Aunque para muchos ya no existía, fue esta semana que murió o se anunció la muerte del último dirigente de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Mijaíl Gorbachov. La URSS dio sus primeros pasos en 1922 y en su punto más álgido constó con 15 repúblicas unidas bajo la hoz y el martillo. Así la alianza, cuya doctrina era darle al proletariado las riendas de su propio destino, se convirtió en el buque insignia del movimiento socialista mundial por 69 años.
Pero fueron años de crispación, aislamiento total, con el enemigo en la mira de los cañones y el dedo sobre el botón nuclear. “Telón de Acero” o “Cortina de Hierro”, llaman los historiadores a este aislamiento ideológico y físico. La cabeza de la URSS rodó en diciembre de 1991 y “Gorbi”, como le decían los alemanes a Gorbachov, fue el sepulturero del “invento” de Lenin, Stalin y sus bolcheviques.
En la actualidad y frente a su cadáver algunos moderados ven en Gorbachov -junto a su peretroiska y glasnost- como un intérprete de los cambios que se avecinaban sobre el mundo socialista. Y mientras para Estados Unidos y Europa , Gorbachov fue un líder que alejó una catástrofe mundial y merece el paraíso, la izquierda lo llama traidor y lo acusa de claudicar frente al capitalismo.
Se hacen y deshacen héroes según los intereses que afecten. Un caso concreto y actual es el del australiano Julian Assange -el hombre de WikiLeaks- quien en vez de esperar un Nobel de la Paz como Gorbachov podría ir al patíbulo por denunciar matanzas y corrupción.