La vocería que concita aplausos y motiva alianzas coyunturales es diferente al desempeño de la función pública. La designación exige demostrar aptitud, validar discursos de competencia y virtud. La transición es escabrosa. Para justificar desaciertos, fanfarronería, algunos acuden al lugar común del violín y la guitarra.
Parece difícil, casi imposible, entender que cuando los decretos compensan la fidelidad, la acción debe validar la recompensa.
Después de autoproclamar su éxito como director General de Edesur, “la mejor en 20 años”, el fundador de País Posible, fue designado director de Intrant. Para dirigir la institución los requisitos son mínimos y el Cambio añadió la agobiante locuacidad de sus titulares más preclaros.
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La logorrea y pertenencia a organizaciones políticas diferentes al partido gobernante se agrega a las condiciones. Se podría presumir que como no pertenecen al partido oficial sus equivocaciones eximen de responsabilidad al gobierno. Bastaría con una sustitución y asunto concluido, sin embargo, los hechos demuestran lo contrario y los fallos en la gestión sirven para engrosar el listado de la impunidad y la categoría de errores subsanables.
El nuevo incumbente llegó ufano a INTRANT. Pidió declarar el problema del tránsito como “emergencia nacional”. Sin revisar los 360 artículos de la ley 63-17 de “Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial” dijo que sin la cooperación de la ciudadanía nada puede hacer y subrayó la tendencia nacional a no cumplir con los mandatos legales.
Antes de cumplir un mes en el cargo advino aquel incidente que quedará en la antología del olvido. Prefirió el mutismo frente al desafío que representó el caos provocado en el tránsito, gracias a la demostración de poder de un ciudadano que había anunciado el desastre.
Los reclamos se sucedían hasta que el director compartió su versión de los hechos. Hizo afirmaciones incómodas, impropias del paraíso ético. Reveló que nunca había sido suspendido el contrato para “La Modernización, Ampliación, Supervisión y Gestión del Sistema Integral del Centro de Control de Tráfico y la Red Semafórica del GSD», suscrito por Intrant con la empresa Transcore Latam y le imputó a la empresa la autoría del caos. Ahora prefiere el parloteo, anunciar pactos, más que reavivar el “Consejo de Dirección del Intrant” y el “Observatorio Permanente de Seguridad Vial”. Con saldos de espanto que colocan nuestras vías en la cima de la peligrosidad global y el trajinar urbano convertido en un purgatorio, continúa el zigzagueo oficial. Y en el vórtice de la desesperación, el desparpajo. El director, convencido de su genialidad sugiere como panacea al tormento cotidiano el uso de GPS y salir una hora antes para llegar al lugar previsto. La boutade obliga la mención constante del locuaz director cada vez que permanecemos atascados y amenazados por las hordas motorizadas, por las voladoras compitiendo para lograr un pasajero, por los camiones y patanas excediendo los límites de velocidad, con sus peligrosas cargas sin protección. La propuesta encubre la convicción de impotencia, como si la memoria del académico evocara a Dante Alighieri. Por ahora, “dejad toda esperanza”, salga 3 -no 1- horas antes, para llegar a ningún destino