La poesía es una chispa, fugaz como un relámpago. Intensa como una escultura, un cuento. Como todo arte, puede camuflarse y presentarse igualmente bajo los rasgos de la épica, del relato de acontecimientos íntimos, del yo.
En la Antigüedad, recordemos, la poesía épica era la manera de transmitir oralmente la tradición, hechos reales y/o ficticios pasados, verbigracia La Ilíada y La Odisea en donde se narra la guerra de Troya y el tumultuoso regreso de Ulises a Ítaca, su hogar, respectivamente; más tarde, en la Edad Media, la canción de gesta o el romance dieron origen a los relatos escritos en romance (latín vulgar) y que conocemos hoy como novela.
La poesía, esa chispa de que hablaba más arriba, debemos verla como un iceberg del que sólo emerge la punta y nos esconde una historia resumida en múltiples instantes como se presentan los versos de un poema: capturas de polisémicos instantes. Uno de los mejores ejemplo para ilustrar lo que acabo de decir es el cuento de Ernest Hemingway “The Killers” (1946), que cuenta el momento en que un hombre espera imperturbable la llegada de sus asesinos.
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La intensidad de ese momento sirvió al reconocido cineasta Robert Siodmak para contar, con el mismo título, lo que la punta del iceberg ocultaba. En ese orden de ideas Después de tanto arder, de Soledad Álvarez (Madrid, Visor Libros, 2022, 54p.) viene a ser la parte visible del iceberg que disimula esta hermosa colección de poemas.
En efecto, estos poemas de Soledad Álvarez, galardonados con el Premio Casa de América de Poesía Americana, 2022, dan cuenta de la manera cómo la poeta nos muestra la punta visible del iceberg que oculta en esta hermosa colección de poemas.
Después de tanto arder no corresponde a la apertura que la escritora había dejado en su premiada Autobiografía en el agua pero es del mismo tenor: autobiográfica. Por ejemplo, en el poema de mayor aliento de Autobiografía… “Deseo inconcluso” se anunciaba ya Después de tanto… Esto no significa una novedad pero sí una relación de continuidad que nos la proporciona “Tiempo oscuro”, porque la vida, como un río, está cargada de meandros, de anacronías.
En efecto, esas anacronías se advierten en el orden de las tres partes de Después de tanto arder: “Oficio de casada”, “Bares y boleros”, “Tiempo oscuro”. Un recurso literario que, sin que haya ninguna lógica sino la que ha establecido la propia obra, sería el orden como se distribuyen las cenizas de esta excelente colección de poemas y que los versos de “Oficio de casada” justifiquen que desde ese estado de ánimo se lance una mirada retrospectiva a “Bares y boleros” y a los “Tiempos oscuros” que forman el conjunto de las bellas imágenes de esta novedosa manera de verse, de exteriorizar el “yo” tan del gusto de los expresionistas.
Unos cuantos versos son suficientes a la poeta en “Bodegón” para darnos una suerte de instantánea en la que puede sentirse, verse, la rutina que deviene la vida conyugal cuando el manto opaco de la rutina se la apropia: “La mujer casada/ se levanta todos los días a la misma hora/ del mismo lado de la cama. / Sin hacer ruido/ espanta los pájaros del sueño/ —su sed de cielo su hambre/ de entrañas—/ y atados los pasos a la tierra/ atraviesa el umbral/ del cuadro que la espera” (9). Y en la medida en que el poema avanza y logra, sin descuidar el ritmo, representar verso a verso el bodegón que se fue formando desde que se enamoró pasando por el matrimonio, los oficios domésticos, el descanso, los años y las incompatibilidades propias de la pareja, de la vida matrimonial.
La buena poesía es la que sugiere. No dice. La que, gracias a las imágenes de sus versos, abre múltiples posibilidades según época y lugar.
En “Bodegón”, primer poema de “Oficio de casada”, el tedio, la rutina de la vida conyugal que, en la medida en que avanzamos en el poema, se revela como frustración: “Sin hacer ruido/ espanta los pájaros del sueño/ —su sed de cielo/ su hambre de entrañas”(9).
Un bodegón es un adorno estático. No cambia. Es la rutina. El tedio que frustra los sueños de la “Mujer casada”. Ante esa evidencia sólo le queda sonreír.
