Cada cuatro años para esta época, en el país el tiempo se hace político. Alguien podría decir que siempre lo es y es cierto. Sin embargo, no es falso que la intensidad de lo político es variable en el tiempo, y que, por razones conocidas, cada cuatro años lo electoral, y con ello lo político, se constituye en la preocupación dominante en la sociedad dominicana. Para algunos, las elecciones parecen ser una especie de ingenua ocasión de renovación de la esperanza en la posibilidad de mejoramiento de las condiciones de vida para las mayorías nacionales. Para otros, son una oportunidad para el despliegue de las más espectaculares estrategias arribistas que convierten así a la política en una suerte oportunidad para el “mejoramiento personal” aunque revestida de un discurso aparentemente “incluyente” que parece engañosamente vehicular la sana preocupación por el derecho de la gente a una vida digna, y oculta las reales intenciones arribistas de quienes lo portan, convirtiendo así la política en un exclusivo mecanismo vulgar de ascenso social.
Así las cosas, no parece ocioso cuestionarse por las posibilidades reales de devolver a la política su carácter de constructora de humanidad por la vía de la puesta en escena de procesos democráticos de inclusión social y política que tengan como interlocutores fundamentales a las mayorías excluidas del bienestar. De esta manera las preguntas fundamentales que habría que plantearse son aquellas que se cuestionan acerca de la existencia de modelos sociales de referencia para la construcción práctica de estas alternativas incluyentes, y con honestidad tendríamos que reconocer la precariedad aparente de las opciones para concretar esa aspiración, pues la sensación de crisis parece hacer estragos en todas las ofertas ideológicas conocidas.
Por una parte, “El comunismo, la creencia en que se trascenderá el capitalismo mediante la colectivización de los medios de producción, ha muerto como proyecto político… En sus menos de dos siglos de vida, el comunismo ha sido el fantasma que recorría Europa en el siglo XIX, la ideología que ha gobernado la vida del mayor número de personas en la historia en el siglo XX…y un cadáver político en el XXI.” Por otra parte, “La socialdemocracia, la creencia de que es posible reformar el capitalismo…para que su funcionamiento eleve las expectativas de vida de los trabajadores, está en caída libre en buena parte de Europa…” (Barragué, Borja, 2019, p. 9). Los diversos socialismos parecen andar de capa caída y, finalmente, la lógica neoliberal que, aunque con cierta expansión, no parece haber encontrado caminos ciertos para constituirse en respuesta pertinente. Así pues, un presente ideológicamente confuso y sus formas sociales dominantes parecen consolidados, aunque esta vez sea más por ausencia de alternativas que por los resultados de lo que se ejecuta.
Al anterior panorama es inevitable añadir la seria cuestión del cambio climático y su impacto en la región latinoamericana y caribeña pues como se sabe, una de las expresiones más dramática de la pobreza regional es la exposición a los problemas ambientales por parte de los más pobres. Así, “…se prevé que el cambio climático afectará de forma directa y significativa a las personas más pobres, debido a que carecen de servicios básicos y de salud, son más dependientes de los recursos naturales como medio de subsistencia y tienen menor acceso a la tecnología y los recursos financieros necesarios para la adaptación.” (Bárcena, Alicia, 2016, p. 45).Sin duda ha habido avances, aunque los desafíos sean inmensos. Esta vuelta a la política debería servirnos para consolidar lo construido, clarificar los horizontes y avanzar en su dirección con la firme decisión de adecentar la política para construir vida buena para todos.