Todo comenzó con el auge de la industria azucarera en el umbral del siglo XX, cuando los modernos centrales norteamericanos se percataron de que les era más rentable traer trabajadores temporeros desde Haití sin derecho a reclamar, pues los isleños “cocolos” exigían mejores salarios y estatus igualitario con cierto apoyo de la entonces poderosa Inglaterra.
Con los años y el avance de la “doctrina del Gran Garrote” norteamericana, se impulsó una Ley de Registro de Tierras que hacía obsoleta la propiedad de los “pesos de tierra” desde tiempos de la Colonia. El Gobierno Interventor impuso en 1919 una Orden Ejecutiva que estableció la prohibición de que hubiera inmigrantes que no fueran de raza caucásica, en un país con mayoría de mulatos y negros. ¡Qué ironía!
Desde entonces los trabajadores haitianos pasaron a ser mercancías de los ingenios a quienes remuneraban como temporeros, casi con una porción de mieles y vales para comprar en bodegas propias de sus asociados árabes, los que debían regresar al finalizar la zafra.
Ese sistema estuvo reforzado ideológicamente por la élite dominicana que era alimentada por el poder ocupante, representada por oficiales de la Infantería de Marina provenientes de los antiguos estados esclavistas del sur norteamericano; que también estaban en Haití.
Trujillo, influenciado por esa ideología dominante, ante denuncias de robos de ganado en la frontera por los vecinos del Oeste, y con los resentimientos por la dominación haitiana de la primera mitad del siglo XIX, provocó una masacre contra los haitianos y los negros cerca de la frontera, que detuvo temporalmente las entradas de haitianos; aunque el tirano terminó adquiriendo los ingenios y se convirtió en el principal empleador y protector en los hechos de esa peculiar industria con la explotación del trabajo haitiano con costos mínimos, lo que se continuó con pocos cambios bajo el dominio de los Doce Años de su ex funcionario Balaguer.
En los años sucesivos y con las apetencias de empleadores y militares, el trabajo haitiano se extendió a los demás cultivos, y luego en la industria y servicios de los trabajadores haitianos; mientras que Estados Unidos abrieron las compuertas de la inmigración a dominicanos en su territorio tras su intervención militar de 1965, como una forma de quitarle presión política al régimen balaguerista.
Hoy, mientras solo en los Estados Unidos hay más de millón y medio de dominicanos, nativos o de primera generación, otros tantos de haitianos ocupan su lugar y crean otros espacios en el territorio nacional.
Los salarios que reciben los trabajadores que logran emplearse, son sencillamente vergonzosos, pues no ganan ni para quitarle el hambre a su familia y con escasísimos servicios públicos. El patrimonio de las cúpulas políticas y económicas crece constantemente, mientras “ejemplifican” su nacionalismo quitándole la ciudadanía a dominicanos de ascendencia haitiana con hasta 86 años de vida en el país.
Esta es una situación que si no se le busca remedio terminará de explotar en graves conflictos internacionales y en el deterioro nacional, destruyendo lo poco que se ha alcanzado en los últimos 50 años; lo que será motivo de una próxima reflexión.