Es muy posible que las generaciones de las últimas tres décadas no sepan lo que fue la llamada década perdida en la región América Latina y el Caribe. Fue la década de los 80, siglo pasado, y el término se popularizó para describir el estancamiento económico y social que afectó a la región, dejando un impacto duradero en la historia y desarrollo de la mayoría de los países.
Su legado fueron crisis económicas, conflictos políticos y sociales, y tensiones sociales. Varias razones contribuyeron a este fenómeno, siendo una de las principales la crisis de la deuda. A finales de la década de 1970, muchos países latinoamericanos habían acumulado grandes deudas externas debido a préstamos internacionales y tasas de interés crecientes. Cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos aumentó sus tasas de interés a principios de los años 80, con el propósito de controlar la inflación, los costos de los préstamos para los países latinoamericanos se dispararon, lo que llevó a un aumento exponencial en sus deudas. En ese contexto, los países no pudieron cumplir sus compromisos y eso condujo a la crisis de la deuda.
Esa crisis, considerada como la más seria en la historia de América Latina, condujo a la implementación de políticas de ajuste estructural impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con el propósito de estabilizar las economías y garantizar el pago de la deuda. Las consecuencias de esas políticas fueron desastrosas para la mayoría de la población.
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Sus efectos se expresaron en una reducción del crecimiento económico. El crecimiento promedio anual de la economía latinoamericana fue de 1.5%. Si se le resta el crecimiento promedio de la población en esos años, que fue de 2.1%, entonces el crecimiento de la producción per cápita fue prácticamente negativo. Los ingresos públicos se desplomaron, el desempleo aumentó a niveles alarmantes y la inflación redujo el poder adquisitivo de la población.
Durante ese periodo, disminuyó la inversión en educación y salud, impactando en el largo plazo el capital humano de la región y la capacidad de los países para competir en el mundo globalizado que emergía en esos años. Según la CEPAL, entre 1980 y 1990 la pobreza aumentó de 40.5% a 48.4%, una verdadera catástrofe social.
En el caso de República Dominicana, la crisis de la década de los 80 se expresó en un bajo crecimiento de la economía, apenas 2.4%, lo que significó crecimiento cero, dado que el crecimiento promedio de la población fue 2.4%. Por esa razón, la producción de bienes y servicios del país en 1990 fue prácticamente inferior a la de 1981. En 1980, la deuda del sector público no financiero representó el 14.9% del PIB; para 1990 se había encaramado al 83.7% del PIB. Esa situación forzó a la adopción de una serie de medidas, incluida la renegociación de la deuda externa. En términos sociales, todo se deterioró y la pobreza llegó a niveles nunca vistos.
Por todo lo anterior, la década de los 80 representó una década perdida para el desarrollo de la región latinoamericana.
Lo explicado anteriormente viene a colación para llamar la atención sobre el hecho de que América Latina y el Caribe acaba de vivir otra década perdida. En efecto, entre 2014 y 2023, la región latinoamericana mostró un desempeño inferior al de los años ochenta en términos de crecimiento: apenas 1%, peor que 1.5% de los años 80s. Esto, explicado por el pobre desempeño de Argentina, que durante esos años tuvo un crecimiento negativo (-0.04%); de Brasil, -0.6%; Ecuador, con -0.7%; Jamaica, -0.8%; y Venezuela, -10.7%. También, México, con -1.5%; Chile, -1.9%; y Uruguay, -1.3 por ciento.
Los problemas políticos que ha confrontado la región en los últimos años están, en gran medida, determinados por su pobre desempeño económico. En ese contexto ha sido notable como los habitantes del continente han ido perdiendo la fe y la confianza en la democracia, dando lugar al surgimiento de corrientes populistas y autoritaria.
Pero la situación sigue siendo preocupante. Las proyecciones económicas para los años que vienen en la región son nada halagüeñas. La volatilidad de los precios de las materias primas y el pobre desempeño del comercio mundial atenta contra el desempeño de la región.