El fuego de la pasión de la “Muchacha enamorada”, disminuye con la rutina, se apaga. Este poema es, cronológicamente, anterior a “Bodegón”. La ruptura cronológica es un recurso que Soledad Álvarez había utilizado en su precedente colección de poemas Autobiografía en el agua y que viene a ser la oportuna picada de ojo para que leamos los poemas de Después de tanto arder como si sólo estuviéramos viendo la punta del iceberg y nos interesemos en el témpano que esos versos nos ocultan.
Así la analepsis se detiene en “Recuerdos de boda” un verso captura ese instante: “‘sólo cuenta los pasos y sonríe’, le aconsejó con voz de siglos la prima casada” (12), algo así como entrégate, no pienses.
Entonces volvemos al inicio, a lo esencial del “Oficio de casada”: la vida marital, el sexo, el amor, la cama; a la cotidianidad doméstica evocada en “Bodegón”: la casa, los quehaceres; ese “Campo de batalla”, como se titula el poema: “flancos de cuidado las habitaciones/ con trampas de color tiernos la de los niños/ la matrimonial sembrada de minas explosivas por el desencanto” (14). Entonces “la muchacha que fue la espera/ le hace señas le dice que no siga/ que se salve” (14). Después de tanta tensión poética es necesario un descanso, una pausa: El “Shabat” que necesitó Dios al crear el mundo incluidos Adán y Eva.
En los siete poemas de “Oficio de casada”, Soledad Álvarez nos hace la historia fragmentada de los 22 años de casada de una mujer que se despierta abrazada al tedio de la vida conyugal, que evoca el pasado de la muchacha que fue, la muchacha dominada por la pasión e inmediatamente por los afanes domésticos, el descanso; aniversarios y sus correspondientes olvidos, las contradicciones con el marido. La rutina en fin.
Sin olvidar que toda obra literaria exige una explicación, unos versos le sirven a la poeta para dar cuenta de la anacronía o las frecuentes analepsis en Después de tanto arder como estos versos en guisa de ilustración: “Pero los adioses —igual que la realidad—/ no acontecen en línea recta/ y en la habitación de un hotel me visto/ me maquillo/ sin preguntar al péndulo voy a tu encuentro” (21).
“Bolero y bares”, segunda parte de esta extraordinaria obra, descansa en los epígrafes que encabezan cuatro de sus seis poemas, pues como explica en “Arenas del desierto”: “A veces la vida se esconde en un bolero” (27) y la autobiografía en una o diferentes colecciones de poemas como estos versos que evocan su Autobiografía en el agua: “esconderle la sutura/ que no vea la cicatriz de la infancia/ la cicatriz de la noche suicida/ el escorpión escondido/ entre los tréboles de la fortuna” (33), y estos no son los únicos que dan una relación de continuidad entre ambas colecciones de poemas.
“Bares y boleros” precede, en el tiempo a “Oficio de casada”, ya lo he señalado. El perfecto manejo de la anacronía muestra que el pasado siempre está presente, como el melódico estribillo de un bolero que atormenta el inconsciente y se repite una y otra vez. En “Vuelta de tuerca”, uno de los dos poemas sin epígrafe, retoma la figura del agua para expresar que “daré una vuelta de tuerca y regresaré al bar/ a la mesa donde nos sentamos/ como la puerta de un palacio de agua/ para recibir el amor” (28).
Como ya he dicho, el puente entre Autobiografía… y Después de tanto arder es “Tiempo oscuro”. Esta tercera y última parte es la clave para poder penetrar en el témpano cuya punta son los versos del fuego de la vida que evoca Después de tanto arder sin que en ningún momento el ritmo de toda la colección de poema decaiga ni que los versos pierdan su evocadora intensidad que nos llevará a penetrar en el iceberg que oculta el “yo” de esta colección de poemas que, con estos versos de apertura y esperanza, deja abierta la obra y evoca al mitológico fénix que renace de sus cenizas, Después de tanto arder: “Busco palabras imágenes florituras/ que me permitan escapar del horror de la carnicería/ del infierno de destrucción del espanto/ y corro con los niños las mujeres los ancianos/ los búnkeres bajo la tierra/ con ellos cerca de las raíces de los árboles derribados/ de los veneros donde no llega el sol que sonríe/ hasta el fin del tiempo oscuro de la guerra/ hasta que podamos salir y escribir/ el poema luminoso del amor que salva” (50).