Ha sido un espectáculo vergonzoso y muy poco edificante, a lo que también habría que agregar que completamente inútil, pues será muy difícil que senadores y diputados, actualmente enfrentados por los privilegios que reciben unos y otros a cuenta del Presupuesto Nacional, renuncien por voluntad propia a sus barrilitos, cofrecitos y exoneraciones.
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Que hayan metido en esa discusión a los distintos sectores que se benefician de exenciones fiscales es solo otro argumento para justificar su resistencia a renunciar a esos beneficios, que tenemos que llamar de esa manera cuando consideramos que para estar en condiciones de competir por un diputación, por ejemplo, hay que invertir un mínimo de 10 millones de pesos, cifra que según entendidos puede llegar hasta los cincuenta millones. Si hay que hacer una inversión tan cuantiosa quiere decir que su rentabilidad está asegurada, lo que convierte la política en un buen negocio en el que no todos los ciudadanos pueden participar, ya que además de estar en pleno disfrute de su derecho a elegir y ser elegido debe disponer de recursos millonarios o, en su defecto, de un inversionista dispuesto a financiar su candidatura, lo que por supuesto no será a cambio de una sonrisa.
Lo que estanos presenciando en el Congreso Nacional, insisto, es un feo espectáculo, y como tal podemos repudiarlo y rechazarlo y así hacérselo saber a sus protagonistas. Y la mejor forma de hacerlo es con nuestros votos el día de las elecciones, pero por desgracia la mayoría desconoce todavía que tiene en sus manos un arma poderosa que debe aprender a utilizar en su propio provecho, no de los que les compran esos votos a precio de ganga. De esa manera los únicos que se benefician son los políticos, que no solo se dan el lujo de servirse con la cuchara del dinero público, del que aportamos los contribuyentes con nuestros impuestos, sino que se atreven a considerarlo un derecho adquirido que pueden defender con insultante desparpajo.