Un mundo en pandemia, guerra, conflictos e inflación, enseña y practica la supervivencia. Cada país siente que su economía se tambalea, el encarecimiento, la escasez, la incertidumbre y el miedo nos invade y predice la alta vulnerabilidad psicosocial.
Cada economía afectada siente el ahogo por los altos precios del petróleo, el gas, los combustibles, los productos agrícolas, los alimentos, energía eléctrica, las medicinas y los servicios.
El conflicto e invasión de Rusia a Ucrania ha puesto de rodillas a un mundo que no sale del asombro de ver la deshumanización y crueldad en pérdida de vidas de niños, mujeres, ancianos, y destrucción total de un país.
Todo lo que acontece en el mundo se percibe en el instante; se vive y se siente con impotencia y frustración por el dolor humano, por los que pierden hogares, familias, trabajo, amigos, vecinos, etc.
El hombre no ha podido desarrollar sus habilidades, destrezas e inteligencia para resolver conflictos complejos o banales para lograr avanzar y evitar el dolor y el sufrimiento.
La posmodernidad se ha preparado para buscar el placer, el bienestar, el confort, las gratificaciones. Pero también, ha practicado la proliferación de la insensibilidad, el individualismo, la falta de altruismo y de empatía emocional para ponerse en el lugar de las otras personas.
Con la guerra, las personas sanas y buenas han expresado en cualquier parte del mundo su acogida y solidaridad con la gente de Ucrania; dando testimonio que el humano esta necesitado de paz, de convivencia pacífica, de bienestar y de felicidad.
El mundo en conflicto está observando a los lideres amantes de la confrontación, del alto riesgo y de los desafíos que, ponen en peligro y vulnerabilidad a las personas para demostrar poder “egos”, armamentos, terror, miedo y acatamiento social.
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Todos estos conflictos han alterado la salud mental de los ciudadanos en cualquier parte del mundo, dado lo visible de la guerra, del impacto en nuestras vidas y de los costes que hay que pagar directos e indirectos por los errores de otras personas y países.
Es evidente que, se han disparado los niveles de tensión, nerviosismo, inseguridad, ansiedad, depresión, inadaptación, suicidio, desesperanza y frustración.
Los cambios de humor, la perdida del enfoque hacia las metas y proyectos; el temor y miedo por invertir, exponerse y replantearse la vida se ha triplicado en las personas en edades productivas.
La expectativa de vida, bienestar y prosperidad de las personas ha cambiado. Cada país ha tenido que revisar su economía, gasto social, prioridades, finanza, capacitación de recursos y proyectar el desarrollo a corto y largo plazo.
Esos niveles de vulnerabilidad y de riesgo psicosociales impacta en el comportamiento social, aumentando la delincuencia, el bandolerismo, prostitución, alcoholismo, consumo de drogas, desempleo y frustraciones colectivas.
Cada país debe cuidar su economía, su nivel de bienestar y calidad de vida. Pero también, la salud mental de sus ciudadanos, poner a funcionar políticas de prevención, diagnósticos tempranos, programas de rehabilitación psicosocial en grupos vulnerables para proteger el aumento de los trastornos en salud mental.
La salud mental debe ser universal, accesible a todo el mundo. Desde la niñez a la longevidad. Los lideres y los actores sociales deben ser evaluados y recibir seguimiento para prevenir y para no poner en riesgo a la población mundial.
Literalmente, el mundo está de psiquiatra.