Tras el escándalo, que no sorprende porque RD es la tierra que convierte lo inaudito en cotidiano, cabe preguntar cómo operaba -con infinita tranquilidad- el Centro de Terapias Neurocognitivas y Psicopedagógicas Kogland si su propietaria no tenía un exequátur válido pero tampoco el permiso de Salud Pública.
El caso de Elizabeth Silverio Sillien de Báez no es aislado. Recordemos al “doctor” Pedro Antonio Fermín, quien ejerció por más de 20 años sin terminar la carrera y trabajaba como encargado del programa de tuberculosis del Hospital de Villa Duarte, donde además consultaba.
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Lo de la habilitación y el ejercicio de la medicina parece, aunque es extremadamente grave, un relajo. Más aún cuando vemos que Nuria Piera encontró la “fórmula mágica” para descubrir a los usurpadores mientras el Ministerio de Salud no es capaz de regularse a sí mismo.
Tras el desastre, queda pensar qué pasará con los niños que iban a ese centro y están ahora en el aire. ¡Con lo difícil que es para ellos encontrar donde estudiar y atenderse! Esa, en realidad, es la génesis del problema: en un país en el que cuesta tanto integrar y tratar a niños con TEA las familias pueden ser presas fáciles de quienes les ofrecen soluciones. El desamparo es un terreno fértil para el engaño.