“El autor se descubre a sí mismo al adentrarse por su laberinto interior, nunca totalmente explorado. Somos mineros de nuestras galerías, arqueólogos redescubriendo el perdido jardín de aquella infancia que no fue un paraíso, y también las sucesivas ciudades superpuestas a lo largo de la vida, como ruinas enterradas. Por eso para mí citada Octubre, Octubre elegí como lema este verso de san Juan de la Cruz: “Entremos más adentro en la espesura”; es decir, en la intrincada oscuridad de nuestra caverna interior”. José Luis Sampedro.
Hace varios años mi amiga Leonor me regaló el libro “Escribir es Vivir” de José Luis Sampedro. Estaba en un momento de extrema debilidad existencial, pues había tenido uno de mis agudos ataques asmáticos, y me preguntaba ¿por qué me ocurría todo esto? El libro llegó a mí como una sanación maravillosa. Al leerlo, me sentí maravillada con este gran intelectual español que estaba ya al final de sus días, pues murió en el año 2013. La obra me permitió valorar en su justa dimensión mi faceta de escritora.
Encuentros, esta columna, ha sido un reflejo de mi vida: de mis angustias existenciales, de mis dilemas intelectuales, de mis preocupaciones sociales por el país y el mundo. Cuando me inicié en AREITO, tenía 45 años, la edad maravillosa en que se combinan la madurez y la juventud.
Y mientras vivía, escribía; mientras leía, escribía; mientras aprendía, escribía; mientras observaba la vida, sus dilemas y sus personajes, escribía; mientras buscaba en mi interior, escribía; mientras contemplaba la puesta del sol, el atardecer, la lluvia, el viento y sus torpezas, escribía. Han transcurrido más de 20 años en que he escrito en estos ENCUENTROS lo que he visto y he aprendido.
A través de este tiempo, que para mí ha pasado desapercibido, me he tenido que ausentar por razones distintas; he tenido lectores que aman lo que digo y lo que pienso; he tenido algunos que se aburren con mis artículos demasiados intelectuales porque los consideran muy pesados.
Otros, algunos de los cuales han sido valientes y me lo han dicho o me han enviado mensajes escritos, se desalientan cuando mis palabras están dirigidas al mundo cotidiano. Escuché detractores cuando escribí el artículo “El pequeño auto rojo”, en el que hacía una reflexión sobre el valor de las cosas, a partir del carro destartalado del chofer de uno de mis vecinos. Recuerdo que le respondí a ese lector que me escribió un correo diciéndome que era una banalidad.
No olvido que me decía que yo tenía capacidad para decir cosas más importantes. Le decía en mi respuesta que se llamaba “En primera persona”, que la vida era algo más que conocimientos, y que el alma humana debía alimentarse cada día para vivir mejor.
A aquellas personas que les gustan los Encuentros humanos, y me cuestionan porque no sigo esa línea, les respondo que tengo una dimensión intelectual y que me gustaría profundizar sobre los temas que todavía me faltan por conocer. De ahí que les entregara largas entregas sobre el concepto de soberanía, sobre el pensamiento de Daniel Boorstin, Octavio Paz, solo para señalar algunos. Por eso siempre he dicho que estos ENCUENTROS son del alma y la razón.
Durante estos Encuentros, he buscado el camino de mi propia identidad. Inquieta como soy, me dije que desconocía la otra parte de mi origen. Entonces mi inicié a leer sobre el taoísmo. Escribí sobre la filosofía china. Después el querido Padre Alemán me dijo un día que debía leer a Confucio.
Entonces me dediqué a profundizar sobre el tema. Aprendí que la mayéutica socrática, según afirma Octavio Paz, no es un patrimonio socrático, sino que ya era una práctica cotidiana en las escuelas filosóficas chinas, para muestra un botón: los diálogos entre Confucio y Mencio.
Y mientras me debatía un día sobre qué escribir, me puse a contemplar el cielo. Observé cómo él solo y la luna habían entrado en el eterno conflicto de la preeminencia; pero llegó la noche, y el sol tuvo que esperar unas horas para aparecer de nuevo. De esa mágica tarde escribí “Al Atardecer”, donde hacía un símil entre dos trayectos: el del día y el de la vida. Me percaté que estaba al atardecer de mi vida, y que ese pequeño instante en que todavía había, hay quizás todavía, luz existencial debía ser aprovechado al máximo. Como el día, la vida es un nacer y renacer constante, hasta que llega la irremediable oscuridad de la muerte.
Paralelamente a estas mil palabras que escribo semanalmente con tanto amor y pasión, sigo escribiendo libros, indagando sobre temas que me intrigan y amo descubrir. Me faltarían días, horas y vida para poder completar la lista de pendientes que cada día se agranda. Estoy hoy, a mis 65 años de vida plena, convencida de que, como dice Richard Bach, todos somos hacedores, aprendices y maestros.
Creo que estaré tecleando mi computadora hasta el final de mis días. ¿saben por qué? Porque para mí, y aquí parafraseo a José Luis Sampedro, escribir es mi mejor forma de vivir. Vivo a través de la poesía de otros, de los escritos de otros. Soy feliz de descubrir cosas nuevas para mí, aunque sean viejas verdades para otros. Escribir para vivir, escribir para leer, escribir para aprender.
Estos Encuentros son el maravilloso termómetro de mi vida. Estas mil palabras desnudan lo que soy, lo que siento y lo que pienso. Y ahora, después de mil y una batallas libradas, les confieso algo, queridos lectores, a mis años, digo lo que pienso sin tapujos y sin miedo. ¿Qué puedo perder ya?