En la “Letanía de Nuestro Señor Don Quijote”, de Rubén Darío, leemos: “De tantas tristezas, de dolores tantos / de los superhombres de Nietzsche, de cantos / áfonos, recetas que firma un doctor, / de las epidemias, de horribles blasfemias / de las Academias, ¡líbranos, Señor!”
De horribles blasfemias, de las academias, líbranos, Señor, como tantos versos suyos, este saltó de lo hondamente culto y se insertó en lo popular. Así, cuando alguien, con desdén y malicia, quería adjudicarle el calificativo de retórico, atrasado, acabado, deficiente, acudía a este verso: “De las academias, líbranos, Señor”. Se entendía, de inmediato, que esta recriminación iba dirigida a la institución que albergaba a señores que se dedicaban al estudio y promoción de la lengua española. Ahora bien, Darío se refería al amplio ejercicio de la lengua propio del momento histórico. Luchaba contra la retórica establecida en todos los ámbitos en que se manifestaba la lengua. Y en esa lucha buscaba fundar otra retórica: “Yo percibo una forma que no encuentra mi estilo”, dice en Prosa profana y ratifica en Cantos de vida y esperanza: “Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción profana”. Él, dentro de su propio mundo y de su propia retórica, lucha contra ella, procuraba el gesto nuevo dentro de estructuras establecidas. De modo que el verso, su contenido, no contiene una alusión privativa de las academias de la lengua; más bien, hacia el comportamiento general en cuanto al uso de la lengua y, específicamente, en lo referente a la retórica dominante en la literatura en el mundo hispánico, cuando se estaban produciendo sacudimientos en todas las formas del poetizar como consecuencia de la inauguración de una nueva época. Y dicho así, el señalamiento que, tradicionalmente se asumió y tal vez aún como algo despectivo queda en lo anecdótico y en la ocurrencia. Retóricos somos todos, de alguna manera. Una retórica desplaza a la otra.
Hoy, tal vez como en ningún otro momento de la historia, las academias de la lengua constituyen verdaderos laboratorios del lenguaje. Y la nuestra, con sus limitaciones, en las últimas dos décadas ha ido adquiriendo esa naturaleza. Un hecho: asistimos en 2015, junto al Dr. Bruno Rosario Candelier, al XV Congreso de las Academias de la Lengua Española (ASALE) en México. En ese congreso pudimos percatarnos de varias realidades: 1. La expansión de la lengua española en el mundo es un hecho irreversible que tiene y tendrá influencias decisivas no solo en el ámbito de la reflexión lingüística, literaria y filosófica, sino en otros, como la política, la economía y la cultura. 2. Los escritores más importantes de los países que escriben en lengua española tienen asiento en las academias de la lengua. 3. En las academias se emplean las últimas tecnologías para dar a conocer los más avanzados estudios de la lengua. Ya no es posible realizar estudios diacrónicos sin el concurso de la computación. 4. Comprobamos que nuestra academia, dentro del concierto de las Academias Hispanoamericanas, ocupa un lugar de primer orden. Debemos a Bruno Rosario Candelier la inserción de la Academia Dominicana de la Lengua en la modernidad. 5. Ese sitial se debe al trabajo sistemático y permanente realizado en las últimas dos décadas, periodo dilatado, como todos los periodos desde su fundación, hecho que obedece a su naturaleza. Y cabe al Dr. Bruno Rosario Candelier, su presidente, el crédito de ese trabajo, así como a los miembros de la institución que le hemos apoyado, de manera decisiva, consciente y voluntaria, en su reelección al frente de la ADL.
La conformación de comisiones lingüísticas y literarias de trabajo especializados que han elaborado los diferentes textos de la institución: Diccionario del español dominicano, Diccionario fraseológico, Diccionario de símbolos, Diccionario de mística y Diccionario de refranes, así como trabajos lexicográficos, gramaticales y ortográficos requeridos por la Real Academia Española para la elaboración del Diccionario de la lengua española, la Nueva gramática y la Ortografía de la lengua española, como otros documentos lingüísticos, ejemplarizan la labor de Bruno Rosario Candelier. Su vocación de servicio y su capacidad de trabajo creador fue lo que condujo a que la gran mayoría de los miembros de la Academia Dominicana de la Lengua ratificaran la continuación, mediante votaciones libérrimas, del Dr. Bruno Rosario Candelier al frente de nuestra corporación. Y por eso, con Rubén Darío, repetimos: “De las descalificaciones retóricas, de las blasfemias, de las epidemias, líbranos, Señor”.