Bajo los fuertes efectos de una pandemia que se resiste a desaparecer y de las consecuencias de un delirio bélico de Vladimir Putin, mucha gente ha estado obligada a apretarse el cinturón; mientras en agudo contraste algunos sectores cobran visibilidad por actuar como si el agua no amenazara con llegarles al cuello… y parecería que ¡no! Serían la excepción a ojos de una opinión pública intranquilizada por el panorama mundial con repercusiones negativas que a estas playas arriban.
Brilla luz desde las mediciones al comportamiento de la economía nacional con notas macroeconómicas favorables expedidas por organismos multilaterales cuidadosos en empaquetar bien sus preocupaciones medio ocultas sobre la espiral del endeudamiento y la baja presión tributaria que aquí permite a una parte del todo social enriquecerse sin compartir. Desde esa vigilancia al rumbo de los países, los comunicados resultan una mezcla balanceada de lo positivo y lo negativo que obliga a leer entrelíneas.
La economía mantiene tendencia a crecer, lo mismo que el empleo, y desde la perspectiva del objetivo Banco Central la inflación dominicana a junio de este año fue de 9.48%, que es considerada más que satisfactoria para lo que está ocurriendo en el resto de América Latina.
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Mientras, en la economía real y con los pies en la tierra, lo que más se ve es a un Gobierno en alerta que extiende subsidios preventivos y de apagamiento de crisis aunque tengan el resultado colateral de restar recursos para gastos de capital que dejen huellas en forma de bienes y riquezas permanentes para la República.
Su empeño mayor se presenta orientado a quitarle chispas a la pradera de la aprobación popular puesta a prueba por crispaciones sobre el costo mínimo de la vida sometido a presiones alcistas muy a tono con la situación internacional que eleva el precio de las cosas y descalabra suministros. La asistencia del Estado a sectores sociales de ingresos débiles va llegando a niveles nunca vistos en la historia dominicana.
Vuelco asistencial
A junio del año pasado el gasto social dispuesto por este Gobierno subió al 9.4% del Producto Bruto Interno (RD$471,553 millones) viniendo del 7% en que estaba en el 2019; y después hizo aparición la gran ofensiva contra las alzas petroleras internacionales con la que el Estado bloqueó, a un costo presupuestal elevadísimo, una continua transferencia a los usuarios de combustibles de los incrementos de precios que hubieran castigado con dureza los transportes públicos y privados, de carga y pasajeros, y a muchos medios de producción. Yuguló un importante factor inflacionario.
El gasto social dominicano era uno de los más bajos de la región y en ese capítulo, ahora incrementado, habría que inscribir la decisión del presidente Luis Abinader de echar a un lado el elaborado Pacto Eléctrico, legitimado por consenso, frenando el proceso de colocar la tarifa por suministro eléctrico acorde con los costos del sistema y de su ruina financiera. Muchos ciudadanos gritaron y fueron escuchados.
El Estado acentuará el pago masivo, vía el erario y los endeudamientos, de las consecuencias que trae a la economía la grave condición deficitaria de la distribución de la energía para continuar fiel a su divisa de asignar prioridad a los consumidores.
Su decisión sorprendió desconcertantemente a otros agentes del sector energético suscriptores del pacto y a especialistas independientes que confiaban en que ninguna intención populista, tan al estilo en nuestra cultura, impediría los correctivos generales pautados de urgencia para el calamitoso mercado eléctrico.
El «amorío» con los pobres de que hace galas el actual Presidente pasó a manifestarse el pasado lunes con la creación del «Bono de Apoyo Familiar» que consiste en extender a un millón de familias un pago único de RD$1,500.00 en cheques a cambiar en el Banco de Reservas; nuevo propósito de halago a las masas que reafirma el emergente desvelo del gobernante por la silla que el Doctor Balaguer apellidó «de alfileres» sin que nadie supiera en qué se basaba un reeleccionista tan contumaz que tras morir vive reproduciéndose en emuladores de nuevo cuño.
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El lado bonito
En este país las importaciones suntuarias no están restringidas ni penalizadas, lo que demuestra que las adquisiciones, de costos generalmente altos y prohibitivos para cualquier hijo de vecino, marchan como si la economía mundial, que da coletazos hacía acá, no estuviera pasando por una de sus peores gravedades.
El ascenso proverbial de las recaudaciones aduanales refleja condiciones boyantes en el marco de los consumos. No es a todo el mundo a los que se está llevando Belcebú y hasta una parte de los sectores de bajos ingresos proveen públicos gigantescos a los espectáculos multitudinarios y ramplones que nada tienen de gratis. Mucho circo aunque falte pan, llevando millones de pesos a bolsillos de tipos que berrean.
Y la demanda de bebidas alcohólicas no anda muy lejos de la demanda de medicamentos para cruciales urgencias familiares al punto de causar escasez de las cervezas «frías» por las que se entusiasman ricos y pobres, con estos últimos conservando capacidad monetaria para perseguirlas a toda costa aunque falte leche en las casas.
Las clamorosas ferias de automóviles tienen en permanente intensidad la demanda de unidades y ahora mismo los constructores de torres residenciales para clientes que tienen que percibir más de seis millones de pesos al año o no van para ninguna parte, comienzan a sentir la escasez de espacios urbanos para sus despampanantes realizaciones que causan una excesiva y contraindicada densidad habitacional que amontona existencias humanas en polígonos de los afortunados que se asientan en supuesta búsqueda de confort.
La industria de las excursiones aéreas y de cruceros que atraen a un número importante de viajeros de buenas rentas apenas tuvo contracción en el año 2020 y tiene recuperada su venta de cupos para conocer medio mundo, señal de que un sector de clase media, que es la que más impuestos paga, y de la alta que de ellos escapa, están al margen de la dureza de los tiempos plagados de pandemia y destrucción con misiles en Ucrania que aproximan al planeta a lo que Putin llamó hace poco «el juicio final».