Llegar a la última estación de la vida esperando la recompensa, el respeto, el reconocimiento y consideración de los que algún día llegarán a ser adultos mayores; esa es la última esperanza del envejeciente que ha tenido que hacer el recorrido de la juventud, la adultez y la madurez. Significa que ha tenido que trabajar, luchar, construir, aportar, y permitir que, otros se desarrollen y el país crezca y se fortalezca.
La esperanza de vida ha aumentado y el desafío es llegar a la vejez; el resultado no es nada halagüeño ni esperanzador; debido de que al envejeciente le dan la espalda, le niegan todo tipo de derecho, lo despojan de la dignidad, del honor y de la solidaridad. Cuando no lo abandona la familia, lo abandona el Estado; se han muerto los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo y, a veces, la pareja.
En la vejez se ve de todo, se vive todo, desde lo financiero, a lo emocional; desde el desapego al irrespeto. Es la última estación de la vida donde se espera por la gratitud, el acompañamiento y el apoyo por todo lo que se ha entregado. La indiferencia del adulto y los jóvenes contra el envejeciente es, la propia angustia y agonía del temor a envejecer, y al mismo tiempo, el deseo de llegar a la vejez, en condiciones mejores que los ancianos del presente.
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El tema del envejeciente lo he compartido con Don Freddy Yabra, un adulto mayor sensible y familiar con la problemática de los envejecientes.
Refiere, ¿Cómo es posible que se le cobre impuesto al envejeciente? ¿a quién le cabe en la cabeza que un envejeciente tenga que pagar impuesto de ahorro, el 10 por ciento de un certificado o el alza de los medicamentos, los alimentos, viajes, cine o teatro? Solo las sociedades humanizadas, solidarias y altruistas, la que miden el bienestar y felicidad a través del PIB de un país; presupuestan parte del gasto social en los envejecientes.
Ni la Ley 18-88, ni la 352-98 sobre protección de la persona envejeciente, son funcionales, ni aplicable, ni gerencian, ni garantizan la protección a la vejez.
La vejez está estigmatizada, descuidada y con pobre apoyo social e institucional.
El maltrato al envejeciente se vive por todos los lados: financiero, emocional, psicológico, social y espiritual; hasta físico por parte de algunos familiares.
La sociedad civil no marcha por el envejeciente, no se alzan pancartas ni se dan discurso, tampoco se hacen paros ni se desarrollan debates políticos, congregacional, académicos, ni religiosos.
La vejez es una temática no consensuada, un silencio prolongado y negado en el espíritu de los políticos y actores sociales; debido a que saben que al envejeciente le queda menos de lo vivido, que ha perdido funciones vitales, que el espíritu de lucha está dormido y va de regreso, cuando otros empiezan.
Una sociedad se respeta cuando valora y reconoce al que dejo la piel y el sudor para transformarla y levantarla. Cincerón decía: “llegar a la vejez pobre, sin familia y en soledad es una desgracia.” Pero llegar enfermo, sin seguridad social, pagar impuesto de una casa y penalizar el ahorro o el certificado, la medicación y los alimentos, es la peor desgracia.
Freddy, como muchos envejecientes de ahora, está sintiendo la desprotección, el abandono y la falta de políticas públicas comprometidas con la vejez y el envejeciente.