Me cuento entre los convencidos de que estamos viviendo una crisis de autoridad donde la ley y los que la representan inspiran muy poco respeto, y la mejor muestra, y sin duda también la más palpable, la vivimos todos los días en el caos en que se ha convertido el tránsito, fiel reflejo de nuestro desprecio por la ley y el orden tan necesarias para la sana y respetuosa convivencia social.
Por eso vemos que los delincuentes son cada vez más audaces y desafiantes a pesar de los intercambios de disparos con los que, inútilmente, se trata de dar una solución cosmética y superficial a un problema con raíces muy profundas en la desigualdad social que lastra nuestro desarrollo. Un buen ejemplo son los cuatro individuos que se presentaron a la empresa Aro y Pedal, en el Distrito Nacional, con la intención de retirar 260 bicicletas de diferentes tipos y tamaños, para lo cual presentaron una orden de compra sustentada en un cheque falsificado de una importante industria local por un monto de RD$995,651.30. Los cuatro fueron apresados por agentes del Departamento de Falsificaciones de la Policía Nacional.
Puede leer: Los muertos no hablan
Hay otro tipo de delincuente que nunca caerá en un intercambio de disparos, al que la justicia llama de cuello blanco, que tiene mucha más suerte; tanta, que ni siquiera es considerado como tal, como si hubiera una relación inversamente proporcional entre la cantidad de dinero que te robas, sobre todo si proviene de las arcas públicas, y la gravedad del delito. Es lo que tal vez explica que corruptos notorios y conocidos del pasado, aunque sin sanción penal, nos estrujen en la cara sus fortunas mal habidas, y hasta es probable que su inspirador ejemplo consiga aplausos y reconocimientos.
Pero hay algo peor todavía: ninguno de esos delincuentes de cuello blanco tenía un perfil sospechoso, como no lo tienen los que hoy tratan de seguir sus pasos, ni tampoco los que vendrán mañana atraídos por el dinero fácil y la ausencia total de consecuencias.