Los apagones, por molestos e irritantes, siempre han sido un excelente combustible para encender las protestas sociales, un dato o realidad que las autoridades no deben olvidar ni cometer el error de minimizar si quieren preservar la paz social en la que todos ansiamos vivir y prosperar.
Por eso deben poner atención a las protestas que se están produciendo en distintos puntos del país ya que suelen ser muy contagiosas, por lo que al menor descuido pueden salirse de control.
Los periódicos reportaron ayer protestas en Puerto Plata, donde residentes de más de veinte sectores se tiraron a las calles a quemar neumáticos reclamando el cese de las interrupciones del servicio de energía, que no solo se producen en horas de la madrugada, cuando son más insufribles, sino que se prolongan hasta por más de diez largas horas.
Y como las autoridades, que atribuyen el problema a la escasez del carbón y gas natural que utilizan las plantas generadoras, no han dicho cuándo esperan que se resuelva esa situación el ambiente podría deteriorarse, y las pequeñas chispas que hoy se ven como pequeñas protestas aisladas y focalizadas mañana podrían convertirse en un gran incendio que arrase con todo.
Tampoco ayuda mucho que recibiendo la población un servicio tan precario y deficiente se esté hablando de eliminar el subsidio y subir la tarifa eléctrica, como si se le quisiera echar mas leña al fuego y que terminemos todos quemados o chamuscados.
Por suerte en el Gobierno parece que todavía no hay consenso sobre la polémica decisión, que como bien advirtió hace unos días el sindicalista Pepe Abreu, podría traernos indeseadas perturbaciones sociales, pues ese aumento golpearía con dureza a la sufrida clase media, que siempre termina pagando los platos que rompe todo el mundo, y a los más pobres del país.
Tal vez por eso ya hay gente recordando la poblada de abril del 1984, como quien recuerda un mal sueño que nunca quisiéramos volver a repetir.