La historia nos enseña que las mayores convulsiones del capitalismo contemporáneo del siglo XX, me refiero a la Gran Depresión de 1930 y a las dos guerras mundiales (1914-18 y 1939-45) provocaron un nuevo orden económico mundial.
Que los Estados Unidos, como la superpotencia vencedora de la Segunda Guerra Mundial, en julio de 1944 convocó en Bretton Wood a los países aliados para aprobar nuevas reglas (comerciales, financieras y monetarias) del juego mundial. Como producía la mitad del carbón mundial, dos terceras partes del petróleo, más de la mitad de la electricidad y dueña de la mayor cantidad de maquinarias, equipos, armas, barcos, aviones, ferrocarriles, en las negociaciones terminó como acreedor y perdedores la mayoría de los países.
Ahora una cadena de hechos mantiene en cuidado intensivo a la segunda globalización mundial. Me refiero a la Gran Recesión de 2008, a la que está en curso como consecuencia de la crisis sanitaria de covid-19, y al enfrentamiento EEUU-China por la hegemonía mundial. El problema es que ahora no hay un claro ganador del pleito, que ponga sobre la mesa el nuevo orden, que evite los costos que pagan economías pequeñas y medianas como la nuestra.
Trump, que no baraja pleito, sin consenso internacional intenta desmantelar el sistema multilateral construido al término de la Segunda Guerra Mundial. Lo que ha logrado es invertir los papeles, los Estados Unidos, el defensor a ultranza del libre mercado, de la iniciativa privada, apostando por un nuevo proteccionismo, y China, campeón del centralismo, del control de la economía y la política, hablando de apertura de los mercados.
Mientras avanza la desglobalización que reduce el crecimiento de las economías, los dominicanos debemos tener claro que ha perdido relevancia la lucha por ver quién produce más barato. Y si, además, consideramos que el proteccionismo nunca ha dejado de existir en productos agrícolas y textiles, tenemos la experiencia del DR-Cafta con los Estados Unidos, para proteger nuestra economía se debe diversificar la matriz productiva con contenido nacional, encadenamientos con pequeñas y medianas empresas, lo que se logra retomando la política industrial que abandonamos hace muchos años.
El discurso de los partidos políticos debería ser industrialización como eje del desarrollo, en la primera etapa orientar la política hacia adentro por voluntad propia, no forzado como en la primera y segunda globalización. Parar la desindustrialización, las estadísticas reportan que la manufactura local, que incluye alimentos, bebidas, productos de tabaco, refinación de petróleo y químicos, entre otros, ha reducido su participación en el PIB, de 13.5% en 2007 a 12.4% en 2012 y 11.4% en 2019. Hay que cambiar la orientación.
No se trata de regresar a la teoría de CEPAL bajo Raúl Prebisch a fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta del siglo XX, en vano intentó redefinir la división internacional del trabajo y no pudo combinar sustitución de importaciones con promoción de exportaciones e integración regional. Lo que recomiendo es consensuar una política industrial que apoye la producción agrícola, genere empleo urbano, reduzca el empleo informal y la pobreza. Que a diferencia de la Ley No. 299 de 1967, propicie una distribución equitativa de los beneficios de la industrialización.