En el artículo anterior vimos el escenario en el que surgió la Primavera Árabe y cómo esta dio paso al Invierno Árabe. Terminamos explicando que a todos los factores históricos de diferencias religiosas, dictaduras y ocupaciones se agrega, últimamente, la lucha en torno al desplome del petróleo. Adentrémonos, en este punto.
Dos países encabezan esta disputa: Irán y Arabia Saudita. Estas naciones, históricamente, han peleado guerras distintas, apoyando a los enemigos del adversario y manteniendo unas relaciones sumamente delicadas. Irán está dirigido mayoritariamente por chiitas y Arabia Saudita por los Sunni Wahhabita. En relación al petróleo, se da lo que en economía es conocido como un juego de suma cero: cuanto más produce y vende el uno, menos produce y vende el otro.
Arabia Saudita es el mayor productor y exportador de crudo del mundo. Está utilizando la estrategia de aumentar la oferta del petróleo y así bajar el precio. Como consecuencia, Irán y los demás países, altamente dependientes del crudo, se debilitan. Las nuevas tecnologías de extracción se vuelven inviables y Arabia Saudita gana mercado. Irán necesita que el precio del crudo suba para suavizar su actual déficit fiscal, en vista de que tuvo sanciones por dos años consecutivos.
Esta táctica afecta a la población de Medio Oriente de diversas maneras. Por un lado, se estima que por encima del 70% de la población es menor de 30 años. Con un sector productivo orientado hacia el petróleo y sin otra importante fuente de diversificación, muchos de esos jóvenes se quedan fuera del mercado de trabajo quedando desalentados y desesperados. De acuerdo con la Organización Internacional de Trabajo, la tasa de desempleo en Medio Oriente es cerca de 30%. De igual forma suceden otras naciones productoras de petróleo y las empresas que buscan formas alternativas de obtener el crudo, están considerando cerrar.
La baja de los precios del petróleo va en detrimento, principalmente, de los países que tienen una alta dependencia de la venta del barril. Para que tengamos una idea, existen dos tipos de costos del petróleo: de extracción y fiscal. El de extracción se refiere al resultante de las operaciones físicas que se realizan para extraer el petróleo, que es entre 20 y 50 dólares el barril. El costo fiscal hace alusión al impacto que tiene el precio en la cuenta de una nación. Mientras más alto sea el porcentaje de ingresos por venta del crudo, con respecto al total de ingresos, más dependiente es el país del precio del barril y mayores los daños por su devaluación.
Países como Nigeria, Irán, Venezuela, y México necesitan que el barril de petróleo supere los 80 o 100 dólares para equilibrar sus cuentas fiscales, continuar con su nivel de gasto normal y eliminar el malestar social generalizado.
De ahí que la situación actual del petróleo, llegando a costar tan poco, como 30 dólares, incluso por debajo del costo de extracción, causa gran inestabilidad y explosión político-social. Si los que compran ven ahorro, las economías dependientes se ven en grandes apuros dado que aumentan la tasa de desempleo y los déficits fiscales, se recorta el gasto, incrementa la contaminación ambiental, escasean y devalúan las divisas, sube la inflación, los préstamos para exploración de petróleo se vuelven insolventes y los mercados financieros caen. En fin, tenemos una serie de consecuencias que son como empujar la primera ficha de domino de una fila en cadena.
Si esta situación persiste, significaría la exacerbación de la inestabilidad del Medio Oriente, un entorpecimiento del abastecimiento del petróleo y un desajuste económico global. Decía el doctor Milton Friedman que uno de los modelos económicos más difíciles de lidiar es aquel que es inestable y tiene variables explosivas, tal como el petrolero. El Medio Oriente es actualmente un avispero. Los ojos del liderazgo mundial, que nunca habría estado más desunido y rezagado, necesitan de un sentido de misión para luchar, en conjunto, con esta situación altamente peligrosa que nos afecta a todos.
Investigadora asociada: Julissa Lluberes.