Del Comité de Resistencia Interna al Movimiento Clandestino 1j4

Del Comité de Resistencia Interna al Movimiento Clandestino 1j4

El 6 de enero de 1959 es una fecha particularmente importante en la cronología histórica catorcista. Como lo explica Leandro Guzmán en su libro De espigas y de fuego, “todo lo que ocurrió después se concretó en aquel momento”. Ese día, en la residencia de Guido D´Alessandro Tavárez, sobrino de Manolo y cuñado de la esposa de Ramfis Trujillo, tras un recuento de los antitrujillistas conocidos, se visualizó la factibilidad de emprender la lucha. Minerva Mirabal expresó: “antes de que nos retiremos debemos asumir el compromiso de convencer a nuestros amigos e identificados de que debemos organizarnos en nuestras zonas de influencia y pasar de las palabras a las acciones para derrocar a esta tiranía”, según narra Guzmán. Desde ese momento, los presentes en aquel vital encuentro emprendieron la acción rebelde en un ambiente en el que cada palabra podía ser potencialmente peligrosa, y cada paso debía ser calculado tal como lo indicó, Josefina Ricart, esposa de Guido, quien luego de sacar a los mozos que brindaban el almuerzo en su casa, exclamó: “Señores, ustedes están jugando con candela”.

Conscientes de la necesidad de mantenerse en las sombras, los primeros dirigentes conformaron una estructura clandestina que se reunió la semana siguiente en Santiago donde quedó conformado “el primer Comité Gestor Provisional de la Resistencia Interna […] integrado por Manolo Tavárez, Aurelio Grisanty (alias Cayeyo), Miguel y Jorge Lama Mitre, Abel Fernández Simó y Luis Antonio Álvarez Pereyra”.

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Este núcleo fundacional se preparó para enfrentar las adversidades de conspirar en un entorno de represión extrema. El historiador Roberto Cassá señala que: “Hasta 1958, la dictadura tuvo éxito en mantener la dosificación del terror necesario para contener las ansias opositoras. Se había interiorizado una psicosis en el colectivo nacional. Quienes se aventuraban a alguna acción, temían más una delación que ser descubiertos por los servicios de espionaje. Era generalizada la creencia de que todo aquel que osara desafiar el orden de una u otra manera, tarde o temprano, caería fatalmente. Precisamente, uno de los mecanismos que sostuvieron ese estado de postración consistió en el estímulo de la desconfianza visceral hacia el prójimo aún fuera familiar cercano en no pocos casos las parejas de esposos”.

Ciertamente, desafiar al régimen no solo debía ser a través de la valentía de sus miembros. Era necesario desarrollar una organización meticulosa, con una estructura ingeniosa que les permitiera hacer posible la lucha desde la clandestinidad. Fue así que comenzaron a crearse las primeras células secretas en la línea noroeste. Cada núcleo estuvo compuesto por un reducido grupo de miembros cuidadosamente seleccionados por Manolo Tavárez, quien confiaba en la lealtad y la discreción de sus integrantes. Dichos núcleos se nutrieron, en un primer momento, de individuos que estuvieron vinculados (en su gran mayoría) a la Juventud Democrática, cuyo compromiso con la causa antitrujillista estaba a prueba. Al respecto, Cassá explica que “si no todos se incorporaron a la naciente entidad se debió a que algunos seguían sometidos a estricta vigilancia y al expreso diseño de Tavárez Justo, conocedor directo de muchos de ellos, de posponer el ingreso de los veteranos, confiando en que eran más seguros, aunque más peligrosos por estar quemados”. Es evidente que para minimizar los riesgos de infiltración y garantizar la continuidad de la resistencia, en caso de arrestos o represión, se implementaron diferentes tácticas y estrategias que permitieron evadir los mecanismos de control y vigilancia del régimen. Así pues, para limitar el conocimiento sobre las actividades y articulaciones con otros grupos, Manolo y Cayeyo dirigieron estratégicamente el movimiento y tomaron decisiones a título individual, tal como subraya Cassá, quien le atribuye a ambos dirigentes haber sentado “propiamente las bases de la dinámica que llevó a la formación del 14 de Junio”.

A medida que iba creciendo el movimiento de resistencia interna, a través de Radio Rumbo en Venezuela se iba anunciando los esfuerzos unitarios por parte de los exiliados para materializar una expedición armada en diferentes puntos de la geografía nacional. Esto llevó a Leandro Guzmán, durante la Semana Santa de 1959, a recorrer varios territorios montañosos en la Cordillera Central (Jarabacoa, Constanza y San José de Ocoa), en la Cordillera Septentrional (Montellano) y en la provincia Duarte (Loma de Quita Espuela), en busca de zonas estratégicas para apoyar los esfuerzos insurreccionales.

En virtud de la premura con la que actuaron desde el exilio los dirigentes del Movimiento de Liberación Dominicana, estos no contaron con bases internas de apoyo, por lo que el Comité Provisional no pudo hacer nada ante el desembarco de los expedicionarios del 59, al carecer de medios y entrenamiento para ayudarles. No obstante, el impacto de la expedición repercutió considerablemente en el seno de la organización clandestina en el país, la cual decidió, el 17 de junio de 1959, “que la lucha debía continuar y se adoptó el acuerdo de ampliar a Santo Domingo y otras ciudades el movimiento, lo cual colocaba a nuestra organización más allá del Cibao central y de la región noroeste”, según relata Leandro Guzmán.

La estructura organizativa del Comité de Resistencia Interna, pudo esquivar durante meses la maquinaria de inteligencia y caliesaje de Trujillo. Fue esa capacidad de adaptación y de disciplina de sus miembros para mantenerse operando en la clandestinidad, cualidades fundamentales para luego alcanzar las dimensiones nacionales que tendría el futuro Movimiento Clandestino 14 de Junio, tal como veremos en la próxima entrega.

Dr. Amaurys Pérez, Sociólogo e historiador UASD/PUCMM

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