Daniel Ortega combatió tanto a la familia Somoza que terminó igualándolos. Fidel Castro incurrió en los excesos propios de Fulgencio Batista. El chavismo transitó el camino de la clásica partidocracia venezolana.
Y es muy sencillo: aunque resulte coyunturalmente victorioso, una fuerza política y/o un dirigente termina perdiendo su rumbo y sentido de la historia cuando calca la conducta de sus contrarios.
En el país, lo trágico para sus relevos o adversarios en materia del discurso contrario a Joaquín Balaguer, reside en la enorme vocación por reproducir sus yerros. Pasan del análisis puro y simple, argumentando que los resultados justifican cualquier desvío.
Puede leer: Baloncesto y barrios
Y no es así, porque la sociedad de tres o cuatro décadas atrás posibilitaba excesos y desbordamientos en la conducta oficial. Ahora, nada es tan frágil como el ejercicio del poder y enormemente poderoso como la capacidad de impugnación de los ciudadanos.
Cooptación por la fuerza del presupuesto profundiza la noción de iguales. De ahí lo urgente de estructurar políticas aliancistas alrededor de un cuerpo de propuestas en capacidad de borrar la cultura del “toma y daca” de organizaciones emergentes adictas al poder y siempre dispuestas al acomodo del discurso. No es colocar al aspirante en el centro de situaciones aberrantes sino educar a los exponentes de la clase política sobre los rieles de posturas insostenibles en pleno siglo 21.
A los liberales dominicanos les fascina desdibujarse desde el Gobierno. Inclusive, la vocación pragmática lo único que revela es la inconsistencia de sus planteamientos y la fatal maldición de arrodillarse ante el erario.
Los periodos electorales constituyen la materia prima de giros y posicionamientos que no guardan relación con la serenidad y sentido común.
Ayudar una causa política no es sinónimo de renunciar a sus convicciones. Aquí, en cualquier esquina la gente sabe del ejército de rufianes siempre dispuestos a saltar cualquier resquicio de coherencia.
No obstante, sin entenderlo en el calor de la faena partidaria, la nación requiere de juicios críticos con sentido constructivo porque subirse a la guagua de objetivos partidarios sin intentar mejorar y modificar posturas incorrectas, resulta catastrófico.
¡No es saludable desdibujarse!