La vida pública estructurada en 30 años de dictadura estableció las bases para que la regla autoritaria penetrara en casi todo el cuerpo social dominicano. Desafortunadamente, el ajusticiamiento de Trujillo no cerró el ciclo y prácticas divorciadas del espíritu de pluralidad. Aunque parezca irónico, los relevos políticos extendieron las manías del inefable personaje, ajusticiado el 30 de mayo de 1961. Viriato Fiallo y Juan Bosch encarnaron el ideal libertario que, en una ruta electoral, abrieron las compuertas de la pluralidad. Culturalmente, las figuras esenciales que se presentaron al electorado en las elecciones de diciembre del 62, aunque sus anhelos y conceptos postularon una ruptura con el régimen de sangre, en su naturaleza dejaron entrever que no renunciaban al control y autoridad indiscutida en sus organizaciones. Por eso, y básicamente Juan Bosch, encontró en su giro ideológico posterior a su salida del PRD la herramienta de control mesiánico en capacidad de preservarlo como jefe del partido hasta que sus facultades comenzaron a debilitarse notablemente. El drama de los caudillos históricos residió en que nunca se sintieron cómodos con el proceso de democratización de la sociedad. De ahí su resistencia en asimilar las reglas que operaban fuera de la jurisdicción partidaria porque al admitirlas perdían control del aparato y su desconexión se hacía evidente ante la ciudadanía. Rebasada la etapa del caudillismo post dictadura, una altísima cuota de los exponentes de la jungla partidaria poseen pocas de las virtudes de aquellas figuras legendarias y casi todos sus defectos.
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Lo grave es que, en la actual coyuntura, la revolución informativa y sed por la institucionalidad no impide en su totalidad las mañas de siempre, y deja abiertas las compuertas para nuevos modelos de intolerancia bajo el amparo de una legalidad frágil, terriblemente cuestionada por la ciudadanía. Sin darnos cuenta, estamos frente a la posibilidad de organizaciones con un sello personal, articuladas alrededor de intereses, no necesariamente asociados a la política real, pero orientadas por dirigentes sin el arraigo en la sociedad ni las destrezas de los viejos exponentes del modelo partidario. En la actualidad, los partidos desprovistos de carga ideológica y sin mecanismos de entrenamiento a sus seguidores corren el riesgo de arrabalizarse debido al afán de asumir la política simplemente como espacio de aspiraciones sin una dosis de propuestas transformadoras del país. El disenso democrático es ofensivo y la genuflexión frente al líder representa el único mecanismo de promoción institucional. Así andamos y mal que nos perciben la amplia gama de electores.