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Un movimiento universitario surgido en una aristocrática y oscura ciudad mediterránea de la República Argentina produjo un hecho de significativa trascendencia histórica: la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918.
La misma fue una especie de ensayo de las armas de rebeldía y de renovación de los movimientos políticos y universitarios de esos tiempos.
Dicha reforma proclamó, entre otras conquistas, la autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la participación de los estudiantes en los organismos de gobierno y en la elección de sus autoridades.
¿Cuál era la situación de las universidades latinoamericanas en general y de las argentinas en particular a principios del siglo 20?
En su libro “Ochenta Años de la Reforma de Córdoba” Carlos Tunnermann, experto nicaragüense en materia de educación superior, nos ofrece una respuesta muy acertada al respecto: “Las universidades latinoamericanas de esos tiempos, encasilladas en el molde profesionalita napoleónico y arrastrando en su enseñanza un pesado lastre colonial, estaban lejos de responder a lo que la América Latina demandaba para ingresar decorosamente en el siglo 20”
“Esos esquemas universitarios, (continuamos citando al experto nicaragüense) enquistados en el pasado, necesariamente tenían que hacer crisis al fallarle su base de sustentación social”
Los vientos de Córdoba llegaron hasta aquí. En efecto, durante el Gobierno de Horacio Vásquez, estudiantes de la Universidad de Santo Domingo fundaron la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios.
Entre los objetivos de esa organización figuraba la realización de una reforma universitaria muy a tono con la de Córdoba de 1918.
Dentro de sus actividades, la dirección de ese grupo estudiantil incluyó la celebración de conferencias periódicas a cargo de catedráticos nacionales y de invitados extranjeros.
Una de esas conferencias la dictó el licenciado Marino Incháustegui.
La misma fue reseñada por el periódico Listín Diario en su edición correspondiente al 27 de enero de 1930.
En esa publicación, el destacado escritor dominicano se refirió al fenómeno de la Reforma Universitaria en estos términos: “el papel de la juventud latinoamericana en la lucha por la transformación de los estudios universitarios y de su campaña activa por la implementación de los principios socialistas y de la futura gran confederación que será el más perfecto reinado de la libertad y la justicia”.
También, criticó los programas de estudios de la época a tiempo en que demandaba la elección de los decanos de facultades por el voto directo de los estudiantes y la del rector por los decanos; pidió establecer las cátedras de oposición y reclamó la representación estudiantil ante el Consejo Universitario.
Otra de esas conferencias fue ofrecida en junio de 1929 por el estudiante venezolano Rómulo Betancourt, que se encontraba en República Dominicana en calidad de asilado político luego de sufrir una larga prisión en su país, Venezuela, gobernada entonces por el tirano Vicente Gómez.
Lamentablemente, el golpe militar que derrocó el Gobierno de Horacio Vásquez en febrero en 1930 afectó el entusiasmo de los miembros de la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios.
Y este fenómeno, unido a la represión desatada por el régimen, determino su extinción. Era que, en tiempos de la dictadura trujillista, los ideales de libertad y de justicia no podían tener cabida.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado. Al parecer, nuestro sistema de instituciones de educación superior ahora se adapta mejor a las necesidades de nuestra incipiente economía de mercado.
Esto se ha logrado modificando el contenido de los planes y programas de estudio; introduciendo nuevas asignaturas y eliminando otras; introduciendo programas de estudios de corta duración y elevando la calidad del personal docente, mediante la revitalización de los programas de estudios de grado y postgrado, entre otras medidas.