Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan,Y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, Y Jehová te lo pagará. Proverbios 25:21-22.
Para muchos no resulta fácil perdonar a quien le ha hecho un daño o algún mal; quien le ha ofendido, le ha traicionado o no le ha correspondido en algún momento; pero peor aún, es bendecir o hacerle el bien a quien te maldice o te aborrece.
Cuenta la Biblia que Simei, uno de la familia de la casa de Saúl, iba por el camino del monte delante del rey David que iba con su tropa; y Simei le maldecía, arrojaba piedras delante de él, y esparciendo polvo. (2 Samuel 16:12).
Pero el rey dejó que ese descendiente de Saúl hiciera eso; David solo atinó a decir: quizás mirará Jehova mi aflicción, y me dará Jehova bien por sus maldiciones de hoy. Y tenía razón: A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados, según nos dice el Señor en Romanos 8:28.
Orar y bendecir a los amigos, aun hermanos de la fe o parientes que hablan o te murmuran tampoco resulta sencillo. Requiere de una muerte al yo, al orgullo y la arrogancia. Pero hay que hacerlo. Después que Job oró por sus amigos, Dios le devolvió su prosperidad anterior, y aun le dio dos veces más de lo que antes tenía. (Job 42:10).
El propio Jesucristo aun antes de entregar, luego de tantos padecimientos, antes de entregar su espíritu en la cruz, pidió al Padre: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34).
El bendecir al amigo que te ofende o al enemigo que te aborrece requiere un acto de obediencia al Señor; y poner la mirada en Cristo, y no en los hombres. Porque si ponemos la mirada en el ser humano, encontramos faltas y errores, que impiden la bendición. Porque el salmo 146:3 nos dice: no confíes en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.
Pero cuando decidimos seguir las pisadas de Jesús, y hacemos lo que al apóstol Pablo nos dijo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro (1 Corintios 10:24); cuando podemos bendecir al que nos aborrece, nos hace mal o persigue, debemos hacerlo con la plena certidumbre de que de Dios vendrá la recompensa.
Como está escrito 1 Corintios 2:9: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.