Del primero de los negros al primero de los blancos

Del primero de los negros al primero de los blancos

Rafael Acevedo Pérez

Toussaint Louverture le escribió a Napoleón una misiva que iniciaba: “Del primero de los negros al primero de los blancos”. Entre los héroes y valerosos hombres que lucharon por la independencia de Haití había descendientes de reyes y jefes de tribus africanas. Casi todos los pueblos tienen sus leyendas, héroes, y acaso redentores. Y también sus malhechores.

El orgullo, como sabemos, es un fenómeno muy general, un mecanismo de defensa y de automotivación, y hasta de autocomplacencia, en cualquier grupo humano y para cualquier individuo por más bajo y atrasado que sea su estatus y condición social.

En un colmado presencié que un niño y un adulto de piel oscuras discutían. Claramente, el hombre, con tono de burla le dijo al niño: “Tú eres negro igual que yo”. A lo que el niño respondió: “Pero tú eres haitiano y yo soy dominicano”.

Puede leer: Dios, Patria y Libertad: ¡seriamente amenazados!

Muy similar a lo que cuentan de una discusión entre nuestro admirado el gran Ricardo Carty y el gran Hank Aaron, beisbolista de los Estados Unidos. Aparentemente, Aaron, que no comprendía ni toleraba el legendario orgullo personal de Carty, le gritó: “Tú no eres sino un negro”; a lo que Carty respondió, “ Un negro… eres tú. Yo soy un dominicano”.

Como se puede observar a menudo, en el “ser dominicano” es donde suele estar la diferencia.

Este sentimiento de personalidad y nacionalidad del dominicano tiene una larga historia de codicias, abusos, abandonos, invasiones y de gloriosas batallas. Se trata en gran medida de un orgullo construido con muchos abusos y sufrimientos, coronados por hazañas patrióticas.

Pero el orgullo nacional es un fenómeno muy generalizado que, aparentemente, tiene un mayor componente cultural y étnico especialmente cuando ha habido conflictos territoriales entre países vecinos.

Argentina, Perú, Bolivia, Chile exhiben con alguna frecuencia esas actitudes. Ocurre también entre regiones, y ciudades “rivales”, a menudo por competencias deportivas.

Pareciera excepcional el caso de los bonaerenses. Personalmente, me costó muchos años figurarme de dónde procede tanto orgullo. Solo pude entenderlo cuando leí en una revista, que el célebre André Malraux se refirió a Buenos Aires como: “La capital de un imperio que nunca se realizó”. (Orgullo de lo que quisimos ser).

El orgullo nacional generalmente tiene poco que ver con la raza. Y los países o regiones donde no ha habido conflictos entre los colonizadores con indios o negros, no surgieron prejuicios hacia estas etnias.

Una profesora de Valparaíso nos contaba sobre la pareja jamaiquina que se quejó al director, porque su hijo tuvo que dejar de salir al recreo porque le gritaban ¡Negro! ¡Negro!

Que cuando interrogaron a los demás niños, estos lo admitieron enseguida. Solo que a quien voceaban “negro” era al compañero del equipo que distribuía los pases de la pelota en la cancha.

En Chile llegamos a envidiar a nuestros compatriotas negros porque las muchachas los detenían en las calles y los preferían en las fiestas. Algunos de ellos no llegaron a graduarse de tanto disfrutar esa admiración y belleza de las chilenas.