Para abril de 1965, Francis Caamaño conocía muy poco sobre Charles de Gaulle, tal vez nada. Es innegable que tenían algo en común, al menos en apariencia. Sin proponérselo, Caamaño empezó a imitar a De Gaulle en sus poses. Los dos eran presidentes y tenían una aureola militar. A raíz de una confusión, la prensa internacional empezó a decir que De Gaulle reconocería al Gobierno de Caamaño, enclaustrado entre la zona internacional de seguridad (ZIS) y el mar Caribe, en menos de cien cuadras. De Gaulle pasó a ser casi venerado por los seguidores de Caamaño
Por: Orlando Inoa
El miércoles 28 de abril de 1965 el buque de guerra francés Medoc, que a la víspera había zarpado de Fort de France, Martinica, llegó al puerto de Santo Domingo, urgido por el estallido de una revolución, con la intención de proteger los intereses de Francia, que para entonces no eran muchos. Su principal misión era evacuar a los ciudadanos franceses residentes en la ciudad. Al menos eso se desprende de la nota periodística de Charles Mohr fechada ese día en Washington y publicada al siguiente en la primera plana del periódico The New York Times: «Oficiales norteamericanos reportaron que el Gobierno francés ha desembarcado la tripulación del barco Medoc para rescatar a los ciudadanos franceses, pero aparentemente ninguna fuerza militar francesa ha estado envuelta» («President Sends Marines to Rescue Citizens of U.S. from Dominican Fighting»). Ese desembarco nunca se produjo, a pesar de haber quedado constancia en la prensa, pues como señala Dean Rusk (As I Saw it: 373) “los barcos franceses despachados para el rescate de sus ciudadanos nunca encontraron el puerto de Haina”. El salvamento de los ciudadanos franceses en lugar de efectuarse con milicia de ese país y transportados a Martinica fue realizado por marines norteamericanos adscritos al barco de guerra USS Raliegh y llevados a Puerto Rico (Hanks, A study of Selected Newspaper Coverage of the 1965 Dominican Revolt: 239).
El envío de un barco (o varios) de guerra francés a Santo Domingo, más que facilitar la salida de los ciudadanos de ese país, tenía la finalidad de mostrar la independencia que quería mantener (o quería aparentar) Francia en ese conflicto con respecto a los Estados Unidos. Tanto Francia como Gran Bretaña sabían que no había razón para enviar navíos de guerra de esas dos naciones para fines de evacuación, a menos que los barcos estadounidenses disponibles no sean capaces de sobrellevar la situación, y esto lo sabían improbable (Fisher, The Events of 1965: 95).
Charles de Gaulle
Detrás de las gestiones francesas en Santo Domingo estaba Charles de Gaulle. Este era el presidente de Francia al momento de la Revolución de Abril y la posición que asumió el Quai d’Orsay [Ministerio francés de Asuntos Exteriores] con respecto a la intervención norteamericana en Santo Domingo estuvo alineada a la posición antinorteamericana que venía manifestando De Gaulle desde hacía unos años, quien no dejaba pasar oportunidad para contrariar a los Estados Unidos. Dice Schoenbrun (The Three Lives of Charles de Gaulle: 329) que “muchos países amigos de Estados Unidos desaprobaban las políticas y prácticas estadounidenses en Vietnam y Santo Domingo, pero la mayoría le decían lo que pensaban en privado y se esforzaban por no avergonzarlo y empeorar sus problemas con la crítica pública. Solo De Gaulle tiraba constantemente de la barba al Tío Sam en público. De Gaulle no siempre se equivocó en sus críticas, pero la forma deliberadamente desagradable e incluso dañina en que rompió con su aliado en cuestiones importantes parece no solo imperdonable sino de escaso beneficio para Francia”. Según el Congreso norteamericano la postura que asumía De Gaulle sobre Santo Domingo era consecuencia «del patrón que seguía en su crítica a los Estados Unidos tanto sobre Vietnam como en sus atrevidas predicciones acerca del futuro de la OTAN» («France and de Gaulle in Proper Focus», en Congressional Record (89th. Congress, Vol. 111, Part 9, May 27, 1965: 11880).
