Cada 25 de agosto se celebra el Día Internacional del Peluquero, el cual rinde homenaje a una de las profesiones que contribuye a la mejora de nuestra apariencia física y cuidado personal.
Pero, esta especialidad lleva consigo una gran responsabilidad para los clientes, los cuales también se abren de manera personal a los estilistas.
Tal es el caso de Alejandro, quien asegura que su padre le dijo que ¨el oficio del peluquero es saber escuchar, platicar, estar al tanto de los temas del momento para tener una respuesta, un punto de vista. Hasta psicólogo te vuelves.» Este abandonó la carrera de derecho a los dos años de haberla comenzado.
«Un día un hombre comenzó a llorar apenas se sentó. Nada más giré el sillón para que no lo vieran los otros clientes, le pregunté si estaba bien, si le podía ayudar. Me dijo que se estaba separando. Su mujer estaba sacando las cosas de su casa en ese momento. Le dije que tuviera un poco de dignidad; si no, ella iba a pensar, ¿pues con quién estuve? Le dije que siempre debíamos cuidar un poco de dignidad. Ya no sé después, de aquí el hombre se fue más tranquilo.»
Calcula que su padre lleva 65 años de peluquero. Tiene cerca de 80 años sobre este planeta. «Cuando mi papá me decía que aquí me iba a quedar, en la peluquería, pues no me gustaba. Lo sentía como una imposición. Pero ahora me gusta estar aquí, cortar el pelo.»
El oficio tiene secretos, como quitar el pulgar de las tijeras a la hora que no cortas, para evitar accidentes. Las viejas navajas de una pieza se prohibieron por cuestiones de higiene.
Esas navajas se afilaban por las mañanas; había un asentador de cuero, una piedra de río incrustada en un pedazo de madera, y el filo te duraba hasta que el día terminaba.
«Hoy los hombres le invierten más a su imagen,» dice Alejandro. De la pared principal cuelga un objeto que parece un reloj desde hace más de sesenta años. Es un termómetro que anuncia Alka-Seltzer.
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«La presencia de extranjeros es una de las cosas que ha cambiado en este barrio. Antes sólo había gente local. Vecinos de toda la vida. Hoy ni conoces a todos. Me gustaba el cine Majestic, el 7 ½, un centro de lubricación para los motores de los autos. Antes no había unidades habitacionales del INVI en este barrio. Hoy tiran una casa para levantar un edificio y que viva más gente aquí.»
«A huevo hay que ponerse la bata todo el día. Esa es una regla. Estar presentables,» dice Alejandro, como quien ha desempañado mucho tiempo un oficio y conoce esas reglas que de ningún modo pueden romperse.
«Los chavos me piden fades, delineo barbas. Mi padre llama Boston a eso que yo llamo fades.»
En la peluquería Madrid se pueden contar por racimos a los famosos y a las celebridades que han pasado por aquí.
Álvaro Zermeño, David Silva, Joaquín Cordero, Ignacio López Tarso, y Venustiano Carranza son algunas de las luminarias que recuerda. Sólo cobran cien pesos. Y se rifan chido.
A Alejandro le gusta convivir con la gente, escucharlos, a todos los trata igual. Llegó a ocupar su lugar dentro de esta peluquería hace dieciocho años.
Hoy en día, abren de diez de la mañana a ocho de la noche. «Antes el corte de cabello era cada ocho días, pero nuestra economía ya no está para eso.»
El futuro del local es incierto: su sobrino parece ser el único que muestra interés en continuar con la tradición familiar. Mientras tenga vida, Alejandro piensa dedicarse a esto. Todos sus hermanos y hermanas hacen lo mismo.
«A mi hijo, de dieciséis años, no le importa aprender el oficio.» Se pone serio sin llegar al drama; reflexiona, o eso parece.
«Las barberías nuevas nada tienen que ver con este lugar, ya no hay lugares como este.» Alejandro tiene claro que no erró el camino.
«Recuerdo que una vez mi papá me dijo algo así como: ‘si volviera a nacer, peluquero volvería a ser.'»