El sistema político moderno no puede concebir el concepto de democracia sin el componente de la representación, es por ello que se ha insistido en la búsqueda de mecanismos de legitimación política y se ha configurado de manera inseparable los términos de democracia representativa. Lo cual se extrapola mas allá con las incidencias de los movimientos sociales y grupos de presión, que prefieren llamarla democracia real por el reclamo de las deficiencias del sistema democrático tradicional.
Es difícil pensar en la democracia sin de forma deliberada inducir a la representación política, materializada en los mecanismos de participación de la ciudadanía, ya que la representación necesita de una duplicidad en la cual manifestarse, integrada por dos perspectivas distintas: a) la formalista, que refiere a la representación como autorización, acuñada por Thomas Hobbes, y vista como la capacidad para actuar en nombre de otro, y b) la representación como responsabilidad, que atribuye al representante la obligación de rendir cuentas por ante sus representados.
Por otro lado, la representación en sentido descriptivo, exige que la composición del parlamente o el congreso sea proporcional a la nación que se representa. Esto es comúnmente denominado como representación proporcionalista. Sin embargo, la representación simbólica le atribuye al representante un símbolo por el cual se representa, por ejemplo: presidente, vicepresidente, senador, diputado, alcalde, regidor, jefe de gobierno, primer ministro, entre otros.
Hablar de representación política tiene implicaciones y dificultades que se reflejan entre el ideal de alcanzar la satisfacción de los intereses de los representados, y el logro, muchas veces distante, entre lo realizado y las expectativas de los representados. Es por ello, que la democracia representativa, como búsqueda de legitimación política, además de pendular con el balance entre los grupos de intereses, representantes, representados, gobierno, sociedad civil, movimientos sociales, grupos de presión, entre otros, conlleva la concertación del bien común.
Es por ello, que analizar los insuficiencias y debilidades de la democracia representativa es un ejercicio memorable que nos puede guiar a mejorar los mecanismos de veeduría y monitoreo social, la determinación del interés colectivo o el bien común y la mejora de las instituciones políticas.
Los desafíos de la democracia representativa, aun por superar son: el sufragio libre y transparente, ello implica elecciones limpias con garantías de que la soberana decisión de los electores no sea vulnerada; la democracia interna, la pluralidad y el valor político de la discrepancia en los partidos y organizaciones políticas; fortalecer la labor de fiscalización, control político y rendición de cuentas de los órganos legislativos (Congreso o Parlamento), además, de que este constituya el lugar por excelencia del debate político, y la concertación de los asuntos relevantes para la nación; y mejorar la relación entre ciudadanos-electores y sus representantes, lo cual implica valorizar las opiniones y demandas colectivas.