De Gaulle nunca hizo declaración pública sobre la ocupación militar norteamericana a Santo Domingo, contrario a la ocupación norteamericana en Vietnam, la que denunció ardorosamente desde el 1964 (véase Keenan, «Flattering the Little Sleeping Rooster: The French Left, de Gaulle, and the Vietnam War in 1965»). Las declaraciones sobre el caso dominicano las hacía a través de portavoces, de forma confusa, y más bien asumiendo una postura bastante hipócrita, como lo veremos más adelante. Peor aún, De Gaulle no estaba bien enterado de lo que pasaba en Santo Domingo, pues no se apoyó en Paul Fouchet, su embajador, para conocer las interioridades que ocurrían dentro de la revolución, sino que la información le llegó vía el embajador chileno en Francia, Enrique Berstein Carabanates, quien gozaba de informaciones privilegiadas a través de Alejandro Magnet, embajador chileno ante la OEA, y quien fuera abordado por la Cancillería francesa según sus propias declaraciones: “los funcionarios del Quai d’Orsay me solicitaron detalladas informaciones sobre el funcionamiento del Sistema Interamericano. Al término de la reunión fui consultado sobre la posición que debiera adoptar Francia en su calidad de miembro permanente del Consejo de Seguridad en el caso, muy probable, de que el asunto fuese llevado a Naciones Unidas. Recomendé una acción muy decidida en favor de los principios de no intervención y de libre determinación de los pueblos (Enrique Berstein Carabanates, Recuerdos de un diplomático. Embajador ante de Gaulle 1965-1970: III: 18).
La diplomacia francesa se enreda en sus palabras
Cuando el representante francés ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Roger Seydoux, leyó su discurso en la reunión del 4 de mayo de 1965 convocada por la URSS para conocer la intervención norteamericana en la República Dominicana, dijo que esta acción parecía ejercerse contra aquellos que defienden la legalidad constitucional. Dijo además que, a pesar de entender la preocupación de los Estados Unidos por la suerte de sus nacionales, Francia no apoyaba esta presencia militar basándose en sus principios de no intervención y llamó por un inmediato retiro de esas tropas, permitiendo a la República Dominicana ejercer su derecho a la libre elección de sus gobernantes. En círculos diplomáticos se decía que este discurso fue escrito por Charles de Gaulle (Background Information Relating to the Dominican Republic: 22), pero de esto no hay confirmación alguna, aunque sí de que el representante francés en la ONU seguía instrucciones de su presidente.
Estas declaraciones formuladas en Nueva York fueron respaldadas inmediatamente en París, como una especie de confirmación de lo que se había dicho antes en las Naciones Unidas. Esto llamó la atención al representante del periódico The New York Times, quien el mismo 6 de mayo, cuando ocurrieron las dos declaraciones antes mencionadas, firmó en París un despacho, que apareció al otro día en primera plana bajo el título: “De Gaulle Condemns US on Dominican Intervention”. El encabezado de la noticia decía: “El presidente de Gaulle criticó hoy la intervención de los Estados Unidos en la República Dominicana, llamó por la salida de las tropas y anunció que Francia estaba considerando reconocer el Gobierno rebelde del coronel Francisco Caamaño Deñó”. Lo anterior no era cierto, ya que De Gaulle no dijo eso. Lo que sí fue cierto fue la repercusión de esa noticia. Además del despliegue dado por The New York Times, la agencia UPI se hizo eco de esa información sirviéndola a miles de medios periodísticos en el mundo que la destacaron de manera relevante.
Hay que recalcar que De Gaulle se mantuvo alejado de todo este barrunte y nunca dio la cara a esas declaraciones. Los dos pronunciamientos que se produjeron el 6 de mayo, aunque se suponía eran de su cosecha, fueron ofrecidos por subalternos suyos. En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas habló el embajador francés Roger Seydoux y en París Pierre Dumas, secretario de Estado de la oficina del premier Georges Pompidou, citando como fuente al ministro francés de Relaciones Exteriores, Courve de Murville, quien se suponía era vocero de la política exterior del presidente De Gaulle. A este enredo contribuyó la elaboración de la noticia por periódicos y agencias de prensa.
Repercusión en Santo Domingo
En Santo Domingo estas declaraciones hicieron oír cantos de sirenas. Sin perder tiempo el canciller del Gobierno rebelde, Jottin Cury, envió un telegrama a De Gaulle solicitando que usara todo su prestigio y poder para protestar por la intervención norteamericana en el país (véase CIA-RDP79T). El presidente Caamaño no se quedó atrás y entusiasmado con la idea del reconocimiento, hizo pública su petición a De Gaulle: «Espero que la Francia inmortal, representada por vuestra excelencia, ofrecerá su apoyo moral y material a un país que por tradición ha sido su amigo y está ahora luchando en las barricadas de la histórica ciudad de Santo Domingo contra un poderoso enemigo, que pisotea su territorio con el propósito premeditado de mantener los vestigios de las fuerzas más oscuras y primitivas de nuestra historia» («Una semana más de heroica resistencia dominicana», Bohemia, La Habana, año 57, n.º 20, 14 de mayo de 1965: 66).
