzos y persistencia, nos entra un aire de satisfacción al saber que es un producto de nuestra tierra dominicana. David Ortiz con apenas 42 años es una leyenda viva, que enorgullece no solo a los dominicanos, sino que su trato amable, conjuntamente con estos logros deportivos, le convierten en un héroe donde quiera que se practique el béisbol”.
La grandeza, esa que nos sobrepasa y se convierte en patrimonio universal y de la que todos participamos encarnados en una persona, demanda cierta formalidad y elegancia. La vulgaridad es repulsiva y empequeñece, degrada y ningún motivo, por noble que parezca, la justifica. Cuando escuché a David hablar se me borraron sus números de la mente, solamente vi el poder de la mediocridad insultante. Me dio pena.
Cuando vi a David exhibiendo ese lenguaje tan vulgar, tan pobre, tan torpe y desaliñado, pensé en Juan Marichal, con quien he tenido la oportunidad de conversar personalmente, además de escucharlo en entrevistas. Si bien es cierto que sus hazañas deportivas son elevadísimas, tan elevadas como esa emblemática alzada de pierna que hacían brillar sus spikes con la luz de sol, no menos es el lenguaje que decora su conversación, que aunque llena de hazañas y logros, lo deja ver humilde y con una sencillez que asombra.
Creo que David tiene que aprender ahora que el bate y la pelota pasan a tener un valor simbólico y que es él el primero que tiene que entender su propia grandeza en toda la integralidad. No la grandeza para hacer lo que se quiere, sino para hacer y comportarse como se debe. Lo que creo él tiene el temple y el carácter para lograrlo.
Ojalá David pueda ocupar su tiempo libre en lecturas edificantes y en la toma de entrenamientos en tacto y buenos modales. Se trata de gran embajador, de un hombre comprometido con causas sociales muy humanas, pero tiene que poner su lenguaje a la altura de su bate