La prevalencia e incidencia que se registran sobre la explotación, violencia, feminicidios, abuso sexuales, embarazos, la mortalidad materna, los bajos salarios, etc. Hablan de una sociedad que no cuida, ni previene la salud mental de las mujeres.
Cada año, cada mes, cada semana se registran más muertes violentas contra las mujeres; pero también son más víctimas de atracos, secuestros, robos, tumbes, acoso, abuso sexual y acoso moral en los diferentes estratos sociales. La sociedad sabe de estos números, del riesgo y vulnerabilidad en que viven niñas, adolescentes y mujeres en edades productivas en nuestro país. Nos hemos convertido en una sociedad que en la dinámica y en el inconsciente colectivo tiene conflicto con el género femenino. Cientos de agresores y de maltratadores hablan del vínculo “sano” con la madre, pero desconocen y desvalorizan a la esposa, y le dan un trato desigual e indiferente a las hijas. Es una forma de proyección de expresar el sentimiento amor, pero, el amar como expresión conductual lo deja sentir en el comportamiento contra la mujer, ejerciendo violencia, agresión y maltrato. El otro escenario es el socio-cultural que, a decir de Ana María Daskal, plantea el mensaje contradictorio o paradójico acerca de lo que la sociedad espera de la mujer; y una socialización de género que moldea en la pasividad, sumisión, abnegación, tolerancia, desvalorización de sí misma, dependencia, complacencia, atención y cuidado del otro, pero no de sí misma. De ahí la obstaculización del desarrollo, de la falta de toma de contacto con sus propias necesidades, deseos, malestares, de vivir en una cultura donde el modelo ideal o esperado para toda las cosas es el varón”.
Pienso, cómo la crianza y la socialización de los roles de género marca la diferencia en la mentalidad de cultura machista que le refuerza su condición de “macho” y limita o reduce a la mujer a la anulación de derechos; ¿Qué se espera de una mujer en nuestra cultura latina? Que sea sumisa, obediente, tranquila, dócil, que le sirva a su familia, a su marido y a sus hijos; es decir, una mujer para la casa, sin derecho a amar, a manifestar sus emociones, afectos y oportunidades intelectuales, políticas o laborales. ¿Qué se espera del hombre? Que sea macho, proveedor, mujeriego, fuerte, dominante, de carácter, que se dé a respetar, que tenga el control de su familia; pero, también, que beba, que porte una arma y que influya temor. Ese patrón socio-cultural reforzado, para mal, es el que ha alterado las emociones, el pensamiento, y el sistema de creencia en muchos hombres que practican la violencia y la agresión contra la mujer. Aun en pleno Siglo XXI, con tecnología con apertura global, con parejas de doble ingreso, con mayor participación de la mujer en la escuela, las academias, las maestrías y posgrados, etc. Aun así, se practica en los sectores altos y medios, limitación de los derechos de la mujer; mientras que en la vida laboral recibe menor salario, y en la vida familiar una doble y hasta triple jornada. Y, en aquellos sectores populares, de la marginalidad y de mayor desigualdad social, hay mayor maltrato físico, feminicidio, abuso o violencia sexual, etc.
En tan solo una semana se registran 4 o 6 muertes violentas contra mujeres por sus parejas, exparejas; mientras otras son más vulnerables, y son asaltadas en salones de belleza, tiendas, bancas, negocios en la calle, en el transporte y saliendo de universidades. La salud mental de la mujer está en riesgo; lo observamos a diario, lo sentimos y lo vivimos en una práctica médica y social. Parece una sociedad que se refuerza y se hace cómplice para estigmatizar, maltratar y reducir a la mujer en el simplismo del sexo, la familia, el marido, la estética, el protocolo, la exhibición, y la cultura liviana y ligera, pero sin derechos, sin autocuidado, sin merecimiento y sin conducta de amar y cuidar. ¿Qué le espera a cientos de niñas y adolescentes en una sociedad así? ¿Cómo compiten, logran derechos, equidad y participación las mujeres en una estructura política y social tan longitudinal, tan modulada y reforzada para ser víctima del maltrato.
Las determinantes de salud mental, social y personal, hablan de un género más riesgoso, más vulnerable, más desprotegido, más visible para padecer, mientras que la sociedad lo silencia, se hace cómplice; y al mismo tiempo, se practican las desigualdades, la exclusión y el acoso moral contra la mujer, en la política, el trabajo, el espacio de liderazgo y de control de mando. Si queremos resultados en la salud mental de la mujer hay que cambiar el modelo de inequidad de género que determinan que la mujer es y será, la más afectada en las próximas décadas.