Lo del reconocimiento de Francia al Gobierno de Caamaño fue un poco embarazoso para la diplomacia francesa en el país. El 6 de mayo, el mismo día en que se conoció la noticia, Paul Fouchet, el embajador francés en Santo Domingo, llamó, bastante contrariado, a la embajada británica pidiendo consulta sobre la noticia que había recibido desde París de que su Gobierno estaba considerando reconocer al Gobierno de Caamaño. Tanto el provisional embajador británico, como el embajador italiano, así como el chargé de affaires alemán, coincidieron con el embajador francés de que esa decisión no procedía, pues el Gobierno de Caamaño no estaba legitimado por las masas (Fisher, The Events of 1965: 12 y 108).
Todo vuelve a la normalidad
En realidad, De Gaulle no tenía intención de reconocer a las fuerzas rebeldes de Caamaño en Santo Domingo, ya que tal reconocimiento diplomático formal es contrario a la tradición francesa de no establecer relaciones diplomáticas con Gobiernos de facto (David, Schoenbrun, The Three Lives of Charles de Gaulle: 329). Lo que sí quería De Gaulle era incordiar a los Estados Unidos provocando un golpe de efecto con esa declaración.
Después del revuelo internacional provocado por la diplomacia francesa con el caso de Santo Domingo, el Gobierno de Charles de Gaulle tomó una posición más conciliatoria con la Casa Blanca. El 8 de mayo la CIA informó (CIA-RDP79T) que según declaración de un corresponsal a la embajada americana en París la posición del ministro francés sobre el reconocimiento del Gobierno de Caamaño había sido erróneamente reportada. Días después el periódico The New York Times anunció que “el Gobierno francés tomó hoy una posición conciliatoria… A pesar de la presión, Francia se abstuvo de dar un respaldo total al régimen del coronel Francisco Caamaño en la República Dominicana. En su lugar, los franceses adoptaron una actitud de esperar y ver, evitando así un choque diplomático con Washington… sobre la cuestión del reconocimiento a los rebeldes dominicanos [Gobierno de Caamaño], el señor Peyrefitte [ministro de Información del Gobierno francés] hizo referencia [y reafirmó] a la política tradicional francesa de reconocer solamente a Estados, no Gobiernos” (“Paris Conciliatory in Split with U.S”, The New York Times, 13 de mayo de 1965: 2). A través del Quai d’Orsay se instruyó al embajador francés en Santo Domingo para que se trasladara a la zona rebelde y le comunicara a Caamaño que la noticia de que Francia reconocería su Gobierno fue mal interpretada.
Charles de Gaulle recibe apoyo de los marines
El 30 de abril de 1965, dos días después del desembarco militar norteamericano en Santo Domingo y apenas horas antes de la llegada de su comandante Bruce Palmer, se estableció una zona internacional de seguridad (ZIS) que abarcó desde el hotel El Embajador hasta la Embajada norteamericana, con un corredor que la conectaba con la base militar de San Isidro. Esta demarcación se hizo manu militari sin consultar a la ONU, la OEA o las partes en pugna incluyendo sus mediadores. Ya consumada esta acción militar, fue reconocida por el Gobierno rebelde a través del Acta de Santo Domingo del 6 de mayo y al hacerlo, la zona rebelde quedó confinada en un rincón de la ciudad que tenía el río Ozama y el mar Caribe como delimitación. La calle Leopoldo Navarro, la colindancia este de la Embajada norteamericana, con su continuación hacia el Malecón en la Socorro Sánchez, servían de frontera entre la ZIS y la zona constitucionalista, por lo que la embajada de Francia, localizada una cuadra más al este, quedó bajo el imperio de los rebeldes.
Cuenta Dean Rusk (As I Saw it: 270 y 373), Secretario de Estado norteamericano en 1965, que, en privado, De Gaulle, apenas días después de su diatriba contra la intervención, pidió a las autoridades norteamericanas, a través de su embajador en Santo Domingo, que movieran a los marines cuatro cuadras [hacia el este] para que también protegieran la embajada de Francia. Esta petición coincidió con la caída, el 9 de mayo, de un disparo de mortero cerca del cuartel del general Palmer, por lo que el embajador norteamericano William Tapley Bennet solicitó permiso para mover la frontera del corredor internacional varios bloques más al este hasta coincidir con la calle Rosa Duarte y Pasteur y así proteger a la embajada de Francia (Office of the Joint Chiefs of Staff, Chronology of the Crisis: 46). De Gaulle fue complacido, pero este nunca lo agradeció, pues siguió regañando públicamente a los norteamericanos.