No es la primera vez que me refiero a las debilidades políticas que, sin ser necesariamente la intención de todo el sector político, podrían empujarnos hacia lo que se ha denominado: “confuisiocracia”. Como ha sucedido en muchos países, incluso en algunos con tradiciones y niveles educativos considerados superiores. Que con determinados niveles de desarrollo y cierta institucionalidad democrática, han descendido de nivel.
Todo, porque buena parte de las directrices políticas como los diferentes estamentos donde se toman las decisiones y se establecen los canales de conducción, no han actuado con verdadero espíritu democrático, ni han respetado la institucionalidad.
En buena parte de nuestra América morena, determinadas formas de proceder, inconcebibles para algunos, han sido provocadas por actitudes grupales o personales. Alimentadas por pasiones o confusión. Pretendiendo acomodar las situaciones a sus propios criterios o conveniencias. Aplicando metodologías confusas incluso para ellos mismos.
Actuaciones de esa índole han ido regando semillas de dudas y abonando los terrenos de la incredulidad en el sistema que les ha servido de peldaño a muchos de los actores o dirigentes. Cambiando según la posición en que se encuentren, ya se, arriba o abajo. Pero de alguna forma creando el ambiente para que la cosecha sea contra la propia democracia.
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Las actitudes de inobservancia a los principios democráticos, van creando en la población la idea de que la Constitución, las leyes y los reglamentos son para violarlos. Y aunque voces independientes con autoridad política y moral lo denuncian o adviertan, no compensan la situación cuando los propios actores políticos actúan de forma confusa.
Por esas razones se recomienda que los organismos árbitros de los sistemas democráticos, deben estar dirigidos por personas libres de sospechas partidarias. Para que cuando se tomen algunas decisiones, no muevan a suspicacias, ni en los gobiernos, ni en la oposición ni en la población.
Los partidos mayoritarios cíclicamente reclaman claridad en los procesos, pero no siempre han actuado de esa manera. Porque hay que organizar las elecciones y ponerle atención. No por proceder de una demanda interesada, sino porque así lo exigen la prudencia y la limpieza de los procesos electorales. Pues la democracia está por encima de los intereses partidarios. Y quienes se benefician de ella, pero a su vez reniegan de ella, no pueden llamarse demócratas.
Algunos podrían entender que es un asunto puramente gubernamental, pero no es así. Los Gobiernos tienen indudablemente influencias. Pero en materia electoral son los propios partidos en concordancia con los organismos organizadores de los procesos electorales, quienes tienen el deber de contribuir a solucionar los conflictos y no dejarlos en manos de los que no están organizados. Estos, como las organizaciones civiles, lógicamente cuentan con capacidad y deseos, pero son los partidos los responsables directos de mantener y sostener los procesos y la democracia.
Porque aunque la gente vota, en algunos países con reserva, si se permite que los mecanismos institucionales se debiliten, es la democracia la que sufre. Y en vez de gobiernos civiles y congresos, esas mismas cúpulas quedarían expuestas. Todo porque lamentablemente hay quienes confunden democracia con “confusiocracia”.