Ciudad donde el tango se anida en sus plazoletas y calles adoquinadas
He tenido la dicha de viajar varias veces a la Argentina y reconozco que la ciudad de Buenos Aires tiene para mí recuerdos gratos presenciales y a distancia. Un gran encanto como diría el autor de El Aleph, Jorge Luis Borges: «Buenos Aires, lugar del mundo de la vehemencia casi por cualquier cosa, de los besos y los abrazos en cada esquina, de egos malheridos y almas urgentes que buscan excusas para tomar ¨¨un cortado¨¨ en un bar del centro.
Ni los gobiernos de turno, la fuerza de la historia, las tendencias globales o la más frenética de las revoluciones tecnológicas le extirparon a la capital de la cruz del sur, sus huellas culturales». Pasear por aquellas calles porteñas que Borges definía como su «entraña», un lugar en donde los calendarios se alejan y los parámetros del alma ejercen su magia. Ciudad donde el tango se anida en sus plazoletas y calles adoquinadas.
La ciudad considerada muy «europea» tiene una mezcla muy variada de estilos en sus construcciones que recuerdan a Londres, Madrid o a París, con sus fusiones de racionalismo arquitectónico, neogótico, neoclásico y art-deco. En nuestra primera visita en razón de un congreso Mundial de Neurología, nos hospedamos en el hotel Park Hyatt, donde en su restaurante Bistró Galani recibimos atenciones del chef Darío Gualtieri.
A cuerpo de rey nos mantuvo con los llamados frutos del mar, acompañados de vinos Cobos. Dejamos las carnes para la segunda noche cenando en el elegante restaurante St. Regis, acompañada la cena con un exquisito tinto, un Felipe Rutini, blend 2009. Como a cada ciudad que viajamos visitamos sus librerías disfrutamos del Ateneo Grand Esplendid, considerada por el periódico británico The Guardian, como la segunda librería más importante del mundo conserva su antiguo esplendor y elegancia.
En la oportunidad y gracias a las finas atenciones recibidas del señor Atilio Gibertoni, dueño de la tienda Harrods de Buenos Aires, mi primo José Silié Ramírez, Enrique Cantizano y yo disfrutamos la capital porteña plenamente, hasta conocimos a Andrea Bocelli. La visita obligada al Señor Tango, a un espectáculo de tangos era mandatorio y lo disfrutamos en grande.
En el segundo viaje, esta vez al Congreso Mundial de Epilepsia, fuimos invitados por los laboratorios Mallén Guerra. La primera noche asistimos a un concierto en el teatro Colón. Es el teatro de la opera de la ciudad de Buenos Aires. Por su tamaño, acústica y trayectoria ha llegado a ser considerado como uno de los mejores teatros líricos del mundo.
En la oportunidad disfrutamos un memorable concierto de música autóctona argentina, donde el bombo, la melina y el bandoneón estuvieron presentes en una noche verdaderamente distinguida. Luego convidados a cenar al prestigioso restaurante Cabañas Las Lilas de Puerto Madero donde disfrutamos de sus famosos filetes, acompañados de unos exquisitos tintos Catena Zapata.
Visitamos el Instituto de Neurología Cognitiva de la Fundación INECO, esa misma noche su director el prominente neurocientista Facundo Manes, nos invitó a cenar a su casa junto a su simpática familia.
Estando luego disfrutando de un buen vino en el famoso Café Tortoni, un señor de avanzada edad se nos acerca y confirma si somos dominicanos, nos dio un abrazo a todos y enfatizó con gran orgullo que había sido alumno de Pedro Henríquez Ureña, y que su generación considera a ese gran dominicano un genio, de lo cual sentimos todos muy orgullosos.
Viajamos luego a la Pampa, a la hacienda La Casina a un asado en el campo, con un espectáculo artístico típico de gauchos. ¡Recordar es vivir!
En una tercera visita no científica, solo turística, volvimos a: La Boca, al Cementerio de la Recoleta (tumba de Evita Perón), Plaza de Mayo, La Casa Rosada, Caminito, al Teatro Colón, al Obelisco, al Ateneo Grand Splendid, La Flor de Metal, Los Bosques de Palermo, etc.
Asimismo, hice algo que no había hecho allá: fui a pasear en yate por el Delta del Paraná entre hermosos lagos, ríos y arroyos, almorzando un exquisito asado en el hotel Río Laura Delta. No podía faltar disfrutar del tango, una cena-Show en el bello restaurante el Viejo Almacén. Esta vieja esquina de San Telmo es un rincón de Buenos Aires que conserva como ningún otro el recuerdo de la ciudad vieja. ¡Recordar es vivir!